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Los ojos ciegos bien cerrados | Revista Colibri
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Los ojos ciegos bien cerrados

Por Pablo Hernán Velazquez

¿Qué es lo que hace que dos personas que seguramente sufren el ajuste del mismo modo que Vicente se crean con la impunidad de defender el patrimonio de una empresa que los explota, con jornadas extenuantes de horas diarias contabilizadas en dos cifras?

¿Cuál es el premio que Coto le da a los guardias que contrata por moler a golpes a personas que hurtan un poco de comida? ¿Cuál es la satisfacción de convertirse en el perro guardián y cancerbero de empresarios inescrupulosos, al punto de matar de la forma más salvaje y cruel a otro ser humano?

No es nuestra tarea realizar un análisis a distancia de la psiquis de dos sujetos capaces de llevar a la muerte a un anciano, por eso no será prioritario buscar una respuesta a estos interrogantes, ¿O es que acaso alguien es capaz dar respuesta a los mismos?

A las 20 horas de hoy, vecinos y vecinas de Vicente se manifestarán en la sucursal para repudiar el hecho y exigir justicia para la víctima.

Fotografía de Nicolás Ramos

El hecho

Vicente Ferrer tenia 68 años y padecía de demencia senil. El viernes 16 de agosto se acercó a la sucursal de la cadena de supermercados COTO ubicado en la calle Brasil 576, del barrio porteño de San Telmo, e intento llevarse un queso, una botella de aceite y un chocolate.

Advertidos de la situación, dos empleados de “seguridad” de la sucursal abordaron al anciano y comenzaron a propinarle una feroz golpiza que siguió en las afueras del supermercado, allí el fotógrafo Nicolás Ramos pudo tomar algunas imágenes de lo ocurrido.

Según la versión de testigos, pese a que los custodios de la cadena de supermercados ya habían reducido al hombre y recuperado los alimentos, continuaron descargando una violencia desmedida contra Ferrer.

Según el relato de Ramos, los custodios arrastraron a la víctima a la vereda, donde arribaron efectivos de la Policía de la Ciudad alertados por un llamado al 911. El adulto mayor, salvajemente golpeado y ensangrentado, fue puesto de pie, se descompensó y sufrió un infarto.

Según lo recogido por la agencia Noticias Argentinas, y por la periodista Luciana Rosende, pese a comenzar la golpiza dentro de la sucursal, hubo muchos testigos sin intervención para detener el hecho. Ya en la vía publica, un hombre en situación de calle increpó a los custodios, y les dijo: “ustedes le pegan así a la gente por robar comida y les pegan porque no saben lo que es tener hambre”.

Cuando yo estuve ahí, el hombre no se movió, ni abrió la boca, ni los ojos, para mí que ya estaba muerto”, relató Ramos, y agregó que los policías le pidieron que se retirara del lugar y que no tomara más fotos.

A partir de este momento se produjo el desenlace de la vida de Ferrer tras los intentos del personal policial y de transeúntes de reanimarlo hasta la llegada de una unidad del SAME, que lo trasladó al Hospital Argerich, donde se constató su muerte a las 19:45 horas.

Gabriel de la Rosa es uno de los custodios identificados por el asesinato de Vicente Ferrer. Según la versión de su abogado, Alejandro Roitman, “éste siguió al presunto ladrón hasta la vereda donde lo retuvo y le exigió que devuelva lo que sustrajo. Intervino un empleado del supermercado y De la Rosa fue a buscar ayuda de la Policía. Al retornar con un efectivo, lo halló tendido en la vereda junto a su compañero”.

La versión de los empleados de seguridad fue rápidamente refutada por una empleada de una panadería próxima al lugar, quien indicó que antes de la detención, los empleados de seguridad le habían efectuado una gran cantidad de golpes de puño cuando el sujeto intentó arrojarles la botella de aceite que tenía en sus manos.

A raíz del hecho, la Fiscalía Nacional en lo Criminal y Correccional detuvo a los agentes de seguridad de Coto por homicidio y dispuso que se mantengan incomunicados. La investigación está en manos del juez Darío Osvaldo Bonanno.

Coto, nos conocemos bien

El 30 de agosto de 2016 hubo una inspección de la Agencia Nacional de Materiales Controlados (ANMaC) a la sede de la cadena de supermercados situada en la calle Paysandú al 1800, en el barrio de Caballito.

En el procedimiento se encontraron 227 granadas dentro de tachos de basura, 41 proyectiles de gases lacrimógenos, 27 armas de fuego, dos de lanzamiento y unas 4 mil municiones.

A raíz de este descubrimiento, en octubre del año pasado, el juez Sebastián Ramos, titular del Juzgado Nacional en lo Criminal y Correccional Federal N° 2, procesó al empresario Alfredo Coto y a su hijo Germán, entre otras personas, por tenencia ilegítima de materiales explosivos, inflamables, asfixiantes, tóxicos o biológicamente peligrosos, sin la debida autorización legal o sin que medien razones que justifiquen dicha tenencia dentro de la sucursal.

Coto es un empresario que tiene el aceite que requieren los engranajes del poder para funcionar a su favor, por eso logró como regalo de navidad que le revoquen dicho procesamiento y lo eximan de la responsabilidad del arsenal hallado en una locación que le pertenece.

Bien acomodado, y casi siempre oficialista, Alfredo Coto no solo sistematiza la violencia hacia afuera, sino también puertas adentro: su cadena posee en su poder un historial nefasto de denuncias y acusaciones de empleades, a quienes somete a diferentes vejaciones en un régimen laboral de explotación, amenazas y abusos.

Los cuerpos dóciles

En el ensayo “Vigilar y Castigar”, Foucault incluyó un subcapítulo llamado «Los cuerpos dóciles», en donde señala que el hombre máquina se escribió sobre el registro anatomo-metafísico y el técnico-político (orientados a reprimir o corregir las operaciones del cuerpo). La idea de lo “dócil” une al cuerpo analizable y al cuerpo manipulable: es dócil un cuerpo que puede ser sometido, utilizado, transformado y perfeccionado.

La disciplina exige a los individuos la clausura, la especificación de un lugar heterogéneo y cerrado sobre sí mismo para facilitar la tarea de los aparatos que trabajan en él de una forma flexible y fina: a cada zona un individuo.  Descompone lo colectivo y el espacio de la disciplina es celular. Los cuerpos pasan a ser blancos para mecanismos de un poder que se desliza por cada segmento.

Mas allá del sistema que rija la vida sociopolítica a través de la historia, debemos hacernos cargo de que nos están robando la sensibilidad, y abrir los ojos.

Si lo pensamos quizás no logremos darnos cuenta en qué momento de nuestras vidas eso comenzó a suceder, pero a donde quiera que miremos en la calle hay situaciones que, por impotencia para modificarlo o por falta de interés, nos llevan a correr la mirada, a cruzar de vereda, a esquivar y a jugar al gallito ciego.

Sin intenciones de romantizar el dolor y las carencias, y mucho menos quitarnos responsabilidades, nos están enfermando con el egoísmo, con salvarnos primero nosotres, con ir por la vida con los ojos vendados y con auriculares puestos.

Con la idea del esfuerzo personal, la construcción del propio destino como un recorrido en el que no hay contextos que influyan, la famosa “meritocracia” convierte nuestra solidaridad en competencia.

Quizás esta es la mejor estrategia para ahogar cualquier intento de rebelión ante tanta mansedumbre. Eso explicaría porque ningún adulto testigo de la golpiza mortal contra Vicente intervino, aunque sea para explicarle porque le hacen eso a alguien que podría ser su abuelo a los menores que en hora pico abundan junto a sus padres, madres o familiares en un supermercado grande.

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