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Abrahamovicz Nachtkäfer (Alemania, 2001 – Estados Unidos, 2014) | Revista Colibri
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Abrahamovicz Nachtkäfer (Alemania, 2001 – Estados Unidos, 2014)

Por Nicole Martin

Cuando a la mamá de Abrahamovicz Nachtkäfer le dijeron que su bebé pesaría alrededor de seis kilos al nacer, no le tembló la voz y mantuvo que tendría un parto natural. Porque Dios no perdona algunas impertinencias de los seres humanos jugando con la ciencia, y el nacimiento por cesárea es una de ellas.

Pujó con más fuerzas que todas las madres que habían parido ese día en el sanatorio de Hirch, en Alemania, cuando finalmente expulsó la cabeza de su segundo hijo.

Los doctores se asombraron por la prominente cabeza del recién nacido, que era más grande que una pelota de fútbol. Así se lo dijeron a sus padres, quienes recordarían esa frase como la que condenó a su hijo.

Los años bendijeron a Abrahamovicz con una mente sin antecedentes para su edad, el niño era prodigio en todas las ciencias conocidas y por conocer. Tanto fue así que debieron adelantarlo un año en la primaria, su intelecto superaba cualquier parámetro para un niño de diez años.

A la edad de doce años le dio su primer beso a la hermosa alemana Rita. Tenía los ojos celestes como el cielo del día del estudiante y las orejas más pequeñas que Abrahamovicz había visto jamás. Su pureza le hacía latir el corazón rápido y lento al mismo tiempo.

Un año después, cumpliría trece años en el marco del mundial de fútbol celebrado en Brasil. Aunque nunca le había interesado el fútbol, demasiado banal para su intelectualidad, aprovechó la ocasión para desafiar a su hermano Abraham, quien poseía un fanatismo casi absurdo por el deporte y siempre era víctima de las críticas de su hermano menor.

Abrahamovicz, altanero, le apostó todas las mensualidades de su vida a que Brasil le iba a ganar a Alemania en semi-finales, porque el mundial estaba arreglado por intereses políticos y seguramente Dilma Rousseff le había pagado millones a la FIFA, que a la vez le habría pagado algunos miles al árbitro que presidía el partido. La delicada situación de Brasil le daba las de ganar a Abrahamovicz, quien apretó la mano a su hermano bien seguro de que Dilma no podría aguantar la responsabilidad de perder el mundial y entrar en default.

Abraham, de veinte años, aceptó encantado, alegando que los brazucas tenían un equipo de mierda este año. Imposible que le ganaran a los animales, que son “máquinas de hacer agujeros en los arcos”.

Que en paz descanse el bien aventurado cerebro de Abrahamovicz. Que tan mal llevado es Dios, que le regala un cerebro agraciado a un niño, pero se olvida de fortalecer su corazón.

   Cuando Alemania metió el gol n°6, Abrahamovicz se agarró el pecho y maldijo al cielo por provocar un ataque cardíaco estadísticamente imposible. Murió en los brazos de su madre a la edad de trece años que, a lágrima viva, gritó que ese destino lo habían escrito los malditos médicos alemanes.
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