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Las calles contra la reforma | Revista Colibri
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Las calles contra la reforma

Texto: Diego Gutierrez Pavón

Gajos de limones aplastados que son recurso popular contra los gases. Botellas vacías, cientas, en un día de calor agobiante. Vidrios rotos por todos lados. El escenario que quedó sobre Avenida de Mayo es el de una feroz y lamentable represión del gobierno de Macri sobre miles de personas que fueron hasta el Congreso -o lo más cerca que pudieron- para repudiar la reforma previsional.

Después de la suspensión de la sesión del Congreso y de la imponente y agitada jornada de protesta, sumado a la soberbia represión sobre las organizaciones sociales y trabajadores de todo tipo de gremio, la zona del Congreso se fue vaciando. Pero en varios rincones la bronca fue en vaivén.

Carros de basura incendiados, cartuchos de gases vacíos, volantes de distintas organizaciones.  En el asfalto queda parte de lo que pasó. Sobre Callao y Mitre la bronca sigue viva a la seis de la tarde.  Varias mujeres se acercan  a las vallas y les dicen gendarmes: “Ustedes tienen hijos ¿qué le van a contar mañana?”, “Vos seguro sos madre, ¿no te da vergüenza pegarle a una mujer?”.  Se acercan y tras el pequeño espacio que queda, gritan para ser escuchados. Le escupen la bronca contra la represión: “¡¡¡Cagones!!!”. La sangre agitada busca un grito, una descarga contra las fuerzas represivas.

Una mujer joven quiere pasar por un hueco y escucha un: “Aca no pasa nadie”, junto a una mano sobre el cuello y varios golpes más. A les gendarmes les brillan los ojos, algunes se rien. Uno que está al frente tiene la mirada desorbitada y se prepara para pegar. Parece rabioso, pega la cabeza contra su escudo y sonríe ante los insultos. En la esquina de la pizzería La Americana, uno de esos que no pueden parar de ser jefes ni un minuto, le dice a un empleado de gorra: “Anda sacando las piedras, por lo menos”.

Unos pibes en cuero alzan la voz. “Nosotros te pagamos el sueldo y vos nos reprimís”, “Son una basura”, “Cobardes”.  La esquina se empieza a agitar. La gendarmería hace algunos movimientos preparativos y genera nerviosismo. Se viene la represión. Primero unos gases de mano contra los que están más cerca de la valla y después se desatan.  Balas de gomas y el camión hidrante.  “Cuidado que tiene algo esa agua también”, gritan. Les que se refugian en el ángulo de la esquina putean. Cada tanto una risa también.  “Lavame la vereda hijo de puta”, grita entre risas contagiosas. “Lavame la ropa mulo”, y se ríen otra vez. Cae algune afectado por los gases y la solidaridad espontánea de varies le acerca agua y ayuda para respirar.

Se rearma la protesta y vuelve el agua. Vuelan piedras. Las que dan en el blanco se festejan. Se rearma la protesta y siguen las balas. Se rearma la protesta. Varias veces.  Se agita la gendarmería. No hay nadie que parezca padecer la orden de represión. Más bien es un disfrute tras las vallas. Las corren para avanzar y les que protestan empiezan a correr. Vienen las motos, más balas de goma azules que luego se arrinconarán contra el cordón o rebotarán en la espalda de les manifestantes.

Es una pequeña parte de una jornada histórica. El gobierno tuvo que desbordar de fuerzas represivas para intentar votar una ley que recibió un rechazo popular contundente. La sesión se levantó. Y corre un aire de victoria en las calles. Corren las noticias de periodistas atacados, de decenas de presos con destino incierto, de dudas y más dudas de la CGT, de diputados truchos y de la masividad de la luchas en las calles. Luego, más tarde, empezará el rumor de que va a ser firmado por decreto. Y entonces queda la sensación de una mecha que se prende y que en algún momento va a explotar.

 

Fotografía por Alana Rodriguez, Mara Bianchetti y Federico Cosso

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