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Lluvia | Revista Colibri
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Por  Martina de la Serna

Fotografía: Paula Colavitto

Odio la lluvia porque es hermosa.

El orden de lo bello pertenece al orden de lo social.

Lo estético le corresponde a quien puede pagar esa belleza.

Una belleza mercantilizada.

Y la lluvia, en el orden de lo natural y perteneciéndonos a todxs,

para algunxs es la caricia en el cuerpo, el olor a tierra mojada, la tarde de siesta, la música para acompañar de a dos.

Mientras que a otrxs les queda el barro en la villa,

el único par de zapatillas mojado, las goteras en la chapa,

la imposibilidad de ir a laburar.

Y esto, no pertenece ni al orden de lo natural,

ni al orden de lo bello.

Pertenece a un mundo privatizado.

Situado sobre su suelo

quería quedarse quieto,

parecía penosamente preso;

balanceándose brillante…buscó,

el niño risueño, aquel que es feliz

con su flor fresca recién arrancada

 

Vuela el diente de león allí,

donde nuestros ojos no llegan.

El agua también hace lo suyo, se reinventa siempre.


Estoy flotando, estoy flotando

y un hilo que ata a mi cintura me sirve de eje.

Está aferrado a una flor del jardín.


Soy como un niño que se esconde tras el sol con su palma.

Hay luz…

Pero juego a que no la veo.

Encontraron un cuerpo, me encontraron a mí,

me rodean los yuyos, que me hacen picar.


Voy sintiendo cómo se acercan los leones,

se sienten tan poderosos;

ojala yo fuera uno de ellos.

Y no esta persona que acá yace.

Sólo el agua me tranquiliza,
que sé que los puede espantar.

A los gatos no les gusta el agua,
dicen.
Eso espero esta vez.

Un corazón que late, dos pulmones para gritar,

un estomago que no se traga cualquiera, sangre caliente y roja.

¿tu nombre?

Pienso en la última vez

que me vi al espejo.

Tetas púber,

pezones que no entiendo

si crecieron en la dirección correcta.

Pelos en la panza,

algo que cuelga entre las piernas

performáticamente.

A quien no le importa

la forma de mis huesos

ni mi piel,

sino su calidez.

Pienso en la última vez

que me vi al espejo.

Nariz grande,

pelo que le falta crecer,

un cuerpo incómodo,

demasiados huesos,

pancita con forma extraña.

Pensá en la última vez

que te miraste al espejo.

¿Qué viste?

¿A quién viste?

¿Qué te dijiste?


Pienso en la última vez

que me vi al espejo.

Un cuerpo extraño,

que casi no reconozco,

de tantos cambios.

El agua cada vez más contaminada

ya no lava nuestras pieles que envejecen sin caricias.

la fe no mueve montañas pero sí lo hacen las placas tectónicas.

Quién no piensa acata y obedece todo lo que le impongan.

Un mundo de espectadores y no de creadores

es mediocre y tiene vida corta.

Esta sensación es tan distinta al miedo, pero aún fascinante.

Me estás mirando como si fueras a comerme con los ojos,

como si no tuvieras nada que ocultar.

El momento controla las agujas de todos los relojes,
que giran hacia la derecha
en este enorme mundo.

Todo puede caber en esas dos pupilas negras,
que me siguen mientras paso frente a vos, sentado en la iglesia San Jorge.
En el primer parpadeo, dejo de mirarte por una milésima de instante donde tu expresión cambia, se relaja.

Pienso en que estos segundos bastaron para no olvidarte más.
Te conocí desde el enorme abismo de un instante y ahora, te quiero.

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