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Rabia | Revista Colibri
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Rabia

Por Sofía Fusario

Hoy me salvó mi rabia. Mis ojos, por primera vez firmes, detuvieron una operación mortuoria adentro mío. Un procedimiento mamado de apartar la mirada, de llenarme de tristeza y vergüenza el pecho. Me miraste. A los ojos. Después las tetas desencajadas. Después los ojos de nuevo. Y volviste a mirarme las tetas, furiosas y desencajadas. Pero tuviste miedo. Tu espanto me recorrió de arriba a abajo el cuerpo. No pude ni quise bajar la vista, no pude ser otra. Insustituible y singular. Tuviste miedo de mí. Toda la violencia de la que soy capaz brilla como silencios de cuchillos que no callo.


¿Cómo empezar a describir esta existencia que arranca en mí, furiosa y deseosa de soltar la lengua? ¿Cómo aparece esta rabia? ¿Dónde se ubica?¿Quién la demarca y la otorga? Es pública la violencia que me convoca; no puedo hacer silencio. Haymundo, es otrx quien dice mi nombre; no elegimos cómo ser interpeladas. Y sobre todo no existe un “ser humano” anterior al dato político que me posiciona en una situación, en un (con)texto.

Cuando alguien me llama “lesbiana” agresivamente, no puedo defenderme a partir de mi condición de “humana”. La rabia, la vergüenza, la pena y la tristeza se producen en la medida en que me re-conozco allí donde soy llamada; pero no en los términos de una operación violenta. Si un tipo me mira las tetas libidinosamente en el bondi me interpela como mujer, me ubica como mujer en una determinada estrategia del juego de lxs cuerpxs. Y debo pararme allí donde comienza mi existencia política, que me excede y me constituye, para poder responder.

   “Si te atacan como judía, no puedes decir: bueno, yo soy un ser humano, sino que debo defenderme como judía”. No deja de inquietarme esta cita arendtiana, descubierta como un llamado personal y político durante mi primera lectura de los cuadernos (edición 30 aniversario). Era un texto de Mayra Blanchard el que leía, acerca de los límites y las potencialidades de la categoría “mujeres” para la lucha del movimiento feminista (este concepto puede funcionar de forma limitante y reduccionista si no se revisan constantemente las políticas de la identidad –y representatividad-en sus usos teóricos y prácticos). Todo esto resuena sin cesar en mí porque es allí, durante esa extraña operación que implica la interpelación, que me constituyo como sujeta. Hannah Arendt habla precisamente de “datos políticos” como aquellas claves (singulares y también repetibles agregaría Judith Butler) que me sitúan en un(os) lugar(es) determinado(s) de la existencia, en relación con otrxs.

Porque al fin y al cabo ¿quién define lo humano? ¿Quién nos habla desde esa transparencia hipócrita? Aquel señor observándome en el colectivo ¿es un ser humano interpelando a otro ser humano? ¿O es un varón político y estratégicamente encarnado en la estructura de un juego posible de poder, un juego heteropatriarcal que me posiciona como mujer-objeto?¿Y cómo modificar las reglas del juego, como trastocarlo? Para empezar, entender que la propia vida es un relato político es empezar a pensarla a partir de sus límites, de forma histórica; límites sobre los que debo trabajar para responder en mi nombre.

Pintura de Armando Bravo

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