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Relatos del 2001, presente y futuro de lucha | Revista Colibri
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Relatos del 2001, presente y futuro de lucha

Por Pablo Hernán Velázquez

Qué puede decirse de las jornadas de diciembre de 2001 que no se haya dicho ya. Una asonada con réplicas en todas las provincias, un levantamiento popular que estuvo bastante lejos de ser algo que haya comenzado con el famoso corralito y que realmente se remonta bastante tiempo atrás.
Tiempo en el que el pueblo fue (mal) alimentado con las mismas recetas económicas que de alguna manera siempre estuvieron presentes en nuestra historia reciente y que prepararon un caldo de cultivo armado por cientas de miles de historias del saqueo, de la invisibilización, de la precarización de la vida en todos sus aspectos, de la destrucción de los sueños y de una bronca tan incontenible que no se bancaba ni un día más teniendo que sacarse el pan de la boca para llenar los bolsillos de tipos a los que no conoce nadie pero toman todas las decisiones.
A veinte años de una histórica gesta popular, que en contraste es también la mayor masacre del Estado en ocasión de protesta social desde 1983, nos encontramos en puestos del Estado a algunos exponentes de la dirigencia política y reivindicadores de los modelos económicos que fueron expulsados por la movilización social.

¿Hasta qué punto fue suficiente el “que se vayan todos”? ¿Qué significado fue cobrando diciembre para las causas populares? ¿Cómo se multiplica la memoria en tiempos de partidización de la represión y resignificación de las medidas económicas que contribuyeron al caos? ¿Quienes estaban detrás de cada víctima de la cacería policial?

Sin verdades absolutas y con muchos interrogantes, nos aproximamos a la reflexión de estos cuestionamientos a partir de tres relatos vivos del 2001.

 

“ESTO NO DA PARA MÁS”


El segundo nombre de
Diego Lamagna era Víctor, igual que el de su papá.
Había perdido de forma trágica a una de sus hermanas: en el verano de ese 2001 Lorena fue víctima de femicidio cuando esa calificación no existía en el imaginario popular ni estaba tipificado penalmente. Y para colmo, el caso quedó impune.
Como todo el mundo, Diego tenía sus fanatismos: “era hincha de Boca y de Arsenal de Sarandí al mismo nivel y seguía a ambos por igual”, reflexiona Karina, otra de sus hermanas, mientras describe su casa materna como un templo de insignias de ambos equipos de fútbol.
Rebelde desde niño, comenta su hermana que “su papá le regaló una pelota y una camiseta para hacerlo de Independiente, pero desobedeció la imposición de colores”. Y con el tiempo, el balompié fue dejando espacio a su gran pasión, el Ciclismo BMX.
“Nano”, como lo conocían sus amigos, fue un precursor de esta disciplina en un momento en el que no contaba con la popularidad con la que cuenta en estos días. Tenía sponsors que lo acompañaban e hizo múltiples exhibiciones -incluso en TV abierta-, pero seguía trabajando en la panadería que estaba a media cuadra de su casa, porque esto no le alcanzaba para vivir por y para su sueño.
Sin embargo, las urgencias no le impidieron contagiar su pasión a otres y eso hizo que se acumulen las historias a su alrededor que lo convierten en un precursor: desde armar su primera bici a los 11 años, a viajar con su BMX en el colectivo de la línea 24 de Buenos Aires, hasta ayudar a otres pibes a tener su primera bici BMX o ingresar a predios para que puedan practicar.
Karina vivía en Puerto Madryn y ya notaba el clima de bronca. “Era un caos, una realidad parecida a Buenos Aires pero menos convulsionada y con un lindo paisaje”, dice. Al tener que viajar varias veces durante ese año, pudo dar cuenta de que la realidad caldeada no era patrimonio de una sola localidad.
Sin Lorena esa Navidad ya no iba a ser igual, por eso cuenta Karina que ese diciembre Diego volvió de Córdoba, dónde armaba rampas de BMX, para pasar las fiestas con su madre en la casa de toda la vida.
“En el barrio ya se veían movimientos los días previos al 20 de diciembre” comenta, pero ese día la televisión mostró algo que Diego no pudo soportar: “junto a mi mamá vieron cómo las Madres de Plaza de Mayo fueron reprimidas y pisadas por los caballos de la montada de la Federal frente a la Casa Rosada”. En ese momento Diego le dijo a su madre María “esto no da para más» se fué y nunca más volvió.
La próxima vez que vieron a Diego fue en la tapa del diario Clarín del 21 de diciembre, mientras yacía en el suelo cerca de Avenida de Mayo y Tacuarí, junto a un enfermero que intentaba reanimarlo sin éxito.

No llegó a la plaza de las Madres, porque mientras intentaba avanzar entre los gases y las corridas no pudo esquivar las balas de plomo que descargaba la Policía Federal contra les autoconvocades que se acercaron para echar a un gobierno que prometió devolver la felicidad al pueblo pero rompió récords de pobreza y hambre.
Es una de las 39 víctimas fatales que la represión estatal se cobró en esas jornadas de bronca.
“El 2001 puso en valor la fuerza popular, al pueblo que peleó por sus derechos y se convirtió en su propio sistema de seguridad social, se autogestionó después de décadas de una forma de estado excluyente, punitivista y entregador de recursos”, reflexiona la hermana de Diego sobre el significado histórico del levantamiento de diciembre, aunque lamentó que “se luchó por una sociedad más justa y soberana, pero esas gestas fueron negociadas con memoria sesgadas”.
Respecto a la represión como respuesta a la protesta social, Karina entiende que no terminó todo el 20 de diciembre. “Seguimos viendo el accionar policial y la criminalización seis meses despues con el asesinato de Kosteki y Santillan, lo seguimos viendo en el gobierno de Macri y en los pibes asesinados hoy por hoy por la policía”, agregó.
Insiste en que ese punitivismo se retroalimenta a partir de la demanda de la sociedad y los medios masivos, al afirmar que “Hace falta más firmeza en esto de desactivar esta parte de la sociedad que adhiere a un sistema punitivista, a la portación de cara y al pedir bala”.
 Hoy por hoy, los Espert, las Bullrich y los Berni viven gracias a esos discursos cargados de odio y de violencia, pero también estuvo en esos momentos. Lamagna argumenta que eso sucede porque el ‘que se vayan todos’ nunca se cumplió del todo, “siempre estuvieron ahí”.

 

“TENEMOS LA OBLIGACIÓN DE RETOMAR LA LUCHA DESDE DONDE QUEDÓ”

Sebastián Giannetti hoy integra la Comisión Familiares, Amigos y Amigas de Víctimas de Diciembre de 2001, pero por aquel entonces, con 29 años, laburaba de motoquero y vivía con una pareja en el barrio del Abasto.
Recuerda los días y semanas previos marcados por la tensión y la angustia: “Yo soy partícipe del 19 y del 20 de diciembre como manifestante y era militante orgánico del Sindicato de Mensajeros y Cadetes (SIMECA)”.
Esa experiencia lo encontró en la lucha con Gastón Riva, motoquero también, que cayó abatido por la feroz represión ordenada por el agonizante gobierno de la Alianza.
Ese día, Riva salió temprano de su casa a trabajar y luego, como otres miles, se fue a protestar a Plaza de Mayo sin imaginar qué destino estaba escrito en las balas de la Federal.
Gastón tenía 29 años, estaba casado y tenía tres hijes: Camila, de 8 años; Agustina, de 3 y Matías, de 2. “A partir de eso es que también me relaciono con su familia, con su pareja Maria Arena y su familia”, recuerda Sebastian.


El descrédito hacia la dirigencia política tradicional había llegado a un evidente punto sin retorno y ya no se creía más en nadie. Giannetti atribuye esto a “el fracaso de la alternancia en el poder de los dos partidos tradicionales y el hastío generalizado, más allá del dolor de panza de muchos y muchas”.
Si pensamos en un momento específico desde el retorno de la democracia política que reúna sensaciones contradictorias, quizás los hechos de los que conmemoramos dos décadas cumplan esos requisitos. Así lo entiende Sebastián: “Uno estaba feliz en algún punto por haber participado de aquella gesta histórica para nuestra generación, en la cual el pueblo argentino se sacaba la mochila de la derrota que había comenzado el 24 de marzo de 1976, le decía basta a la dirigencia política, que la paciencia había llegado hasta acá y después sentís la angustia por los costos en vida humanas”.
“Nosotros sostenemos desde la Comisión que no son nuestras las víctimas, sino que son del pueblo argentino en un hecho histórico, una gesta popular que sacudió a toda la clase dirigencial de la argentina, no solamente a De la Rúa”, agrega a modo de balance.
Adelantándonos un poco en el tiempo pasamos por los cinco presidentes en una semana, Duhalde y la Masacre de Avellaneda, elecciones anticipadas y la llegada a la presidencia de Néstor Kirchner a la presidencia.
Este hecho pareció traer una especie de apaciguamiento del movimiento asambleario y la protesta popular. Llegó otro aire, o al menos eso parecía, pero de fondo el poder corporativo -uno de los mayores impunes de esta jornada- fue recuperando protagonismo e injerencia en la vida social y las decisiones políticas.
Para Sebastián, “esa trascendencia y la relevancia recuperada por el poder corporativo terminó coronándose con la llegada al poder de Mauricio Macri, lo cual es otro hecho relevante en la historia porque es la primera vez que la oligarquía forma su propio partido y gana las elecciones”.
Y si bien valora esa “primavera kirchnerista”, también considera que se cometieron errores severos y profundos que significaron un retroceso, aunque no al mismo escenario de 2001: “hay algunas cuestiones relacionadas con las fuerzas represivas del Estado que siguen siendo preocupantes, como por ejemplo, la cantidad de muertos que hay en democracia”.
Hace unas semanas, miembros de la Comisión que integra Giannetti se reunieron con el presidente, Alberto Fernandez, en la cual se le planteó al jefe de estado la necesidad de un abordaje desde la política que controle a las fuerzas represivas.
Es sabido el significado de la represión en los momentos más sombríos de las últimas décadas y de forma directa o indirecta todos los gobiernos han hecho uso de la misma.
En este sentido, Sebastián sostiene que la represión cotidiana “no se trata de la policía de Larreta o de la policía de Berni”, sino que “Se trata de tipos que tienen un marco de legitimidad en lo que hacen y hay una parte de la sociedad que se lo demanda, producto del ametrallamiento mediático y corporativo”.
Pero el bombardeo mediático no viene solo: “También podríamos hacer una autocrítica y plantear que no se ha formado en la organización popular y sin ella, por más avances de diez o doce años de kirchnerismo, nada se sostiene en pie”.
Desde lejos, las cosas tienden a verse borrosas y Rodolfo Walsh advirtió de esto en algún momento, que las clases dominantes buscan que las luchas de nuestro pueblo se borren de la memoria colectiva para que siempre haya que empezar desde cero y no retomen las luchas desde el punto donde los otros compañeros las dejaron al caer. Gianetti advierte esto y afirma que “Nosotros y nosotras tenemos la obligación de retomar la lucha de donde quedó y no dejar que esto pase, no solamente con el pedido de justicia, sino con lo que significó, lo que le produjo al poder corporativo y al enemigo de clase aquel levantamiento”.
La bronca ya se venía tejiendo desde hacía bastante tiempo atrás en los barrios, con el crecimiento de los movimientos de trabajadores desocupados, con las puebladas, con las tomas de las fábricas que habían quedado en quiebra y fueron abandonadas por la patronal. El corralito no fue más que una espina más, pero ni al poder ni a los medios les convenía sostener un gobierno terminado.
Por eso, más importante que el “que se vayan todos” lo que realmente le molestaba al poder era tener que retroceder. “Para mí, el cantito con más significado era el que decía ‘qué boludo, qué boludo, el estado de sitio se lo meten en el culo’”, concluyó Gianetti.

“DICIEMBRE ES LA POTENCIA QUE TIENE LA REBELDÍA”

“Mi participación en esos momentos era dentro de la Juventud de la CTA y había llegado de Córdoba en 1997 a Rosario con una avanzada crisis económica”, comenta Gaby Sosa, directora ejecutiva de Mujeres de la Matria Latinoamericana (MuMala).
Desde su espacio de militancia estuvo vinculada directamente con lo barrial y, además de la pobreza y el hambre característico de estas jornadas, recuerda otro detalla que notó: “Vi una dificultad y una angustia tremenda en los varones desempleados, tradicionalmente designados proveedores de sus hogares por el sistema. Eso significó un golpe subjetivo muy importante y que me llevó a presenciar situaciones muy duras, desde padres de familia que no querían compartir la cama con sus parejas porque les daba vergüenza no ser proveedores económicos de la familia, hasta la incurrencia en adicciones y hechos de violencia de género”.
En paralelo, Sosa nos comentó que en esos momentos ya comenzaba a compartir experiencias con mujeres y agrega que “era notable cómo se multiplicaban estas situaciones de violencia a la par también de que las mujeres comenzaban a organizarse de manera comunitaria”.
Junto con movimientos de mujeres, las juventudes también comenzaban a emerger con otra autoridad en la discusión y la disputa territorial. “Participamos de las asambleas, de los trueques, de la salidas a la ruta, éramos quienes estábamos más presentes en los roles de confrontación con la policía, como es el caso de Rosario, y también activando de manera fuerte en movilizaciones y distintas iniciativas de reclamo”, cuenta quien también es dirigente de Barrios de Pie.
Como sabemos, la mayoría de los ojos y la atención internacional se fueron sobre Plaza de Mayo, la represión y la resistencia popular en una coreografía sangrienta y brutal a metros de la Casa de Gobierno, pero la revuelta fue nacional.
En Rosario, por ejemplo, además de las manifestaciones en el centro de la ciudad hubo diferentes frentes de rebelión en los barrios periféricos, con saqueos, asedio represivo para impedir la concentración en el centro y episodios trágicos. “A nosotros nos mataron a Pocho Lepratti en el barrio las Flores, sur de Rosario”, lamenta.
Diciembre es un mes que tiene otro significado desde 2001. Por lo menos, así lo entiende Sosa, que define el significado de este mes como “la potencia que tiene la rebeldía y un pueblo agotado de un sistema político que no dio respuestas”. Con mayor o menor organización, hubo muestras de agotamiento y de hartazgo de un sistema empobrecedor diseñado para favorecer los intereses foráneos con mayor urgencia que las problemáticas generadas por la inacción o accionar deficiente del Estado.
Hoy, Gaby observa indicadores sociales que tienen ciertas similitudes con los de esa etapa, pero guarda esperanza en la rebeldía que “es parte de la historia de nuestro país y de la región porque las grandes transformaciones se dieron en base a ella”.
Para concluir, si el 2001 guarda una íntima relación histórica con el “Cordobazo”, la entrevistada sostiene que en adelante el 2001 va a ser inspiración para las futuras generaciones: “Quizás sean las mismas causas como la pobreza o la falta de trabajo u otras cuestiones nuevas, cómo las causas ambientales y la violencia de género, pero si no hay respuestas rápidas habrá que salir a reclamar y protestar para que nos escuchen”.

 

 

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