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Adoquines de la Ciudad: una historia de hace siglos | Revista Colibri
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Adoquines de la Ciudad: una historia de hace siglos

Según el historiador Vicente Quesada, en el año 1783, el virrey Vertiz solicita al Cabildo para “mejorar el estado deplorable de las calles intransitables por las lluvias y el paso de las carretas de bueyes”, tengamos en cuenta que en aquellos tiempos se acostumbraba a arrojar las “aguas sucias” a la calle, solo a la voz de ¡agua va!, que corrían por albañales, según el desnivel del terreno, por la vía pública.

El señor Wilde, Antonio cuenta: “algo más que a mediados del siglo pasado, por los años 1770 y tantos, a consecuencia de una gran lluvia que continuó por muchos días, formándose tan profundos pantanos, que se hizo necesario, colocar centinelas en las cuadras de la “Calle de las Torres”, (hoy Rivadavia), en las cercanías de la plaza principal, para evitar que se hundieran y se ahogaran los transeúntes, particularmente los de a caballo.” Es fácil concluir que el empedrado en la ciudad de Buenos Aires comenzó mucho antes de la Revolución de Mayo, entonces. Muchas historias interesantes se esconden bajo nuestros pies. Los adoquines han podido resistir el paso del tiempo.

Los representantes de la ciudad más adinerados se reunieron en el Cabildo y, en principio, consideraron imposible el empedrado por su altísimo costo, ya que en la ciudad no había canteras cercanas para extraer la piedra, (todo era tosca y pajonal), pero algunos vecinos que tenían sus casas en las cuadras que van desde la plaza de la Victoria hasta el Colegio de San Carlos, se ofrecieron para costear el empedrado en la porción de sus frentes.

Don Antonio Melián ofreció, en virtud de los pregones para la provisión de piedra, que haría conducir toda la piedra que fuera necesaria para las calles a razón de 4 pesos metálicos la carretada, con varias condiciones:

  • Que la piedra se le entregara sacada y en el embarcadero de Colonia del Sacramento (hoy Uruguay).
  • Que el desembarco se hiciera en el bajo llamado “asiento” o casa de Vicente Azcuénaga.
  • Que no se le gravase con licencia para los viajes que se harían de arquear los buques que empleara y previo examen comisionado para verificar las carretadas.
  • Que los barcos, carretas, bueyes y peones no fueran ocupados en otros servicios.

El síndico del Cabildo, Miguel de Azcuénaga, durante el gobierno de Virrey Arredondo, en seis años desde 1790 a 1796, empedró 36 calles, con piedras traídas de la isla Martín García. El pueblo pagaba medio real por vara, para socorro de los presos empleados en ese trabajo.

Se encontró un curioso manuscrito de Miguel de Azcuénaga, en la Biblioteca Nacional, donde en una nota al Virrey Melo, fechada en 1795, solicita se le concedan dos corridas de toros, para que con su beneficio, se pueda ayudar a la obra del empedrado.

En el año 2008 el arquitecto Marcelo Macadán, especialista en Patrimonio histórico, descubrió en el barrio de Barracas, Jovellanos al 300 casi esquina Villafañe, donde el Gobierno de la Ciudad realizaba obras de Bacheo, un empedrado muy antiguo que sería de la época de la Colonia: “Se trata de un pavimento de piedras acomodadas en perfecto estado, debajo del asfalto de la calle”.

El arquitecto Daniel Schalvelzón, de arqueología urbana dijo: “Estos empedrados son generalmente de granito sin trabajar y se colocaron en la ciudad a partir del virreinato del Virrey Vertiz. Comienzan en la calle Bolívar en diciembre de 1780 hasta 1875-1880, cuando se los suspende para darle absoluta prioridad al empedrado con adoquines. Las piedras serían originarias de la isla Martín García y por lo general tienen una pequeña curvatura hacia sus bordes. Algunas calles incluso tuvieron un canal central para el escurrimiento del agua, como aun se puede observar en la antigua Colonia del Sacramento. (Uruguay)”.

En 1822 con el gobierno de Rivadavia se completó el centro de la gran aldea y desde 1852 se comenzó a reemplazar muy lentamente, por adoquines.

En 1880 Argentina logró constituirse como un estado moderno, basando su riqueza en la producción de carnes y cereales, para la exportación. Se vivían épocas de abundancia para una clase acomodada. Esto se vio reflejado en la vida fastuosa de la “oligarquía ganadera” que construyó palacios en la ciudad y castillos al mejor estilo europeo en sus estancias, con materiales traídos exclusivamente de Europa.

Estos palacetes de barrio norte no podían levantarse frente a calles de barro, por lo que se apresuró la pavimentación de Buenos Aires, intensificándose para el Centenario de 1910.
Sed de adoquines diría Hugo Nario quien afirmó al respecto que “en 1907, sólo el Ferrocarril del Sud había transportado 211.000 toneladas de piedras de las serranías de Tandil, destinadas a Buenos Aires, al año siguiente aumentó a 257.000 y para 1909 se transportaron 328.000 toneladas”.

IMAGEN: FEDERICO LOPEZ CLARO Barracas.

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