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"Sentencia de la madrugada" - Vuelos de Emergencia | Revista Colibri
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Por César Saravia

La madrugada ya no tiene brillo. Son las 4.47AM

de un domingo.

Hacés el esfuerzo por disimular el cansancio

mientras esperás un taxi,

conducido por un taxista

con vocación de terapeuta.

Debe tener más enseñanzas y experiencias

que un familiar muy viejo que cualquiera

puede tener.

La escena pinta un blues de fondo

y una coloración en blanco y negro,

muy feliz.

(Pensar que hace un rato tenía

un collar de flores de plástico,

cantando clásicos de los 90

en español)

Veo a lo lejos una chica buscando

su parada de colectivo.

Lleva unas botas cortas

con punta y taco tejanos,

Unas piernas encalzadas

en unas pantimedias grises

y una pollera brillosa,

como de charol.

Ni yo sabía que

tenía en cuenta a

la última moda.

Como tiene que ser y es: llueve, mucho

y para un tono más melancólico: hace frío

De este lado del mundo,

el frío sí que merece llamarse así.

Los pájaros borrachos

de la madrugada,

suplican la huída.

Más de película que de realidad

por eso llama tanto la atención.

Un día,

tomás al hombre serio que llevás dentro

lo envolvés en papel periódico,

le tapás la boca

lo metés en una maleta

y comprás el pasaje de ida de un avión.

Lo siguiente

es una madrugada en un aeropuerto.

Todo se vuelve presente

Te invade la sensación del arrepentimiento,

esa sensación en el cuerpo

que te advierte de una posible

y monumental cagada

sensación que se expande

sobre tus manos sudorosas

sobre tu garganta seca

sobre tus pulmones desgastados

y todo por el puro miedo.

Ahora que te sentís como en otra vida

Ahora que sabes que acá

la gente también se suicida.

(Recuerdo de esos que se dan

en el subte o el tren).

Que acá, también el hambre se da puñaladas  

                                            en el vientre

Que acá, los fachos son igualmente fachos

Que la angustia es claramente el motor de la historia

Y que acá, la soledad también duele

La lluvia te arrulla

Te vas quedando dormido

con el  rostro en la ventana

contemplando la línea que se forma

al final de Rivadavia

A esta hora de un lunes

Buenos Aires se convierte

en el refugio de los desconsolados

de los que trabajan hasta tarde

de los que buscaron olvido en algún bar

de los que ya no tienen nada que perder

de los que realmente ya no tienen nada que perder

y todo ocurre con calma

Amanece

Sobre el cielo se forma un enorme ojo de sol

como un dios que mira con disimulo

Se detiene el velocímetro

“Mudarse en día de lluvia es de buena suerte”

dice el taxista

Vos lo mirás, sonreís,

sin mucha fe de que sea cierto.

Entonces: ¿Qué hacemos con los trapos?

Con los que lavamos en casa

Los que juntamos debajo de la almohada

Y no nos dejan dormir.

¿con la insistencia y la angustia?

Que respiran agudas

Al lado de la cama

y de vez en cuando nos aturden.

BIO : César Saravia, San Salvador, El Salvador, 1989. Poeta y columnista. Vive en Buenos Aires desde hace tres años. Ha sido parte de los grupos literarios Tantapalabra en El Salvador y Grupo de la Boca en Argentina. Ha publicado en revistas culturales de El Salvador, Nicaragua y Argentina. Actualmente prepara su primer libro de poesía.

(IMAGEN: RICK BEERHORST)
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