Los mira y sin detenerse
Por Micaela Petrarca/ Fotografía: Paula Colavitto
Sentado cruzado de brazos, escondido bajo su visera, mira de reojo y fija la mirada en el suelo. Lentamente se endereza mientras gotas de sudor brotan de su cien y se deslizan por su cuerpo envenenado por cianuro. Respira lo que sea que contenga su aire y con sus suelas de barro se echa a correr.
Se adentra en los pasillos del laberinto donde sus pies aprendieron a caminar. Salta y sus dedos impregnados de tóxicos residuos, pisan ahora la chapa de algún techo que cubre una casa.
Con el talón curtido, corre. Los mira y sin detenerse corre, porque el dedo índice de la misma gorra azul de siempre, lo acusa.
El proyectil dorado viaja en busca de su nuca para penetrarla y que su cuerpo se detenga por completo de un impacto y se pierda entre la basura en algún pasillo de la tierra de nadie.
Sus pies corren y van a correr hasta que la última luz se apague y por fin su visera se pierda en la oscuridad negra, bien negra de su barrio.
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