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¡Sólo para valientes! | Revista Colibri
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¡Sólo para valientes!

 

por Santiago Carrillo

Ellos viven en la calle por propia decisión. Conviven con el frío, las ratas y el ruido ensordecedor de una ciudad cosmopolita y gris. Acampan en una plazoleta en la intersección de las avenidas de Mayo y 9 de julio empujados por esa fuerza indestructible conocida como “el ideal”.

Desde ya que su cotidianeidad no es placentera, y así lo demuestran sus caras largas y ojos tristes, ajenos a una sociedad ignota que los mira –si es que los mira- por encima de sus narices con el cuello levemente inclinado por el desprecio.

Le hablo de los hermanos originarios QO.PI.WI.NI. (Qom – Pilagá – Wichi – Nivaclé) que realizan tal medida de fuerza en reclamo de nada más ni nada menos de lo que les corresponde: sus tierras, las que empezaron a robarse hace poco más de 500 años.

Pase, por favor. ¡Están todos invitados! Entre; vamos, anímese. Pero déjeme advertirle: una vez que pase por la puerta de esta historia no podrá salir. Aquí vamos a hablar de los hombres y mujeres que se unieron a la batalla en la que ninguno fracasa, porque aunque desaparezca o muera sus actos siempre prevalecerán.

Se trata de un cuento repetido, donde se paran los represores de un lado y los oprimidos por el otro. En el que el señor Gobernador de Formosa, Gildo Insfrán, viste elegante y levanta un dedo por detrás de un escritorio para mandar a los efectivos del desorden a que arremetan contra su propia clase. Si, señores, hablo de la Gendarmería. Y si, perdone si no le aclaré: este también es un cuento donde reinan las contradicciones.

Las balas y los palos danzaron sin remordimiento en los cuerpos de todos y no discriminaron a niños ni ancianos. Allí estaba Luján, que con siete años seguía a su abuelo, quien además es el líder de la comunidad Qom: Félix Díaz. Nunca se imaginó que su inocencia iba a ser arrebatada.

Aunque quisiera desparramar letras por doquier en búsqueda de una explicación para un hecho tan nefasto, en este caso no lo voy a hacer. Porque las expresiones del rostro de Luján me cautivaron y pasé tiempo sin entender: ¿Cuál es esa magia que construye tu dulce sonrisa incapaz de ser destruida?

¿De dónde sacas esa fuerza que te permite soportar el frío de las noches cuando dormís sobre un cemento sucio, por el que caminan las ratas citadinas en búsqueda de tu comida?

¿Cómo mantenés la serenidad si todo el tiempo te rompen los tímpanos las bocinas, sirenas y el ruido de los motores de los autos que transitan apurados en un circuito que no tiene meta final?

¿Cuál es tu secreto para mantener la pureza cuando respirás el veneno de la globalización hace cinco meses?

¿Por qué seguís siendo tan amable con los desconocidos? Si tus ojos fueron testigos cuando un médico se negó a atender a una anciana del acampe que no se podía levantar a causa de los dolores. Tus oídos sufrieron con las palabras de ese energúmeno: “Dale, sáquenla de ahí porque no la vamos a ver entre la mugre y en medio de la fogatita”, tuvo el tupé de decir. Claro, como si ustedes fueran felices en tales condiciones habitacionales.

Pero qué fácil es comprenderlo cuando se escucha tu voz, la que con tan solo doce años despilfarra seguridad y esperanza, pero que es silenciada por los medios de incomunicación. Porque a vos te impulsa algo más… No es solo una cuestión de herencia o la firme convicción de que no son dueños de la tierra, sino parte de ella y que hay que defenderla.

Lo que te diferencia del resto es que vos sabes -no, perdón-. Vos sentís que el mundo no es así de injusto por naturaleza; el mundo está así y hay que cambiarlo.

Seguí gritando, Luján. Sigan gritando, hermanos. El rebelde amanecer es inminente.

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