(fuente: Brújula Barrial)
La Negra Marta toca el piano, la guitarra, el bajo, el trombón y canta. Esa versatilidad le permite formar parte de proyectos que ama, admira y, sobre todo, disfruta. Cordobesa del sur, de un pueblito, de una familia piola, de amigos del barrio, bicicleta, porrito y mucha música.
¿Cómo fue tu infancia en relación al barrio donde te criaste?
Yo Nací y me críe en el pueblo de Oliva, estuve allí hasta los 17 años. Nos criamos un montón de pibes y pibas de distintas edades, la salida era con la bici. Los pueblos generalmente están divididos: de un lado y del otro de la ruta. Y no podías cruzar a cualquier edad. Salíamos todos en bicicleta y jugábamos hasta tarde y no era peligroso: uno dejaba las ventanas abiertas, las bicis afuera, todo abierto en verano, o la tele en la puerta y nosotros sentados con las sillas ahí, a ver tele. En las navidades también sabíamos juntarnos, sobre todo por año nuevo: armábamos una mesa en la calle, bailábamos, poníamos música. Después de adolescente tuve más pelea con la cosa del pueblo y sentirse que una es bicho raro en el pueblo, pero no cambiaría la crianza que tuve ahí, la curiosidad y la inocencia. Siempre recuerdo el pueblo de la niñez, y particularmente de los locos, porque hay un hospital psiquiátrico muy grande todavía hasta hoy. Nos cruzábamos con los pacientes cuando salían, los conocías de chicos. Íbamos en bici a la siesta, ya cuando teníamos más de 15, 16 años, íbamos a visitar a los pacientes con yerba o puchos, a pasar la tarde en esas arboledas gigantes. Muchos recuerdos: la bicicleta, callejear hasta tarde, andar con los perros todo el día, a la siesta, re sano, también, re lindo. El secundario me quedaba a una cuadra de casa y llegaba tarde todos los días. Eran cosas muy sencillas, pero re lindas, las recuerdo con mucho cariño.
«Soy fan de mis amigos. Me gusta la simbiosis que hay en tocar con gente muy querida para mi».
¿Cómo fue que te encontraste con un instrumento como el trombón?
Mi hermano más grande es trompetista, siempre tocó la trompeta desde muy chico, desde los seis o siete años. Yo crecí con eso. De muy chica yo cantaba, aprendí a tocar mi guitarra entre mi hermano y unas revistas que había por ahí. Mi viejo era orfebre y relojero y laburaba en casa, mi vieja era enfermera y laburaba todo el día, mucho de noche, así que estaba con mi viejo. Él era un personaje. Me tuvieron de grande, así que siempre fueron adultos y de niña yo era una chica grande también. Había esa unidad con la música que a mi me parecía alucinante. Mi hermano de muy chico empezó a tocar con bandas, mi papá lo llevaba. Esa cosa de irse con el instrumento de viaje y conocer otra gente me marcó. De chica yo flashaba con eso y decía “yo quiero hacer eso también”. Pero muy lejos de pensar en el trombón todavía. Ahí en el pueblo lo que se podía estudiar era piano. Había unas chicas que se llamaban las hermanas Raja, que tenían una escuela de música donde te enseñaban a leer partituras e instrumentos. Ahí aprendí a leer y participé tocando el clarinete en la banda de los Bomberos. Marcha popular y eso. Ahí tenía 10, 12 años. Pero cantaba: siempre me gustaba cantar. Mi hermano me acompañaba. Me acuerdo que recibí el legado de todos sus discos y casettes de rock nacional. Y en el secundario tuve una barra de amigo que eran dos años más grandes que yo. Y todos escuchábamos rock nacional, todos con hermanos más grandes. Al tiempo yo me fui a Córdoba. El primer año volvía siempre al pueblo a comer asado los sábados, pero después te empezás a hacer otros amigos en la ciudad y cambia. Conservo muchos amigos de esa época, gente del interior. Tengo muy pocos amigos de Córdoba Capital. Yo con mi hermano conocí un montón de gente más grande que después terminaron siendo mis amigos, él me tenía que echar de las juntadas porque siempre estaba ahí, yo. Ellos me criaron también, de cierta forma. Ahora pasa al revés: yo soy la más grande de todas las barras. Mucha cosa sana y mucha libertad, también, porque mis viejos eran grandes y eran re piolas, a mi casa venía todo el mundo, podían venir todos esos amigos que en algunas casas estaban vedados porque eran medio bardo o porque la gente decía que fumaban porro. De hecho fuimos los fumanchines, de adolescentes, los rockeros, con la bandita en el colegio. Esos fueron los primeros pasos con la música. Y ya a los 16, ponele, yo venía a tomar clases a Córdoba y estudiaba con una profe que me enseñó mucho de la vida. Aprendí muchas cosas humanas con ella.
¿Qué es lo que más te gusta de los proyectos en los que estás ahora?
En general soy muy fan de mis amigos. Me gusta mucho la simbiosis que hay en tocar con gente muy querida para mi. Antes de la música hubo un montón de otras cosas, charlas, mate, muchos termos de agua, y admiración por lo que hacen como músicos o como artistas. Y aprender mucho vincularmente, aprender mucho más de ahí y de las formas de trabajar entre todes y de conversar mucho y también de chocarse contra la pared con otras cosas que atravesé en mi vida. Porque es como que noto cómo uno va aprendiendo y pasando por diferentes personas, hasta que llegás a un lugar donde decís “esto es muy hermoso”, tocar como si fuéramos una familia es muy hermoso. Poder viajar, compartir las cosas más dolorosas de la vida también, todo lo que implica, disfrutar mucho del presente. Lo que me pasó por ejemplo con Toch: yo era muy fan de ellos, pero estaban en España. Nos escribíamos. Y cuando volvieron tuvimos un encuentro. Tocar con ellos vino mucho después de compartir las charlas, el mate. Con ellos conocí otro rollo de gente de otro círculo y donde conocí otros amigos con los que comparto. Tocar con otra gente me resulta fácil, hacerme amiga de la gente con la que toco. Yo toco muchos instrumentos, y siempre digo que no toco ninguno bien, pero que sí toco muchos. Me gusta esa función de jugadora que puede estar en varios puestos. Eso creo que me abrió muchas puertas.
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La velocidad no tan abismal de la ciudad grande. El contexto precioso de nuestras sierras, de nuestra naturaleza. Y de estar cerca. Porque la mayoría acá estamos muy cerca. Y esa cercanía también se traduce en poder juntarse, juntarse a comer, tomar un mate, o caer sin avisar. Me pasó mucho en Buenos Aires: no soy de avisar y como llegaba tarde no me esperaban, es diferente eso. La vista que tengo es un privilegio, sentada frente a la montaña. Eso se traduce en la velocidad de las cosas y en las formas. Estamos cerca y somos conscientes de que tenemos que tratarnos bien y cuidarnos.
¿Cómo te llevas con las redes sociales?
Más o menos. Tengo mis épocas donde me peleo más. En pandemia apagué. Estuve en piyama muchísimos días. Justo había fallecido mi mamá unos días antes, así que estaba muy en otra. De hecho pensé que iba a tocar un montón, componer cosas, y estuve muy en otro plan. Estuvo bien también. Trato de usar las redes para generar laburo, mostrar el laburo, pero no estoy pensando todos los días en eso, muchas veces apago la transmisión y trato de que no me invada todos los momentos de todo.
¿Tenés algún sueño por cumplir como música?
Antes te hubiera dicho alguna pavada. Cuando era más chica: tocar con los Rolling… ¿sabés qué sueño? Poder ser una señora más grande (ya voy en camino a eso) y poder seguir disfrutando y viviendo esto. Tener salud para seguir con la música, viajando. Te hace bien. Pensar en eso, poder seguir haciendo esto, que se vaya transformando pero que la música siga siendo el motor.
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