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La otra política: primer Congreso Nacional de los pueblos indígenas en Chiapas, México | Revista Colibri
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La otra política: primer Congreso Nacional de los pueblos indígenas en Chiapas, México

Texto y fotografías por Martina De la Serna

                                 Esos rostros encapuchados significaron siempre una poesía.                                                            Versos que mantenían prendidas las llamitas de la resistencia.                                    Hombres y mujeres que se levantaron en armas contra el sistema de muerte.                                           ¡Ya basta! Pusieron el grito en el cielo por la vida. Por la dignidad.                        Y construyeron la utopía de los pueblos: crear autonomía.

Desde el 14 al 19 de Octubre se organizó la caravana del Congreso Nacional de los pueblos Indígenas en resistencia,  por los territorios zapatistas en rebeldía y por la ciudad de Palenque, para llevar a todos los pueblos la propuesta de la candidatura a la presidencia 2018. Es difícil explicar lo que vivimos esa semana junto con elles, porque es una estructura política muy diferente a la que estamos acostumbrados. Acá no hay partidos políticos, ni remeras, ni gorras regaladas. No hay falsas promesas. Acá no hay palabras difíciles ni discursos largos que sólo algunes pueden entender. Acá hay palabras sencillas y  de corazón. “Estas no son palabras que se las lleva el aire”, escuché decir en el corazón de la montaña Otomí.

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Lo que se postulará es el Congreso Indigena de Gobierno, formado por 141 concejales y concejalas de diversos pueblos. La vocera es María de Jesús Patricio Martínez, conocida como Marichuy, mujer indígena nahua, guerrera y rebelde. La vocera es eso, una voz de los pueblos, necesaria porque el sistema electoral oficial requiere de una figura a quién votar.

Al movimiento zapatista lo envuelve un aire de literatura, misticismo, metamorfosis de lucha de un mundo neoliberal. Sus cuentos repercuten más que un discurso, sus dibujos recorren más que las promesas, sus declaraciones son más fuertes que cualquier ejército. No hablan de dirigentes, hablan de “subcomandantes insurgentes”. Ni de poder, sino de mandar obedeciendo. No hablan de medios de comunicación, hablan de tercios compas. Es la otra política.

Luego de dos años de guerra, se dieron cuenta que nada bueno se puede esperar de un gobierno capitalista. Su compás se multiplicó en cientos de pueblos indígenas y cientos de no indígenas, (como elles nos nombran). Así, el 12 de Octubre de 1996 se conformó el Congreso Nacional Indigena (CNI). Uniendo las voces de les olvidades. Algo así como un mar de fueguitos. 21 años después nos encontramos con un océano de fuegos latientes, de todos los colores. Los pueblos fénix, los que de las cenizas siempre vuelven a construir.

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El tiempo de cada día en la caravana parecía eterno, ¿saben que la relación indígena con el tiempo es eterna? Para elles, la espera es parte del camino, por eso se representan con los caracoles, quienes  lentos y de a poco, siempre avanzan.  Parecía no importar esperar cuatro horas la llegada de Marichuy porque les concejales seguían de pie, muchas veces bajo la lluvia, al grito de “¡Vivan las mujeres rebeldes de México y el mundo! ¡Vivan!”.  La cosmovisión de los pueblos también se reflejó en el lenguaje, a pesar de que se vieron obligados a hablar español en sus propias tierras, las lenguas madres las llevan a cada rincón de la lucha. No existe el “yo” sino el “nosotres”.

Los discursos fueron encabezados siempre por mujeres haciendo hincapié en las triples opresiones que sufren las mujeres pobres indígenas, denunciaban las diferentes violencias sufridas en sus casas, en sus trabajos, en los espacios de organización y en el sistema entero. Hablaron de unir el campo y la ciudad, unir todas las trincheras contra los enemigos, de ejercer la dignidad y sentir la más profunda rabia para transfórmala. Hablaron del poder de la Madre Tierra, de la resistencia mapuche, de les desaparecides y de Ayotzinapa (sus familias siempre estuvieron presentes). Nunca se dejó de repetir que había  llegado la hora de los pueblos.  Se mencionó el papel del arte como herramienta fundamental de la lucha. “El arte y la cultura es de quién la trabaja”, se mencionó. Zapata estaba siendo multiplicado.

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Luego de cada acto político venia el acto cultural, con cantos, poesías y bailes envueltos de protesta. La fiesta seguía (sin ningún tipo de droga), con música en vivo hasta la madrugada, momento en que había que preparar todo, desayunar y subir al camión dónde, unas cuantas horas más tarde, llegaríamos a la siguiente comunidad.

“No nos tienen que idealizar”, escuché al pasar. El aire literario que atraviesa al zapatismo ya no estaba en el más allá para mí, sino que estaba en el más acá. No son objetos inmunes con pasamontañas, son personas con pasamontañas: las mismas personas que después de dar un discurso en el escenario me  vendieron un tamal, las mismas que compran una coca-cola en la tienda o usan camisetas del Barsa. Personas llenas de contradicciones y es por ese motivo  que su lucha es aún más valiente y admirable. Es, tristemente, claro que los resultados en las urnas no van a ser a favor del pueblo, sin embargo lo que se ganó, y se va a seguir ganando, es fruto de la organización.

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Hermanos y hermanas del mundo, llegó la hora de “la otra política”, de otra forma de organización, la hora de la política de los pueblos. Llegó la hora de reflexionar si el progreso está mirando hacia adelante o mirando hacia atrás… profundo en nuestras raíces. La lucha no cansa, es como un baile, como una fiesta.

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“Queremos seguir viviendo, y queremos vida para todes”

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