Loader
La sombra de lo ausente | Revista Colibri
53
post-template-default,single,single-post,postid-53,single-format-standard,bridge-core-1.0.5,ajax_fade,page_not_loaded,,qode-title-hidden,qode_grid_1300,qode-theme-ver-18.1,qode-theme-bridge,disabled_footer_top,disabled_footer_bottom,qode_header_in_grid,wpb-js-composer js-comp-ver-6.0.2,vc_responsive

La sombra de lo ausente

Por Nicole Martin

Recuerdo mis zapatillas azules atravesando la Plaza de los Periodistas. Corría el año 1976, mi hermano me había llevado de paseo, como otras pocas veces que me daba el gusto. La plaza tenía las hamacas más altas del barrio de Flores. Por eso la elegía como mi favorita pero, Damián, lo hacía porque era el punto de encuentro con algunos amigos. Aquel día nos encontramos con Pablo, uno que no caía bien en mi familia, incluyendo mi parte. Él era callado y cuando hablaba, lo hacía despacio y en voz baja. Nunca le entendía mucho ni tampoco me interesaba por hacerlo.

La visita fue sumamente corta. Minutos después de empezar a tomar vuelo en el juego más solicitado del cajón de arena, Damián me hizo la seña de volver a casa. Me pareció extraño y pregunté porque, pero mi hermano me mostró con la cabeza hacia donde debíamos ir. No era para el lado de casa.
Caminé de su mano pocas cuadras a una suma velocidad para mis pequeños pies y llegamos a la casa de Andrea, otra amiga suya. Ella sí que me caía bien, con su pelo largo y las uñas siempre pintadas de rojo. Creo que a mi hermano le caía mejor, porque íbamos bastante seguido. Siempre que la íbamos a ver, ellos tomaban mate en la cocina mientras yo jugaba con sus perros. Un labrador con más canas que ganas de moverse y un cachorro de perro callejero, que me perseguía por la casa como si fuese la misma Plaza de los Periodistas. Esa vez no pudo ser, porque Andrea no estaba en su casa. La madre y Damián hablaron unos segundos. En seguida nos fuimos a buscarla a la escuela, que después conocí como el Colegio Nacional de Buenos Aires, en el auto de su cuñado. A ese punto, mi hermano no paraba de hacer caras y fruncir el ceño. En algún momento bufé, porque quería volver a la plaza y ya se estaba haciendo de noche. Me respondió con una expresión severa que aún me provoca dolor de estómago. Cuando llegamos, Damián me dejó en la biblioteca. Ya había estado ahí en otras ocasiones y sus olores me recordaban a la que era la pieza de mi abuelo. No me gustaba estar ahí, pero aún así esperé.
Un tiempo indeterminable después, vino a buscarme. Estaba solo. Salimos del edificio demasiado rápido para indagar por Andrea. Ya en el auto, le pregunté. Y se quebró. Lloró y golpeó el volante tres veces. Nunca lo había visto así. Viajamos a la casa de ella en silencio, con la mirada fija al frente.
Cuando estábamos a menos de una cuadra, frenó de golpe. Dos casas antes de la de Andrea, dijo algo que no entendí y que pareció un insulto. Frente a la casa había un auto de policía. Entonces Damián dio marcha atrás y siguió por la misma calle. Giró muy rápido en la esquina y comenzó a respirar más fuerte. Le pregunté que pasaba y no me respondió.
Manejó muchísimo más rápido, esta vez camino a casa. Dijo entre dientes que iba a dejarme ahí. Rezongué y pataleé, quería ver a Andrea. Damián tenía los ojos perdidos y la boca entreabierta. No me contestó. Me bajé del auto con una sensación extraña y entré a mi casa. Mi mamá me esperaba con la comida, pero no pude probar bocado. Ella se preocupó y le conté lo de Andrea, la búsqueda sin resultado y el auto. Empalideció.
Lo próximo que recuerdo son los gritos de Damián, que me despertaron. Lloraba muy fuerte y de su garganta rugía un aullido de dolor profundo. Lo encontré tirado en el suelo, abrazado a las piernas de mi madre, que también lloraba tapándose la cara. Me mandaron a la cama con la orden de no salir. La mañana siguiente me hizo entender que Andrea estaba muerta, pero no como el abuelo, sino como alguien que era muy joven para morir. A los pocos días mi hermano se fue de viaje, a algún lugar sin nombre. El tiempo me hizo entender la historia, pero después de que Andrea se fue, algo cambió, el tiempo dejó de correr para mi hermano, que cuando volvió no quiso hablar de ella, como si aquella tarde no hubiese existido o como si hubiera desaparecido.
No Comments

Post A Comment