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Hablemos de La Libertad – Arte para el Cafe #12 | Revista Colibri
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Hablemos de La Libertad – Arte para el Cafe #12

Por Paula Colavitto
Diseño de portada Flor Nicolini


Suena irónico y hasta parece una broma que la obra lleve el nombre que lleva, con la historia que tiene detrás. Una historia que refleja la opresión europea hacia los paises sudakas, una historia atravesada por una problemática interseccional, expresada sobre todo en el colonialismo cultural y el racismo, la desigualdad de género y el capitalismo con su producción y consumo salvaje.

¿Que sentirías como artista marrón latinoamericano si una de tus creaciones le fue atribuida a un pintor varon cis blanco europeo que no solo está muerto sino que hay galerías y marcas internacionales ganando miles de dólares por tu obra?

Una obra que además fue reproducida como merchandising, tatuada en miles de pieles, reinterpretada en fotografía e incluso adaptada para una obra de teatro…

Para Marcos Villalva, artista plástico de Avellaneda, militante social y profesor, la definición de libertad lejos está del monopolio cultural, de la industria del arte a la que se sometió su pintura y a la que se someten muchas expresiones del espíritu al volverlas “obras de arte”.

Para él, la libertad tiene que ver con una práctica constante, una búsqueda. En sus palabras, “algo así como una brújula” o como dice la frase de Emmanuel Lévinas que le gusta citar: “Ser libre es construir un mundo en el que se pueda ser libre.

– ¿Podrías compartirnos un encuentro con la libertad en tu historia de vida? ¿Y otro en que la hayas sentido vulnerada? 

Siento que es bien diferente el significado de libertad para quienes nacimos en países con una herida colonial tan presente como en Latinoamérica. Tanto que es extraño pensar en un estado de libertad inicial y luego una pérdida, es más bien lo contrario. Mi normalidad desde que nací en el conurbano fue la de querer agradar y pedir permiso para existir.

Éste podría ser un ejemplo: yo era un pibito cuando empecé a trabajar, y pasé los primeros años de mi vida laboral tolerando a los tipos rancios que tenía como jefes. En ese momento arrancaba a las 6:30 de la mañana en zona sur y llegaba a casa a la 1:00 de la madrugada de la universidad en capital, donde muchas veces se repetía esta dinámica con los profesores. Este mecanismo institucionalizado que nos rechaza y nos aísla es parte de esa herida colonial, y fué -en parte- lo que me alejó por mucho tiempo de los espacios académicos.

Ya no soy un pibe y hay algunos eventos que me devolvieron el sentido de pertenencia. El encuentro entre el arte y la docencia tiene mucho que ver con eso. Hace poquito hicimos un mural sobre mujeres y democracia en el profesorado “Abuelas de Plaza de Mayo” de Avellaneda, y en la presentación le pedí a una sala llena que corearan la palabra “yo”, mientras cantaba sobre sus voces “Yo soy todo lo que recuerdo” de Gabo Ferro. Ésta experiencia es un contraejemplo donde pude recuperar un espacio que tenía negado.

Es tal cual como lo pone Nina Simone: la libertad es no tener miedo. Es por eso que el ostracismo o la libertad no son individuales, sino procesos colectivos que nos expulsan o nos implican íntimamente.

– En tu obra, una mujer desata los nudos de un hilo rojo de su pecho, para volverlos ”libertad”, ¿qué te llevó a retratar semejante simbología para la mujer, en el año 2012, un año donde en Argentina aún no había pasado el histórico #NiUnaMenos del 2015? 

Me siento un viejo diciendo esto, pero diez años atrás no había una conversación tan presente sobre igualdad y género como la hay ahora. En ese momento los medios independientes fueron grandes articuladores para generar los debates que marcaron la militancia de la década. En mi caso, entré a este espacio gracias a la Revista Furias, que me invitó a hacer portadas cuando las editoras vieron mis primeros trabajos.

Me pasa que, como me costó tanto poder expresarme, no puedo abandonar el deseo de convertir lo que imagino en una posibilidad de vida. Para mí, arte y militancia son procesos paralelos.

Y creo que mis primeras editoras también lo vieron así. Renunciar al “deber ser” implica entre otras cosas renunciar a los roles que nos fueron asignados. Hacer ese proceso me permitió escuchar y escucharme, haciendo de la práctica artística algo íntimo, crítico, pedagógico. Y también me permitió renunciar a mi trabajo, transitar una ruptura amorosa y comenzar de nuevo. De ese proceso salió este dibujo que nunca imaginé que iba a resonar tanto.

– Pasó algo loco: hace varios años, durante un tiempo, tuve tu obra como foto de perfil de WhatsApp, ni sabía que eras vos el autor y tampoco te conocía. Entiendo que esto te pasó mucho y muchas más historias como ésta te llegan cotidianamente. ¿Cómo y cuándo comenzaste a darte cuenta que se estaba viralizando? ¿Qué vinculación tiene Egon Schiele con tu obra y qué sentiste cuando te diste cuenta que se le estaba atribuyendo la autoría a él?

Mi relación con Schiele es la misma que con el habla hispana. No la elegí, pero crecí con esto. Si quiero comprarle un libro de historia del arte a mi ahijado lo único que encuentro en las librerías de Buenos Aires es la historia del arte europeo, nunca del arte latinoamericano. Por eso el expresionismo fue una inspiración en mi formación autodidacta, pero con los años continué trabajando en mi obra.

Nadie inventa un lenguaje desde cero, pero las operaciones que articulamos para apropiarlo son las que permiten el surgimiento de nuevas posibilidades. Fijate que en la obra escribo en español “La Libertad”, y así y todo las instituciones -y luego el público- tergiversaron la autoría alimentando el mito colonial de que “La Cultura” se origina en Europa, y de que esta obra sólo podría haberla hecho un tipo que hablaba alemán. Pesa más el mito que la evidencia.

Al principio la viralización me puso contento. Todo el tiempo me encuentro con alguien que conoce esta obra sin saber que su autor es un profe de Villa Corina. Pero una vez que intenté corregir esto, reviví lo que se siente estar frente a un jefe abusivo que vive de mi trabajo y al mismo tiempo intenta convencerme de que no valgo nada.

– Iniciaste procesos legales con una empresa europea que vendió tu obra con una firma falsificada de Schiele, ¿cuál fue su respuesta cuando te comunicaste con ellos? ¿Cómo sigue el proceso actualmente?

Este caso fue el colmo. Es una casa de subastas muy grande que recibió de mis abogades un certificado escrito por Jane Kallir, una de las mayores especialistas sobre la obra de Schiele. Con esto creí que íbamos a cerrar el caso pero, cuando vieron que no podía seguir con los gastos legales, la empresa respondió: “Tu laburo no figura en Artprice ni en la galería Saatchi así que, ¿por qué deberíamos reconocerte si tu obra no vale nada en Europa?”.

Yo ya hice terapia, ahora quiero reparaciones. A partir de ese correo decidí organizar un proyecto documental para enfrentarlos con el peso que ganó la apropiación popular de este trabajo. El resarcimiento económico no es comparable con la felicidad que me dió una obra de teatro en Grecia, un fashion show en Corea del Sur y un libro en ese país inspirado en la obra, las múltiples sesiones fotográficas y los cientos de tatuajes en todo el mundo. 

Pero sin soberanía en un mercado que promueve la escasez no hay artista sudaka que aguante, ni cultura que pueda defenderse de su extractivismo.

Con el documental quiero indagar sobre esta problemática y visibilizar un poco al arte marrón en el mundo.

– Es una obra que hiciste hace 11 años, que viajó por todo el mundo y que ahora te lleva a Corea. ¿Qué relación tiene este viaje con la obra? Y, ¿por qué cobra aún mayor sentido lo simbólico de tu arte en ese territorio? 

Con Martin Kohn, el director del documental, decidimos que el documental no se filmaría en Europa sino en Corea del Sur, donde registré la mayor cantidad de tatuajes de esta obra. No tengo idea por qué, pero espero con todo mi corazón conectarme con estas personas a pesar de las diferencias culturales.

Por ahora sólo tengo conjeturas: Corea del Sur prohíbe prácticamente los tatuajes. No solo están mal vistos por su asociación con la cultura presidiaria, sino que hay sólo diez personas habilitadas en todo el territorio para hacerlos. Por otro lado, veo un vínculo entre una economía que creció muy rápido poniendo el costo sobre la salud mental de sus ciudadanes, siendo uno de los países con mayor tasa de suicidios en el mundo. 

La brecha de género se nota en un país en guerra donde los varones realizan el servicio militar obligatorio y resienten esta demanda sobre las mujeres. Ellas son las que empezaron a cuestionar este orden llevando sus tatuajes en el espacio público, frente a una mirada social hipervigilante y el acoso sobre la vida privada fomentado cotidianamente por el star system mediático.

Ningún país y ningún individuo -ni Argentina ni yo- estamos exentos de contradicciones, y creo que lo mejor que puedo hacer frente a este fenómeno es llevar conmigo mi vulnerabilidad así como hacemos los docentes con nuestres alumnes todos los días.


– ¿Creés que el significado de la palabra
libertad está en peligro en el contexto político actual global, pero sobre todo en Argentina?

La libertad es un concepto en disputa histórico. En Argentina tenemos a un candidato del partido de extrema derecha, “La Libertad Avanza”, asesorado por -quienes él llama- los “próceres” del liberalismo local. Los Benegas Lynch crearon en el ‘57 el “Centro de Estudios sobre la Libertad”, en medio de la “Revolución Libertadora”, el golpe de estado que bombardeó la Plaza de Mayo asesinando a más de 400 personas y dejando 800 heridos.

Éste candidato tuvo un crecimiento exponencial a través su campaña digital, que está vinculada a la campaña de la extrema derecha latinoamericana. A su vez, éstas estrategias se construyeron con la minería de datos que utiliza la derecha en el resto del mundo. En todos los casos las campañas se centraron en atomizar el tejido social fomentando el antagonismo, desempoderándonos y abusando de la información que recolectan de nuestras interacciones digitales.

Esto hizo de las redes un “dispositivo de adicción cibernético” tal como lo describe Paul B. Preciado. Él planteó esta pregunta recientemente y no puedo sacármela de la cabeza, algo así cómo: ¿Qué libertad pretendemos vivir en medio de un poder cibernético que nos convierte en adictos? Adicción en el sentido de no poder hablar cuando más necesidad tenemos de nombrar la violencia. 

Estoy plenamente consciente que mi obra fue viralizada en este medio, pero quiero creer que la garra del capitalismo no puede alcanzarnos cuando las redes sociales funcionan por lo que la palabra las define: redes de afectación e intimidad.

– ¿Qué estrategias podemos darnos cada une en su terreno para recuperarla y seguir resignificandola? 

Creo que todes tenemos una responsabilidad en revertir esta deuda de belleza simbólica, esta privación de experiencias sensibles que recae sobre nosotres. Privación que internalizamos con violencia y que podemos direccionar contra esta cultura de explotación que nos lleva a pisarnos la cabeza incluso en nuestras comunidades. En ese sentido, renunciar a esta cultura implica asumir la alegría de co-crear el mundo con otres sin saber cómo, de enamorarnos de sus sensibilidades y lidiar con el conflicto del desencuentro. 

Tenemos claro que todes podemos hacer un poco más horrible este mundo. Pero no se necesita un título de artista o docente (dos cosas que comencé como autodidacta) para actuar de otra manera sobre la cultura. De hecho, lo hacemos todo el tiempo. Todos los días. Y si comenzamos a organizar estas intervenciones en pequeños dispositivos críticos, sensibles, inclusivos (una ronda, un baile, tantas cosas), podemos recuperar de a poquito la autoridad para decidir a conciencia en donde queremos poner en juego nuestra autonomía (más allá de las redes y las urnas). Disentir del entumecimiento de los sentidos es recuperar la soberanía de nuestros desbordes, allí donde se define la repetición individual o una nueva posibilidad colectiva.

Un poco como Lévinas, pero al revés:
Construir un mundo en dónde se pueda ser libre, es ser libre.

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Bio de la autora: Paula Colavitto es co-fundadora de Revista Colibrí.
Es viajera y artista multidisciplinaria: fotógrafa, realizadora audiovisual, performer y cantante.

ARTE PARA EL CAFÉ
es una sección de arte y cultura impulsada en 2023 y curada
por Carla Peverelli y Paula Colavitto.

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