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El eterno retorno de la traición | Revista Colibri
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El eterno retorno de la traición

por Santiago Carrillo

Dilma Rousseff, Presidenta de Brasil
José Olavo Leite Ribeiro, militante de la Vanguardia Armada Revolucionaria Palmares, se encontraba clandestinamente con sus compañeros, al menos tres veces por semana, en la época que reinaba la dictadura militar, desde que había derrocado a Joao Goulart en 1964. Pero un mal día Ribeiro fue capturado por las fuerzas del Gobierno ilegítimo y, luego, torturado durante días hasta que reveló que en el bar la Rúa Augusta, ubicado en una de las principales calles de San Pablo, se encontraría con Dilma Rousseff. El 16 de enero de 1970 cuando Dilma llegaba al bar notó que algo no andaba bien; decidió escaparse, pero los policías alertaron su actitud sospechosa y finalmente la detuvieron. Bajo las órdenes del coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, Dilma estuvo en prisión durante tres años, donde fue torturada con la silla del dragón, que consistía en realizarle descargas eléctricas.
46 años más tarde Dilma Rousseff volvió a ser víctima de la traición, pero ya no como guerrillera, sino envestida de Presidente, y con artífices inescrupulosos con motivaciones muy lejanas a una tortura. La Cámara de Diputados aprobó ayer con 342 votos a favor el comienzo de un juicio político contra la mandataria para destituirla del cargo, que deberá ser ratificado por los Senadores el 11 de mayo. En caso de que la cámara alta apruebe el pedido, Rousseff será destituida del cargo hasta 180 días, tiempo que se le otorgaría para presentar su defensa recurriendo a su última carta: el Supremo Tribunal de Justicia.
Entre los argumentos de los diputados que votaron por el sí, algunos pocos invocaron a sus electores, mientras que la gran mayoría mencionó a la familia, la Biblia o que votaban “Contra el comunismo”, como lo hizo Jair Bolsonaro, quien aprovechó su breve discurso para honrar a Brilhante Ustra, el torturador de Dilma. 
En el último año, la empresa petrolera estatal Petrobras fue el foco de atención por los pagos de sobornos a sus directivos, que revelaron la corrupción que encarna la dirigencia política brasileña, como también lo demuestra que la mitad de los 513 miembros del parlamento están procesados por la Justicia. Sin embargo, se la acusa por otro motivo: haber realizado maniobras contables para maquillar la situación financiera de Brasil –sumergida en una profunda crisis hace, por lo menos, dos años- y haber emitido por decreto, sin autorización del Congreso, partidas de fondos extra para planes sociales. Lo paradójico del asunto es que la maniobra política viene orquestándose principalmente por el Presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, quien está siendo investigado por haber recibido 5 millones de dólares presuntamente cobrados por coimas en el caso de Petrobras, entre otras causas de corrupción.
Cunha es uno de los máximos dirigentes del derechista Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), que formó una alianza con el Partido de los Trabajadores (PT) de Luis Ignacio Lula Da Silva y Dilma Rousseff en los comicios de 2014. Si finalmente Rousseff es apartada del cargo, el actual Vicepresidente, Michel Temer (PMDB), quien también está imputado, asumiría el poder y Cunha sería su compañero del Ejecutivo.
El impeachment que se viene gestando desde que Dilma le ganó las elecciones con el 51 por ciento de los votos a Aécio Neves (Partido de la Social Democracia Brasileña), principalmente por la cadena televisiva Globo, se lo pronuncia como un “golpe blando”, porque hay un marco legal que lo acompaña y las fuerzas militares no se ven involucrados. Pero sería imposible hablar de golpes de estado en América Latina sin preguntarse por la intervención de Estados Unidos, como lo realizó bajo el Plan Cóndor con las dictaduras en el cono sur desde la década de 1960.
Modesto Emilio Guerrero, periodista venezolano y analista internacional radicado en Buenos Aires, dijo que “No hay ninguna manera de afirmar que el país del norte estuvo detrás de la maniobra, pero sí que lo beneficia”. Luego, explicó que en primer lugar saldría de Brasil un Gobierno que no le es del personal directo “Cómo lo es Mauricio Macri, en Argentina”; en segundo lugar, “facilitaría la entrada de monopolios norteamericanos y europeos” –españoles y franceses- a la región, que el Mercosur tiene frenado a través de tarifas; por último, “Siendo lo más importante, ayuda a la oposición venezolana que tiene puesto un pie en el Parlamento y refuerza a Macri, como en el resto de las derechas de la región a seguir avanzando”. 
Guerrero consideró que tanto Lula ni Dilma no pudieron prever la traición del PMDB, porque en su concepción política “hay que pactar con el enemigo”, quien se aprovecha de la debilidad y obtiene tanto ganancias para sus empresarios como poder político. El conjunto de gobiernos progresistas latinoamericanos de la última década (Argentina, Venezuela, Brasil, Ecuador, Uruguay y Bolivia) formaron consciencia social y politizaron al pueblo, con baluartes como la esperanza que son “factores volátiles” frente a un poder mediático opositor que penetra constantemente. Por ello, “Es un problema de debilidad y no de ingenuidad, porque cuando fueron gobierno no construyeron una estructura social que rompa con empresas como Monsanto, Techint o los grandes monopolios de San Pablo, fieles expresiones del capitalismo”, remató Guerrero, quien también es autor del libro ¿Quién inventó a Chávez?
Por otro lado, el gran problema que deben afrontar los dirigentes del PT es la gran ruptura interna luego de que varios de sus diputados votaran a favor del juicio político a Rousseff. “La burguesía de San Pablo, el sector comercial y las capas populares son opositoras en la actualidad”, detalló Guerrero, y luego continuó: “Tienen apoyo solo en los sectores más pobres, de las regiones más alejadas, que no deciden la vida urbana y que fueron los más beneficiados junto con la clase media por el Gobierno, junto a una clase obrera que elevó su nivel de vida”. 
Guerrero consideró que el futuro político de Brasil es impredecible y que se mide en horas, porque a partir de este momento se despertó un gigante que parecía dormido: los movimientos sociales. El Movimiento de los Trabajadores sin Techo y su homólogo de los Sin Tierra son dos poderosas agrupaciones no obreras que “sostienen al PT, a pesar de que los reprimió en reiteradas ocasiones, porque tienen tanta consciencia de clase y elevación política” que son capaces de perdonar a Lula y Dilma con tal de que no tome el poder la derecha. “Si les redujeron el salario un 40 por ciento, ¿Acaso no estarán espantados cuando saben que en Argentina se están destruyendo los derechos?” 
“Estas agrupaciones se sumaron a la organización obrera más grande del continente que más tarde que nunca se puso en movimiento en las calles, que es el lugar donde se define la historia social y modifica la política”, aseguró Guerrero. En este elemento seguramente radicará la mayor resistencia del PT, al igual que por defender la democracia, como declaró Rousseff hace unas horas en su primera conferencia de prensa luego de la votación en el Parlamento: “Lucho por la democracia por convicción. Lo hice en la dictadura y ahora enfrento este golpe de estado con la misma convicción”. Por último y sin olvidar declararse como inocente, Dilma arremetió contra Michel Temer cuando dijo que “Es horrible que un vicepresidente conspire contra su presidente. No se merece el respeto como persona, porque a nadie en la sociedad le gustan los traidores porque sabe el dolor e injusticia que se siente cuando se vive una traición”.
 
En 1970 Dilma Rousseff fue condenada por el gobierno militar a seis años de prisión. Obtuvo la libertad a los tres años.
 
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