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Jazz vs Blues | Revista Colibri
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Jazz vs Blues

Por Abel Solari Pavón

“Los trajo el viento” era el nombre de la banda jazzera protagonista. Compuesta por una baterista que me recuerda místicamente a la primer drummer de Sumo -Stephanie Nuttal-, tres vientistas de la hostia en trompeta, saxo tenor y saxo alto respectivamente, por ultimo un tipo con muchas agallas en contrabajo. Era una tarde de noviembre y volvía a mi casa de una entrevista que no pude realizar. Me senté en un cantero de hierro que adorna la calle Florida, encendí un cigarro y me deje envolver por el ritmo embriagador que alivianaba mi bronca, junto a otros transeúntes ocasionales, ya que el mal día que venía teniendo, más el microcentro y el calor habían logrado en mí un mal humor indeseable.

   Una mujer pasa rápidamente frente a ellos y sin dejar de correr hacia su destino saca frenéticamente dinero de la cartera y lo deja junto con una sonrisa que expresaba su aliento para con los músicos. Una nena de no más de 7 años que después de recibir 10 pesos de su padre también los deposita en el estuche que está en el piso frente a la baterista. Entre tema y tema algún interesado compra algo que parece ser un CD artesanal y las manos generosas enfilan una a una hacia la “gorra” improvisada haciendo valer el trabajo y el arte de este quinteto. También contribuyo modestamente con cinco pesos.

Nada hacía intuir lo que estaba por ocurrir, ninguno de lo que estábamos allí entendió bien de entrada lo que pasaría. Primero vi como la mirada del contrabajista avanzaba de soslayo hacia un costado de manera fija y seria, como quien se pone en alerta pero sin descuidar lo primordial: la música. Lo que miraba el contrabajista era a una persona que le estaba haciendo gestos a unos 4 o 5 metros, distancia que se fue acortando haciéndose oír cada vez más fuerte. Este personaje era un puntero cambiario de papelitos verdes, de benjamines fránklines, de dólares, un arbolito… entre improperios, ademanes varios y amenazantes vociferaciones el hombre en cuestión les exigía violentamente que se fueran del lugar justificándose en que el «ruido” de la banda le impedía trabajar. Extrañamente estaba ensañado con el contrabajista de rulos, que no parecía muy amedrentado. Cuando el mal llamado arbolito le dijo al músico que tenía una familia para mantener por la cual estaba trabajando, muy digna y seriamente el instrumentista le respondió que él también estaba trabajando, ganando así el silencio de su contrario. En todo momento la banda nunca dejo de tocar, haciendo de ese pequeño gesto, una gran actitud y un gran mensaje para cualquiera que lo sienta como tal.

Como si no fuera suficiente, se sumaron dos personajes más al apriete, de unos 40 años al igual que el primero, incluso uno de ellos hablaba por celular y hacia señas hacia la banda como si su interlocutor lo pudiese ver, muy enojado y como pidiendo más monos (porque no eran ni lánguidos ni diminutos estos fanfarrones). Todo se volvió muy turbio y mafioso en cuestión de minutos. El puntero inicial volvió a arremeter desesperado y con profunda cólera, diciendo que ya lo iba a encontrar por ahí y haciéndolo asumir que lo mínimo que iba a ganarse el músico era una golpiza, “te voy a matar” “vas a cobrar, sábelo”, repitió como mínimo, y no es un detalle menor lo último que se dijeron, porque de repente en un rapto de conciencia ciudadana el cambiario trabajador le dijo que ellos no podían estar tocando en la calle porque está prohibido, a lo que el músico ya a los gritos ganado por la impotencia, por la bronca y siendo atajado por la misma gente, le contestó: “Lo que haces vos está prohibido y es ilegal, vamos a llamar a la policía, ¡mi trabajo no es ilegal hermano!”. Acto seguido el mafioso “trabajador” se mete en una galería de enfrente y desaparece. Los otros ya se habían esfumado entre la gente que nunca dejo de aplaudir tema tras tema con más fuerza aun mientras duro el bochornoso hecho. Como frutilla del postre agrio, un oficinista que observaba desde lo alto de su trabajo el último intercambio de gritos entre músico y agente cambiario, se hizo oír clamando “¡Dejen trabajar a los músicos!”.

“Los trajo el viento” y solo el viento se los llevara, el arte se defiende con ideas, pasión y expresión, los bichos monetarios solo defienden intereses (políticos y económicos) que no son naturales porque no nacemos con un instinto para los negocios pero si con dos oídos y un pecho que vibra al son del ritmo, podemos prescindir del sucio metal en lo más profundo del ser pero no de las notas que viajan en el aire y alimentan nuestra alma, que las traiga el viento. Él blue(s), ellos Jazz y la violencia siempre es medio punk.

Ilustración: Juan Paz
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