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Porno: cuando se trata del displacer | Revista Colibri
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Porno: cuando se trata del displacer

Por Luz Rodríguez

Análisis sobre el porno hegemónico

Hasta hace cinco años era un milagro si a vos, chica heterosexual, un varón te practicaba sexo oral. “¡Aprovechalo!”, he escuchado de una amiga alguna vez, y hasta el día de hoy aún me resuena. ¿Qué sucede que el placer femenino está ubicándose en el terreno de la sexualidad recién ahora? En un mundo donde el aprendizaje sexual queda presente en búsquedas de Google, el boca en boca, en pagar servicios, en tomar experiencias ajenas, o en vivir las propias de manera tosca, el porno viene a ser ese personaje salvador. Pero, ¿qué tanto?

La industria de la pornografía es la principal máquina de generar fantasías, algunas de raíz un tanto -bastante- delictivas, y propone: arcadas, sometimientos, escotes sugestivos, pechos despampanantes, culos que no tienen correlación con las cinturas, personajes depilados, el no uso de preservativos (porque “deserotiza”), y juegos de roles donde la mujer no es una protagonista con mucha decisión (y, sí, que la actriz esté gimiendo forma parte del propio aparato, hacerte creer que ella “la está pasando bien”). Cuando se habla de porno machista significa la construcción de lugares desiguales, donde cada uno viene a jugar un papel específico legitimando esa desigualdad, y que después los usuarios replican de manera casi fiel: deseo de penetración a la primera erección, negarse a usar protección -y militarla bajo lemas como “yo lo controlo” y derivados-, ignorar consejos o indicaciones de tu pareja sexual; y sin ir más lejos, que se dé por finalizada la relación cuando acaba el varón.

Entonces, el porno como educador, es ¿liberador u opresor? Bueno, depende desde donde se lo mire. Los morbos y «deseos prohibidos» que cada cual desee llevar adelante en su vida sexual están presentes en cada ser humano; es innegable, por ejemplo, la existencia del sadomasoquismo. El tema con incluir a estos morbos en los contenidos fílmicos es que se va de lo particular a lo general, el deseo de unos pocos se vuelve el deseo de todos, y eso hace que se instale -a veces hasta de forma impuesta- una práctica que quizá no a todes los que participan «desde la otra vereda» quieran llevar adelante. Se replica lo que sucede en la película, en la vida real, quedando el consenso en otro plano. No hay que olvidar que en una relación sexual, donde siempre haya acuerdo, en general son dos los personajes presentes, por ende, dos cuerpos que están entregados al goce y el conocimiento tanto propio como ajeno. Si se contempla el goce de uno solo como satisfecho, entonces la ecuación (lamento decir) no cierra.

La iniciación sexual de la mujer siempre fue vista como la primera experiencia en la cual ésta se ve penetrada por un varón por vía vaginal (y donde el sexo anal queda ubicado únicamente en el plano de la fantasía). Esto nos puede hacer concluir que el indicador por excelencia es un pene. Pero hay preguntas que empiezan a hacerle ruido a la base de esta creencia. ¿Es obligatorio que suceda algo del orden del coito si visitas la casa de tu compañero sexual?; ¿Seguís siendo virgen si ya tenes experiencias sexuales que no impliquen la penetración vaginal?; ¿Si no hay penetración pero hacemos otras cosas, cuenta como coger?; ¿Está mal si une es asexual?

La conciencia femenina actual sobre el propio goce es algo que viene a cuestionar las maneras de entrelazarse sexualmente: la masturbación como autoplacer, el clítoris como alternativa al orgasmo vaginal, acabar, y dejar de fingir orgasmos son sólo algunos de los tópicos que se ubican en el ranking como posibles respuestas. Y donde también viene a liberar a todes les participantes de estos juegos de roles donde se genera una expectativa social: donde se ve al hombre como un personaje que, pareciera, tiene que estar activo y dispuesto siempre, sin importar situación, energía, o estado de conciencia, y donde la mujer, bajo las mismas condiciones, sea aquel receptáculo de placer que el otro quiere descargar con ella.

Hot Girls Wanted es un documental dirigido por Ronna Gradus y Jill Bauer que viene a mostrar la cara b de la industria pornográfica. Al principio del film, se arranca contando que los sitios porno tienen más visitas al mes que Netflix, Amazon y Twitter juntos. Sólo en EEUU todos los años cientas de chicas de entre 18 y 20 años ingresan a la industria. La única reglamentación que hay es que esté comprobado que las actrices son mayores y que, cada dos semanas, se hagan un chequeo para control de ETS. Los embarazos no son contemplados ni por casualidad. Entonces: ¿cuál es el disparador que las lleva a querer formar parte?

La violación comercial

“Ahora me siento un predador de mierda” dice, entre risas del equipo de filmación, Ton, actor quien va a interpretar a un tío político del personaje de Ava Taylor, una chica virgen y nerd a la que conoce desde su infancia, y de la cual se aprovechará para tener relaciones. Las indicaciones desde detrás de cámaras son claras: “Sin que te diga que sí, empiezas a tratar de seguir”, arengando a que le vaya quitando la ropa al personaje de su compañera. La actriz, en medio de estas indicaciones, está tumbada en una cama con una expresión facial que habla por sí sola. “No te ha dicho que sí del todo, pero intenta convencerla para el gran sí”, terminan de indicarle al actor. A ambos les hace ruido el tipo de historia que van a desarrollar. Las perversiones presentes en la historia que se cuenta también las viven los seres humanos que allí están para encarnarla.

Ava Kelly debutó con un Face Abuse, o la también llamada mamada obligada: mujeres atragantándose, a raíz de practicar sexo oral, lagrimeando, y hasta en algunos casos vomitando. Los sitios, que tienen el gérmen del morbo como su condición básica, guardan lógicas que después se ven reproducidas en el discurso social: referencias a la etnia o al nivel de “puta” de una mujer reafirman y justifican maltratos que después son expuestos en el relato para que el espectador (adivinen) se excite. En la filmación se ve cómo la figura masculina la denigra a Ava constantemente insultándola, pegándole, y hasta obligándola a comerse su propio vómito luego de expulsarlo. Mientras que el actor acaba, el límite parece que no. Muchas actrices se aventuran en el camino de la pornografía porque buscan experiencias nuevas (sin saber qué es lo que esconde actualmente), porque no les quedan muchas opciones dadas sus posibilidades socioeconómicas, o porque simplemente desean hacerlo.

Entonces, venciendo al sentido común y a sus justificaciones simplistas como “¿Y por qué no se busca otra cosa?”, podemos meternos de lleno en el tema preguntándonos por qué mejor no se articulan relatos con contenidos (y condiciones de producción) más sanos y responsables, sin que quede como un martirio lo que (por derecha) es un trabajo.

Una salida alternativa: Erika Lust y el porno feminista

“La gente que lo crea está más interesada en coger mujeres para castigarlas que en mostrar un buen encuentro sexual”, expresó Erika Lust, cineasta sueca, sobre el porno comercial. Ella busca darle un toque “femenino” a sus producciones manteniendo contacto con la gente que la sigue: expresa con orgullo que mediante sus cortometrajes traduce las fantasías que sus seguidores le hacen llegar. Sus films no contemplan el deseo masculino como el centro del relato sino que hay un juego en el que todes les participantes tienen voz y voto, con vínculos planteados desde la equidad, y llegando a un nivel de intimidad que recorre la capa personal de sus espectadores. Sus proyectos redoblan la apuesta cuando se tratan desde lo visual: lo estrictamente cinematográfico está presente y es puesto ante la cámara desde lo estético; sus realizaciones artísticas no dejan de ser películas y es por eso que sus films no sólo interpelan generando el efecto de excitación sexual buscada sino que cuentan con escenografía y tratos entre los personajes como herramientas de gestión que le agregan un plus al disfrute del ojo que presencia la pantalla.

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