Loader
No era él | Revista Colibri
5119
post-template-default,single,single-post,postid-5119,single-format-standard,bridge-core-1.0.5,ajax_fade,page_not_loaded,,qode-title-hidden,qode_grid_1300,qode-theme-ver-18.1,qode-theme-bridge,disabled_footer_top,disabled_footer_bottom,qode_header_in_grid,wpb-js-composer js-comp-ver-6.0.2,vc_responsive

No era él

Por Ailin Ramirez


¿Viste cuando las cosas no se terminan? Esa sensación de que faltó algo. De que no hay respuestas, de que por ahí ni vos sabes las preguntas, pero ahí está. Es inexplicable, te atraviesa y te roba horas, minutos y segundos. Quizás meses. Quizás años. Pero que finalmente se va. Porque sí se va. Pasa ese brujo extraño que es el tiempo y de a poco la sensación se desplaza. Retrocede ante el ataque implacable del reloj. Y las preguntas se olvidan y las respuestas son aquellas que nos damos a nosotros mismos para estar tranquilos. Porque esa discusión con alguien ausente o que no puede dar respuestas, es un monólogo sincero, pero totalmente falaz. Un placebo. Bálsamo mentiroso para heridas que, de otra forma, no se van a cerrar. Y ahí estamos. Andando la vida con raspones a medio curar, pero vitales. Vitales porque nos recuerdan los errores que solemos cometer por nuestra condición de humanos. Vitales porque la vida sigue. Nosotros seguimos. Así, a medio curar, pero seguimos. Es la que va, dice la canción.
Y de pronto, un viernes nublado vas a la parada del bondi rogando que la lluvia no se largue con toda y esperas veinte minutos un colectivo que no viene. Decidís tomarte otro para tomarte otro después, para finalmente llegar a donde sea que vayas. Podrías haberte tomado MIL bondis. Del color que se te ocurra. Cualquier interno, cualquier chofer. Pero no. Te tomaste ese. Porque te bajaste del 24 sobre Corrientes y trataste de recordar donde estaba la parada del 12. Caminaste para el lado de Callao y llegaste a doblar… No, Riobamba. Para el otro lado. Diste Media vuelta sobre tus propios pies y volviste sobre los pasos puteándote un poco por ser tan colgada.
Viste que había un colectivo en la esquina pero no podías cruzar. Se te iba a escapar y lo sabías.
«Loco, no puedo ser así de desorientada».
Sabías que si hubieras ido bien a la parada a la primera, lo alcanzabas. Esperaste a que cambie el semáforo y el bondi de mierda te pasó por al lado. Las pequeñas burlas del destino.
Por suerte, vino otro pronto. Ese bondi. Ese y no otro.
“Hasta Belgrano, por favor».
Encontrás con la vista un lugarcito en el fondo de un colectivo demasiado lleno para tu gusto. Te haces lugar entre la gente, llegas, te acomodas. Sacas el celu para cambiar la canción y te pones bien los auriculares.
La puta madre.
El chabón.
Son dos segundos en que esas heridas a medio sanar, se vuelven fracturas expuestas. Sangre. Piel desgarrada. Mugre. Putrefacción. Todas las preguntas vuelven a vos como si nunca se hubieran ido. Más en carne viva, más llenas de rabia y más demandantes que nunca. Se te anudan en la garganta, te asfixian y te duele ahí donde sientas la ausencia y la incertidumbre. Desvías la mirada. No querés que te vea.
«Pero lo tengo al lado!!!!».
Mirás otra vez y la parte buena del cerebro empieza a funcionar.
«Le faltan los tatuajes».
«Tiene un toque más de barba».
«Tiene el pelo más corto y más oscuro».
«No tiene rulos».
«¿Qué carajo va a hacer el en 12? Si no labura por acá. Si no sale ni en pedo de la oficina y menos con está lluvia. Si ni siquiera vive en esta provincia».
No es él.
Así contestas, sin querer, una de las preguntas furiosas que te estaban ahogando: «¿Qué pasaría si me lo cruzo o lo veo en la calle?». Pregunta hija de «¿Me pasa algo todavía?».

Sí, te pasa. Claramente te pasa. Y todo eso que el tiempo va a borrar a su debido momento, por lo menos en este caso, todavía sigue ahí, rabioso, haciendo preguntas y supurando un poco de angustia y dolor. Y un poco de miedo y vergüenza. Porque la intensidad es así.
La buena noticia es que no tenes que resolver ahora lo que sentís. Porque no era él. Porque se bajó del bondi siendo el mismo extraño que era cuando lo viste la primera vez. No vas a tener que esconderte ni mirar para otro lado lo más fuerte que puedas porque no tenes ni puta idea de qué decirle. No sabes si queres realmente decirle algo, si queres darle vuelta la cara de una piña o matarlo a besos, abrazarlo y decirle que no se vaya nunca más. Que no desaparezca nunca más.
Todo a su tiempo, Lulú. Ya va a llegar el momento de lidiar con esas cosas. Podría ser ahora, pero se ve que no queres. O no podes. Seguí viaje.

 

Ilustración: Rick Beerhorst

No Comments

Post A Comment