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Crianzas en Cuarentena – "Dos gorilas inexpresivos" | Revista Colibri
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Crianzas en Cuarentena – «Dos gorilas inexpresivos»

Por Violeta

Hoy fue un levantar retomando a la infancia mas ingenua. Si, era una mañana (mediodía) otoñal de pura alegría y ansiedad. Era real, podíamos salir. Fue de un salto, sin remoloneos, nos levantamos, desayunamos planificando un viaje inimaginable con nuestros objetos de mayor apego. Nos pusimos  las mejores ropas y emprendimos a la puerta.

Yo le dije, elegí el vehículo que quieras, entendiendo que agarraría el patapata. Decidió por el chango de las compras y justificó la elección diciendo que quería pasear a Campera (el bebote que cría). Mi corazón hizo solo dos golpes y pausó mientras mi garganta decide volverse pequeña.

Le recordé que debíamos ponernos el tapabocas antes de salir, sumado a algunas reglamentaciones: «No podemos jugar en las puertas de los edificios, no podemos quedarnos quietes en un solo lugar hay que circular permanentemente, sólo podemos pasear una hora, las plazas están cerradas, no podemos… » Sí, eso era la garganta dos talles mas pequeña, sentía un no se qué tan semejante a nuestros tiempos mas perversos de la historia, y transmitir eso a Llantén significa la garganta tres talles aún más pequeña.

Así fue que salimos, cada une con su tapabocas y con la lista mental de todas las reglamentaciones. Yo percibí que elle en toda su intención de que nuestro paseo sea totalmente natural, le comunicaba a Campera todo lo que ibamos observando, mientras a mi me decía ‘pobrecite bebé’.  Yo le pregunté si a Campera le hacía bien pasear, elle me expresó -sí- mientras seguía caminando con alguna única certeza que evidentemente sentía, cada paso de elle era preciso, como si supiese en cada momento a dónde querer dirigirse, qué querer observar y cómo vivenciarlo.

Fue en ese instante en que me dí cuenta que nos acercábamos a la plaza, aquél lugar que desde que empezó todo, que tanto decidí evitar. Tuve una discusión conmigo misma que apenas duró algunos segundos. Confié y decidí que sigamos caminando, juntes. Unos metros antes, elle lo vio todo, lo deseó, lo amó y lo gritó. Ahí di cuenta que había sido un error, pero ya era inevitable. Hablamos una vez más de las implicancias de este virus y los cuidados, que si no son colectivizados, no es cuidado.


Lo entendió, pero había algo en elle que no podía con su naturalidad. Soltó a Campera, soltó el tapabocas y se atrincheró a las rejas. Como primer impulso, me sentí ofendida por tremendo boicot a nuestra salida de dos gorilas inexpresivos. Esa imagen fue la que me hizo entender todo, era eso, la necesidad de expresión ante tanto dolor, angustia, incertidumbre. Era el deseo de reencontrarse entre amigues, compañeres, el deseo de jugar horas hasta el cansancio, el deseo de una sola respuesta que brinde un poco de calor a tanta pregunta sin respuesta.

Seguimos caminando luego de ese acto de rebeldía, continuando con el paso de dos gorilas inexpresivos, pero ya sin tapaboca. Fueron tres cuadras más, y encontramos otro deseo insatisfecho, la puerta de un edificio -otra reglamentación negada – «mamá sentate» y me señaló el cielo – «¿miramos cielo y viento?» no pude negarme, tal acto de rebeldía debía ser defendido como una trinchera. Fueron unos minutos de disfrute, y en un momento de distracción , abstracción-, elle no pudo contenerse y sonó la alarma de una moto. Con la mano en el pecho, sosteniendo ese corazón que quería salir, tomó mi mano y formamos una vez más el paso de dos gorilas inexpresivos.

Eso parecía ser el final, yo había observado el reloj y ya llegaba nuestra hora. Le ofrecí volver a casa a tomar yoghurt, su respuesta directa era la misma que yo pensaba. Volvimos, observamos su edificio que tanto funcionaba de escenario cada regreso a casa. Con la mirada y el tirón de brazo me pidió dar su obra. Mi respuesta triste: «Acordate del coronavirus, son tiempos difíciles…»,  bastó para que me diga: «está bien mamá, con lujiseba'»  y un gesto de resignación en canon generó un paso de dos gorilas inexpresivos.

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