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"La filosofía no resuelve problemas, los crea" | Revista Colibri
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«La filosofía no resuelve problemas, los crea»

por Santiago Carrillo

Fotografía: Paula Colavitto
En la esquina de las calles Costa Rica y Fitz Roy, en el barrio porteño de Palermo y a media cuadra del canal televisivo C5N, hay un hombre de estatura media y cabello castaño oscuro y largo, atado al estilo cola de caballo. Este hombre parece estar trabajando en algo importante, pues su mirada se centra en una computadora portátil en la que escribe luego de tomarse unos minutos de meditación, cuando sus ojos oscuros se pierden en la nada misma, en un silencio inmutable y con el ceño fruncido, como si llevara el enojo incrustado en su rostro.
Su estadio se interrumpe cuando ingresa a la cafetería otro hombre, bastante mayor que él, de pelo canoso engominado hacia atrás y con una voz grave e inconfundible. Es Víctor Hugo Morales, el periodista y locutor uruguayo, quien se acerca para saludarlo gustoso, con la cara estirada por una sonrisa y musicalizando un “¡Ohhh!” por la sorpresa del encuentro. El hombre se levanta de su silla y le pregunta con su voz tenue “¿Cómo estás?”, para después fundirse con el relator en un abrazo digno de monumento.
El hombre que vuelve a su trabajo es Darío Sztajnszrajber, el Licenciado en Filosofía de 48 años, que se autoproclama como docente: dicta clases en la Universidad de Buenos Aires, la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales y también pasó por primarios y secundarios. Ganó popularidad gracias a su trabajo de divulgación en Canal Encuentro, con el programa “Mentira la verdad”, y también se desarrolla en el teatro: por un lado, con la obra Desencajados, una combinación de música y filosofía que realiza con su pareja, Lucrecia Pinto, y, por el otro, una serie de clases en la Ciudad Cultural Konex, que el pasado 14 de julio se presentó junto al historiador Felipe Pigna para pensar el bicentenario de la independencia.
Cuando Darío vuelve a su empresa, la redacción de un nuevo libro, que tendrá la misma connotación del que publicó en 2013: “¿Para qué sirve la filosofía?”, una especie de crónicas mundanas en primera persona que desarman los principales cuestionamientos filosóficos, como la verdad o la muerte, recibe una nueva interrupción, pero esta vez en forma de llamado telefónico: -No-, dice con seguridad –no voy a aprobar algo que no vi-, afirma Darío refiriéndose a la edición de lo que será la cuarta temporada de “Mentira la verdad”, que se estrenará el próximo agosto por Canal Encuentro con un estilo diferente a la acostumbrada ficción: una clase pública de dos horas en la calle con miles de personas que se acercaron espontáneamente; cada capítulo será un recorte de 20 minutos.
Darío es amigo de las preguntas existenciales desde muy pequeño, cuando cursaba la escuela primaria y ya se cuestionaba sobre el origen de su presencia terrenal. Más adelante, en el secundario Nacional Mitre –que comenzó en dictadura y concluyó en democracia-, en la zona del Abasto, se perdió en la continuidad de los parques de Julio Cortázar y confirmó que se dedicaría en el ámbito de las humanidades. Así fue que se anotó en Letras, en la Universidad de Buenos Aires. Tampoco fue un camino de felicidad: aunque no le pondrían obstáculos, sus padres tenían ciertas dudas de como iría a vivir «el nene». En cuanto a los amigos, fueron vínculos que se rompieron, y que volvieron a forjarse recién el mes pasado, con motivo del 30° aniversario de egreso del secundario y “reencontrados en el mejor lugar del mundo: un grupo de whatsapp”.
Cuando cursaba el Ciclo Básico Común tuvo como profesor de filosofía a Tomás Abraham, quien le despertó nuevas inquietudes para elegir otro rumbo en el ámbito de las ciencias sociales. Finalmente, Darío se cambió a filosofía. Tuvieron que pasar tres años para que Darío tenga su primer, y tal vez la más importante, crisis vocacional. Sucedió cuando comenzó a militar en la Juventud Peronista, más específicamente en el Movimiento de Renovación Peronista –liderado por Chacho Álvarez-. Con el barro en los pies del trabajo social consideró que la filosofía era “muy paja”, y le perdió encanto a una carrera muy departamental.

Se anotó en Trabajo social, pero nunca llegó a cursarla. Luego, con otros tres años de abandono a la filosofía, volvió a enamorarse de ella gracias a la docencia. Reconciliado, empezó a dictar clases y comprendió que siendo docente iba a poder militar y hacer filosofía al mismo tiempo. “Para mí la docencia es una militancia y la filosofía es un medio. Cuando me preguntan a que me dedico, yo digo docente, no Licenciado en Filosofía”, dijo Darío Sztajnszrajber a solas con Colibrí.

-Como docente, ¿Qué análisis haces de la educación, luego de la masiva manifestación estudiantil del pasado mayo, la más convocante desde 2001, que reclamó el aumento del salario docente y el presupuesto universitario frente al incremento de las tarifas?

-Creo que hay dos planos de análisis: uno estructural y otro coyuntural. En cuanto a la estructura, hay que pensar a la educación desde sus fundamentos y como institución. Se considera al docente como un “formador”, lo que para mi gusto es reaccionario: supone que el alumno no tiene forma. Y esa formación tiene que ver con inculcar un formato que se suscribe a una determinada norma. La educación tiene un problema estructural que tiene que ver con que se busca formar pensamiento crítico y espíritus libres, pero desde un formato que, como toda institución, tiende más bien a todo lo contrario.

Por otro lado, el análisis filosófico ayuda a pensar la coyuntura, pero no la resuelve. En los últimos años hubo una ampliación importante de presupuestos universitarios y creación de nuevas facultades en lugares donde históricamente no los había, que respondió a una política de democratización importante, que hoy encuentra una retracción en otro modelo de país. Las luchas coyunturales son importantes porque atienden la realidad concreta, pero es fundamental pensar la educación como fenómeno.

-El cambio de modelo de país implantado por Mauricio Macri no se produce aislado. En latinoamerica hay un retroceso de los movimientos populares y un avance de las ideologías de derecha. ¿Por qué las organizaciones de izquierda tienden al sectarismo y no tienen la capacidad de unión que sí consigue la derecha?

-Ser de izquierda tiene que ver hoy con la deconstrucción, por eso la filosofía me parece útil para la emancipación. Deconstruir tiene que ver con entender que nada es definitivo, que no hay esencias en el mundo, que el poder se construye, sobre todo, en asociación al saber. Entonces, más que proponer la destrucción de un mundo por el reemplazo de otro mejor, la deconstrucción muestra que siempre que hay un sistema normativo hay violencia, que siempre tiene distintas formas. No se trata de salir de un sistema normativo para entrar a otro, el problema es la norma porque restringe. No me cierra la política tradicional, por eso creo que la libertad no tenga que ver con un lugar donde todos seamos libres, sino con estar desmarcándose todo el tiempo de aquellos marcos que buscan imponer una concepción del mundo como si fuera la única. Desde ahí debe pararse la izquierda, porque la derecha es más inteligente en términos de poder: cuando tienen que aplastar se juntan sin problema, mientras que la izquierda se detiene a discutir en cómo debe hacerse la revolución.

Fotografía: Paula Colavitto
-En la tercer temporada de Mentira la verdad sucede que el personaje de Darío que interpretás corrompe sus ideales por vender el programa a una productora en Miami que banaliza los temas filosóficos, y luego recibe varias críticas de su entorno. ¿Tuviste miedo de que lo que te pasó en la ficción se convirtiera en realidad por tu trabajo de la divulgación, que es muy resistida en los ámbitos académicos?
-Por supuesto, lo trabajamos porque es un miedo. De alguna manera lo que hicimos fue plantear hasta qué punto este trabajo que hacíamos podía salirse de sus propios límites e irse al opuesto. En primer lugar, la masividad puede ir quitándole identidad a lo filosófico. A veces me pasa que en algunos lugares me piden que baje tanto el discurso, que parece que de filosofía no queda nada. Otro problema de los límites es con la predicación, porque hacer filosofía es cuestionar los dogmatismos de todo tipo y el miedo es caer en el propio dogmatismo: ¿hasta qué punto uno no puede convertirse en un predicador como en la parodia de la tercera temporada? Nosotros tomamos como referencia el personaje de Tom Cruise en Magnolia: un invocador que le habla a los hombres en contra de las mujeres, y ahí podemos hablar del último límite que es la autoayuda. En cuanto a lenguaje, la filosofía es muy similar al psicoanálisis, pero hay una diferencia de posición: la filosofía no resuelve problemas, los crea.

 

-Otro de tus miedos es la muerte…

 

-Pero no en un sentido psicológico, sino más bien ontológico. ¡Le tengo más miedo a que pierda Estudiantes! La muerte es algo que postergamos todo el tiempo y entendemos que falta mucho para que suceda, aunque la verdad es que está a la vuelta de la esquina. Cuando pienso en la muerte me vuelve la angustia. Pero hay que ponerse en ese lugar, porque recordando mi condición finita se reconfigura nuestra vida. No le temo de manera inmediata, pero sí necesito volver todo el tiempo sobre mi condición de mortal para reinventar mi existencia.

 

-Y alguien que murió fue Dios, dijo Friedrich Nietzsche, uno de tus filósofos favoritos. Sin embargo, en uno de tus capítulos de Mentira la verdad decís que hay un retorno a lo religioso, ¿Por qué?

 

-La religión es un ejercicio de pregunta a partir de los límites con los que el ser humano se encuentra. No es un retorno religioso en cuanto a las instituciones, sino una presencia de búsqueda que lo vemos en las creencias populares, el arte o en nuevos formatos de idolatría. Es religioso porque el humano jamás está conforme y se cuestiona todo el tiempo si hay algo más. Cuando las instituciones religiosas obturan y ponen un parche al dar una respuesta absoluta se traicionan a sí misma.

 

-Como manifiesto “bilardista” siempre te pusieron en debate contra el polo opuesto, el “menottismo”. ¿Por qué la sociedad argentina tiende a rivalizar todo convirtiéndolo en un Boca o River, Messi o Maradona?

 

-Creo que el fútbol despierta una fibra muy humana que es la dicotomía, que nos ayuda a estar en el medio: construye la relación amigo-enemigo. Uno afirma su lugar porque sabe con quién se enfrenta, entonces cuanta más dicotomía hay en el planteo, más tranquila está esa persona en sus propios límites, porque tendría que asumir que está compuesto por un poco de todo. Me parece que el fútbol, como deporte dual –ganar o perder-, ha concitado lo que el ser humano tiene en búsqueda de su propia tranquilidad y futboliza todo. Me preocupa que ese dispositivo se utilice en la política, en el hogar, en la pareja o un libro. Pensar todo futbolísticamente es el real problema.
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