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Un fuego en el camino - Entrevista a Paula Colavitto | Revista Colibri
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Un fuego en el camino – Entrevista a Paula Colavitto

Fotógrafe del mes – Paula Colavitto
Edición #82
Por Alana Rodríguez

Paula Colavitto es artista transdisciplinaria, fotógrafa, realizadora audiovisual y tallerista. Co-fundadora de Colibrí Revista y directora del documental Vejéz Lesbica, realizado junto a Alana Rodríguez. Entre 2017 y 2019, realizó un viaje por Latinoamérica junto con su compañere, con quien formó «Autonautas haciendo camino«, un proyecto social y cultural dedicado a realizar ciclos de cine itinerante y conciertos musicales. Desde carreteras silenciosas, hasta universos de concreto, nos invita a observar de forma activa y crítica, abrazades por la colectividad y el deseo.

 

En tu recorrido fotográfico, podemos ver fotografías con distintos abordajes: rutera, documental, performática, entre muchas más versatilidades. Pero sin dudas hay un pilar muy fuerte y reconocible que es el fuerte contenido social, político y cultural. ¿Por qué decidís aportar desde tu mirada y tu active a la transformación social?

En principio, creo que no es algo que decido sino que se da de forma natural porque viene intrínseco con mi ser. Mi propia manija y sensibilidad son las que me llevan a sacar fotos (o hacer otro tipo de arte) y ahí en ese desligue de ideas se hace una rica ensalada de todo lo que senti-pienso, entonces sin dudas la foto termina siendo un disparador a más reflexiones o motivaciones, un canal.

Entiendo que la fotografía tiene una parte artística y otra parte más útil, como herramienta de registro. En estos últimos años la estuve practicando como una expresión artística y el arte en sí mismo, para mí, en el sistema capitalista por el que estamos regides, no sirve para nada. Al menos no el arte que hago yo, que no es  mercantilista o para consumo. En esa tónica,  me doy la libertad de sumergirme en el tema, jugar, expresarme y comunicar de una forma muy libre y genuina, en la práctica en sí misma, sin pensar tanto en el resultado final, en la obra, digamos, entonces sin dudas todos los registros que hago o las imágenes que invento están basadas en mi subjetividad, mi historia personal que está cargada de ese active o militancia.

Y si con eso llegase a afectar, sensibilizar o generar algún impulso (o, al menos, pulsos, jaja)  en la persona que la mira, mucho mejor. Porque más allá de que no sirva para nada en este sistema, sí considero que en las manos y ojos  indicados, es una herramienta de transformación social. Como bien decís, que no le sirve al capitalismo porque aporta a la construcción de miradas activas,  críticas. 

Entendiendo que estamos en una sociedad donde toda la hegemonía de nuestros sentidos se la lleva la visión, porque vivimos en sociedades que se han construido desde lo visual, constantemente estamos en contacto con imágenes. Creo que el desafío de la fotografia hoy en día es descubrir ese otro arte invisibilizado que se esconde dentro suyo, que es el arte de la observación activa y critica. Y así recolectar sensibilidades o inventar nuevas  imágenes que luego pueden llegar a servir como campo de resonancia a muchas otras cosas. Como al escribir un poema, algo nos afecta, urge expresarlo y luego esas palabras dejan de ser nuestras y se transforman en potenciales moléculas revolucionarias en otras personas, que observan, que leen , lo que fuera.

Al volver imagen algo que estoy observando o creando (volverla fotografía), sale del plano del pensamiento y observación y asume la capacidad de ser compartida y eso es muy enriquecedor, el poder compartir esa afectación que sabemos que puede ser potente y transformadora para otres.

-Hace años diste un taller de periodismo para jóvenes en el barrio La Carbonilla y también de fotografía en la Villa 20 de Lugano, en donde realizaste la serie “Pasillos”. ¿Cómo surge la idea de registrar los pasillos de Lugano?, ¿por qué elegiste hacer foco en los pasillos?

Fue una época de mi vida en la que estuve muy involucrada con la militancia de base, años en los que trabajé mucho colectivamente, creamos diarios villeros con los pibes, tallereamos mucho… En esos años viví experiencias que me hicieron crecer un montón y formar bastantes aspectos de mi personalidad y esta forma de observar de la que hablaba antes.

Recuerdo que la primera vez que fui a Lugano me quedé sorprendida por la cantidad de pasillos que había y atraída por esto desde mi mirada fotográfica, en cómo la luz, o su falta, insidía y transformaba esos espacios.  Cuestioné  también ese pensamiento común (y facho) que piensa en el pasillo de las villas como un espacio que se transita con miedo, dónde ocurren delitos o dónde les pibes se drogan.

Caminando el barrio con les mismes pibes con los que compartíamos taller me di cuenta que era un espacio donde ocurrían muchísimas cosas: dejando de lado lo práctico, el pasillo es un espacio de juego para les niñes, vi rayuelas, escondidas, carreritas, también es el lugar de encuentro de les vecines, y también lo vi al pasillo como un reflejo de la precariedad en la que conviven les vecines en los barrios y villas. Eso es fiel retrato del abandono del Estado; las inundaciones, los cables pelados y demás.

Me pareció interesante en ese momento poder mostrar todas esas aristas y realidades de las que está plagada el territorio del pasillo, el proceso fue muy enriquecedor y divertido también, ya que en mis recorridas por el barrio salíamos con les chiques del taller y elles también hacían fotos y me contaban qué les llamaba la atención. 

-Sobre las fotografías que fuiste realizando en tus distintos viajes: Al momento de alejarte de tu territorio natal y encontrarte con un territorio nuevo y desconocido, ¿se transformó de alguna forma tu experiencia fotográfica?

Sí, sin dudas, todo mi ser se transformó viajando y como fotógrafes creo que nuestra mirada se va transformando todo el tiempo, según nuestro contexto histórico, social, local y cultural, son esos “modos de ver” de los que habla John Berger. Cada territorio es único y transitarlo y habitarlo nos va transformando, sobre todo como personas, por ende como subjetividades sensibles y creadoras, como artistas. Creo que es muy interesante pensar el arte así, como una práctica en constante mutación. Me voy transformando en la misma práctica y en el proceso de fotografiar, filmar, actuar,  lo que sea, y a su vez la persona que mira también se transforma.

Es tan silenciosa una fotografía, no dice nada, solo propone y creo que esa es su potencia transformadora, no da las cosas terminadas, sino, tanto en la persona que elige disparar determinado encuadre o situación como en les que la contemplan. Abre caminos de pensamiento y acción, que si devienen en nuevas formas de vida, mejor.

Yendo a lo fotográfico específicamente, viajando fue cuando más disfruté de la herramienta en mi vida, mi sentido visual estaba profundamente estimulado por esos paisajes increíbles y  mi curiosidad, bien alimentada cada día. También la necesidad de fotografiar y compartir las vivencias se ve muy entusiasmada viajando, por las personas e historias con las que une se va cruzando.

Recuerdo experiencias comunitarias muy hermosas que tuve la dicha de conocer que sin dudas, al parecer tan piolas, quería que lleguen a otras personas y generen ganas de replicarse. Y bueno, ese compartir y comunicar me lo permitió en gran parte el dispositivo fotográfico.

Poner la herramienta a disposición de luchas territoriales también me parece muy necesario y hermoso. Recuerdo en Ayacucho, Perú, cuando nos alojó una familia de artesanos textiles que tenían su propio taller, que a su vez funcionaba como espacio de recreación para les niñes del barrio y me pidieron que les dé una mano registrando su oficio y las distintas actividades que hacían. Así, muchas experiencias.

Pienso, a su vez, que la fotografía documental cuando se está viajando es un desafío, porque al ser nómade las conexiones con las personas que une va conociendo pueden ser muy profundas pero a la vez efímeras, entonces es más difícil ganar ese tiempo (que yo considero tan valioso en la fotografía documental) que es el que nos permite adentrarnos a ese territorio como compañeres y no como turistas, digamos… Entonces poner en práctica ese romper, aún con más énfasis, ese chip colonizador que se activa a veces en les fotógrafes cuando estamos ante nuevos territorios o realidades y poder acercarnos de forma colaborativa, poner la herramienta a disposición de esa realidad específica.

Tener mi cámara aparte  me ayudó mucho para usarla como herramienta de laburo, en muchos lugares hice fotos por intercambio (ya sea de hospedaje, comida, entre otros)  y así aprendí sobre el poder usar ese capital para mi beneficio sin la necesidad de que haya dinero de por medio.

 

-Sobre tu proyecto de cine itinerante que realizaste junto con tu compi, ¿desde qué enfoque cultural pensaron?

Lo pensamos sobre todo desde un enfoque social, claro que lo cultural nos atravesaba de todas maneras ya que se trataba de cine. 

Hay una anécdota de cómo surge el «Cine Itinerante de Autonautas». Mientras planeabamos el viaje, antes de salir, estabamos segures que queríamos continuar haciendo algún trabajo social, de militancia, a pesar de que no estaríamos en un lugar establecides, y pasamos varias noches maquinando y pensando qué era que lo que podíamos hacer, hasta que una noche me cayó la ficha, salté de la cama y  fui corriendo a la biblioteca, agarré un libro que había leído años atrás (que sin duda fue semilla de esas ganitas de viajar): «Cine a la Intemperie: instantáneas de dos mujeres por Latinoamérica», y ahí lo supe, ¡haríamos un cine rodante!


Teníamos las herramientas, la camionetita y el proyector y también los contactos de colegas, por ser realizadora. Entonces nos pusimos en acción. Nawi trazó los mapas y yo gestioné los contactos, hicimos un flyer donde se convocaba a realizadores que estén interesades en que sus pelis formen parte de nuestra videoteca itinerante sudamericana y varios se sumaron, como por ejemplo Lucas Santa Ana con su película «Como una novia sin sexo», también Andrea Testa con su documental “Pibe Chorro”, entre otres. Viajando decidimos también incluir en la videoteca producciones locales de los distintos territorios por los que pasabamos. Por ejemplo, al pasar por La Rioja, sumamos «La Chaya» un documental realizado por jóvenes cineastas de la provincia.

Hicimos funciones para adultes y para niñes, en distintos centros culturales en parques, escuelas, comedores, y otros. Proyectábamos y luego hacíamos cine debate con les adultes. Con les niñes, actividades que incluían juegos, siempre contando nuestra experiencia de vida: la de ser viajeres.

-Sobre tu trabajo dentro de la Colectiva Colibrí, ¿por qué apostás a trabajar de forma colectiva? 

Ay, amigui, me haces esa pregunta y se me mueve todo por dentro. ¡Qué hermoso trabajar juntes! ¿no? Bueno, aquí un tema muy importante y picante: “Lo colectivo en la fotografía”. Creo que la foto es una de esas prácticas donde es muy fácil caer en el individualismo, lo elitista y en el exitismo, sobre todo en estos tiempos que todo se mide con likes y seguidores.

A ver, yo amo y disfruto mucho el hecho de crear en soledad, salir con la cámara, llevar adelante mis ideas, demás pero sin embargo, crear una misma no implica sí o sí el hecho de trabajar soles, el trabajo colectivo enriquece y potencia el individual, poder apoyarnos entre colegas me parece fundamental y hasta muy alivianador, porque siempre hacer arte en este mundo fue y es cuesta arriba. Entonces, crear redes es muy importante para poder seguir haciendo lo que amamos y seguir disputando ese territorio tan tensionado hoy, como lo es lo contracultural, transfeminista, anarco, disidente, que es lo que hacemos nosotres. 

Colibrí es un ejemplo muy acertado de esto que digo, la cuestión del trabajo en equipo es fundamental, todes nos sostenemos y aportamos cada une desde nuestros conocimientos, y si no sabemos algo, nos lo enseñamos. Poder generar esa red alternativa de herramientas y conocimientos es revolucionario, colaborativo y comunitario. Como dice Eduardo Galeano, cada une con su distinto tipo de fueguito y todes hacemos una gran hoguera ardiente, pienso yo… Cuando se mezclan todas nuestras dimensiones, esa alquimia rebelde,  explota todo. 

Haber co-fundado Colibri es uno de los más grandes orgullos que tengo, soy fan de mis compañeres y me parece muy valioso y admirable que podamos generar (nos) trabajo cooperativo fuera de la lógica capitalista, meritócrata y competitiva.

-Una de las preguntas que se encuentran en el documental Vejéz lésbica es “¿Qué es el deseo?”, y no puedo evitar preguntarte, ¿cuál es tu visión sobre el deseo?

Ja, Ja… Mi pregunta fetiche por excelencia. Ahora me toca a mí. Me llega una imagen reciente: la pregunta «¿qué es el deseo?» escrita en rojo sobre la pared de una cama en una instalación que hice para una fiesta donde había performance BDSM y recuerdo estar leyendola y reflexionando sobre esto mientras miraba como a una piba le generaban placer con electrical play (juegos con electricidad) y pensaba “¡Fa! Hay que tener ganas de sentir eso, eh». Y creo que eso es una imagen metafórica muy atinada del deseo, esas ganas de vivir, de sentir y lo que nos empuja a seguir a haciendo, a movernos.

A mí me mueve el deseo, toda mi práctica artística y mi humanidad está empapada de ese deseo, ¡de muchos deseos!, ¡soy deseante! y esa cualidad me permite mutar y curiosear, aprender, aprovechar el tiempo que estamos en este plano, que de momento es el único. También pienso en la respuesta que nos dio Maryanne Lettieri en el capítulo de Conectades cuando hablaba de las identidades trans, entre tantos obstáculos que puede tener la vida y que nos pone el pakitalismo, aferrarnos al deseo como ese motor que nos permite ser, o luchar por quiénes queremos ser, es una respuesta política, es resistencia y orgullo.

– Si pudieras elegir volver a un momento a través de una fotografía, ¿Qué fotografía sería?

¿No se puede a un álbum, mejor? Ja,ja. De mis viajes, todas. ¡Qué ganas de volver a todos esos lugares!  Pero bueno, a ver, más allá de eso, hay una foto, que no es de viajes, que está entre esas preferidas en el alma. Fue hace varios años, durante un festival en Lomas del Mirador de “Justicia por Luciano Arruga” donde presencié (y retraté) un momento donde Nora Cortiñas conversaba con une niñe sobre la foto de su hijo desaparecido que lleva en su cuello. Tanta ternura, tanta honestidad albergaba esa conversación, fue un momento donde mi presencia no alteraba en absoluto la situación que se estaba dando, como fotógrafa invisible, y era su momento, pero a la vez sentí que era una imagen tan transformadora que debía ser compartida.

La gran Norita, el niñito tan pequeño, de tan sólo 4 años, mirándose ambos a los ojos y al alma,  conversando como si no existiera el tiempo, ni entre elles…ni entre Luciano y les compañeres desaparecides.

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