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Rabiosas, sonoras y sororas: A escena con Maldichas | Revista Colibri
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Rabiosas, sonoras y sororas: A escena con Maldichas

Tres cuerpos femeninos se paran en el escenario de la Casa Cultural Victor Jara en el marco de la Noche Feminista del 16 de junio pasado: ubicada en el legendario barrio de Parque Patricios, sobre la calle 24 de noviembre a la altura de 2.273, esta casona -fundada por un grupo de estudiantes de la Universidad Nacional de las Artes- agrupa actividades tales como talleres de fotografía, música, y demás artes, y durante dicha noche de aquel junio pudo presenciar performances envueltas en terciopelo, tapados y chaquetas con finos detalles de bordado; luces rojas que decoran el alrededor y muchos brillos, el color rojo abunda.
Ellas son Daniela Carballo, Lara Hernaiz y Lena Zapata, un trío escénico que con su obra Maldichas –“una mezcla de bichas y malditas” te abofetean con aquellas realidades disidentes que muchas veces se quieren tapar.  Llevan la propuesta de la autogestión a cuestas, con orgullo y con el compromiso que esta elección de trabajo (y vida) conlleva: “Optamos por la gorra a sabiendas que no todes pueden pagar una entrada, pero nuestra intención es que puedan disfrutar igual del  espectáculo.»
Mezclando relatos, versos, música, y humor, estas Maldichas forman un colectivo, no solamente con sus cuerpos sino con todas las voces del feminismo. 

«Maldichas arrancó en la efervescencia de los NiUnaMenos y las ganas de contar, de decir cosas, y hacerlo desde nuestras artes. Maldichas tiene un gustito a tango, un perfumito al tema ‘se dice de mí…’«

 

 

La puesta se centra en el caso de Gigi Bardo, una prostituta travesti que cuenta a lo largo de una hora cómo ella llegó a ser quien es hoy: los posters de modelos con belleza comercial que pegaba en su cuarto a los 14 años, sus primeros amores, la vez que inauguró su salida a una bailanta, y la compañía de sus amigas del rubro. Cada anécdota y reflexión de Gigi se entremezcla con la aparición en escena de sus compañeras. Cada uno de estos perfiles nos traslada a espacios y relatos distintos, donde la concepción del rol de la mujer se pone constantemente en juego y en escena.

El lugar de Gigi, lejos de ser el de un estereotipo en donde se suele colocar a una chica trans, nos propone identificarnos con ella. Sin perder de vista su construcción social como objeto, que puede padecer y sufrir, se llega a sentir a Gigi como un par, a partir de sus anécdotas y recuerdos.

Cada una de las Maldichas aporta una cuota importante a la obra, exponiendo una voz que, pareciera, hace tiempo esperaba salir. Una denuncia, una palabra, un discurso que estaba silenciado y ahora no tiene miedo de expresarse.

Maldicha le da voz a la mujer. Durante la puesta da la sensación de cierta complicidad en el ambiente, no sólo por parte del público femenino, sino de todos los que ahí miran asombrados y en silencio. Por más que el discurso sea expresado explícitamente por estos tres cuerpos femeninos, también todos los presentes se apropian de la obra, de lo dicho, de lo que se respira, lo que se siente: “El contexto del ir y venir de la gente y los murmullos se nos presentó como un espacio a ganar con nuestras voces. Y algo de eso nos hizo click, que esos eran los espacios que queríamos habitar: populares, circulantes, murmulleros  pero que podíamos hacer nuestros”.

 

Maldichas propone que la denuncia sea compartida, y la audiencia así lo interpreta y se lo apropia. Ese sentimiento compartido, quizá, surja del contexto, de la media sanción en el congreso a favor del aborto legal, seguro y gratuito. No era cualquier día, algo pasaba, una vibra positiva, de cierta victoria y orgullo.

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