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Violentar la inocencia | Revista Colibri
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Violentar la inocencia

Por Micaela Petrarca

Fotografía: Paula Colavitto

   “Soy Mariel, fui abusada por primera vez por mi prima a los cinco años. Un año después, falleció mi mamá y quedé huérfana. Mi tío Pepe nos adoptó, a mí y a mis dos hermanas más chicas. Dormíamos las tres juntas en el mismo colchón, en un pasillo de la casa. Yo siempre elegía el borde, para proteger a mis hermanas. Pepe tenía varios hijos, los más chicos eran mellizos y me llevaban 15 años. Yo tenía ocho. Uno de ellos, a la noche se acercaba, yo tocia haciéndome la que me estaba por despertar. Al rato tenía que fingir otra vez, porque él estaba ahí, violentándome la inocencia.  
Mi bajo rendimiento y mis problemas de conducta, manifestaron que sufría abuso en el colegio cuando tenía nueve años. Pero siempre que las monjas del colegio hablaban con mis tíos, estos terminaban cambiándome de colegio y todo seguía con total impunidad. Su mamá lo justificaba: “cómo no la va a mirar si es puta como la madre y con ese culo de gallina que tiene la gorda”, decía.  
A los 9 se lo conté a mi vecina. Ella habló con mis tíos. Para explicar las marcas que me quedaron de la golpiza que me dieron, inventaron que había tenido un accidente con el ventilador. Y a mí, me advirtieron: “si seguís hablando vas a parar en la cárcel de chicos”. Desde entonces el silencio y el sometimiento me acompañaron cuando venía la asistente social y hasta los 22 años.  
Me creció el vello púbico y me lo afeité. Me fajé los pechos con una venda y soporté el dolor. Dejé correr el agua y no me bañé. No quería sentirme mujer, quería estar sucia. Quería que mi cuerpo fuera, por fin, in-apetecible.  
Pero no. A los 16 años, su hermano mellizo prometió cuidarme y se enfrentó al hermano. Él le respondió: “¿qué, solo te la podes garchar vos?”, y lo acusó con su madre; y yo sufrí una hemorragia vaginal de 42 días y abuso sexual de ambos hermanos.  
Hoy tengo 44 años y recién ahora, puedo decir su nombre: Jorge y toda su familia, me arruinaron la vida.”  

La historia de Mariel es un ejemplo de la realidad oculta que hay detrás del abuso sexual infantil. La violencia contra los niños es un mundo perverso reproducido a través del silencio, perpetuado por la complicidad de una antigua cultura arraigada a la dominación y el patriarcado más impune; y encubierta por una sociedad cargada de estereotipos, prejuicios, discriminación y abandono.

La pedofilia, desde el punto de vista psicológico, es: “Una desviación dentro de lo que se llama parafilia, es decir, una perversión. Hay un cambio de objeto de deseo sexual, el pedófilo tiene como objeto de deseo al niño”, explica María Muller, licenciada especialista en psicología psicosomática y presidenta de la ONG Salud Activa. “No todos los abusadores de niños son pedófilos, la diferencia está en que hay un tipo de agresores que tiene puesto el placer sexual en la dominación y no en el objeto, es decir, la satisfacción no es genital, sino que está en sentir el poder de convertir al otro en unacosa de su uso”, agrega.

Abuso son caricias, manoseos, besos, exhibición o penetración, “no existe el abusómetro, la destrucción del niño, de la confianza con su cuerpo, las trabas a la maduración natural, son las mismas en cualquier caso”, explica Silvia Piceda, que sufrió abusos cuando tenía entre 9 y 10 años. “El delito es la instrucción de la sexualidad del adulto en la vida del chico y esta va desde mostrar una película porno o mostrarse desnudo delante de un niño. Quienes fuimos víctimas de abuso sexual infantil, sabemos que un adulto nos utilizó para tener alguna práctica sexual que a él lo excitaba y a nosotros, como niños, nos dejó en un lugar de absoluta desprotección”.

Las estadísticas que hay, son escasas, “porque nadie quiere enterarse de que lo que está pasando con esto, el abuso sexual de niños es una pandemia, esta esparcida y diseminada en el mundo entero”, interviene Muller, y atraviesa toda la sociedad, todas las clases sociales, no distingue género ni procedencia. Según SaveTheChildren, una de cada cinco mujeres y uno de cada 10 hombres afirman haber sufrido abuso sexual en su infancia. El año pasado, el Programa Las Víctimas contra las Violencias del Ministerio de Justicia de la Nación, realizó una investigación que detallaba que al menos 13.359 niños, niñas y adolescentes sufrieron distintos tipos de violencia a lo largo de los últimos nueve años en la Ciudad de Buenos Aires. A estas cifras hay que sumarle la cantidad de casos que no son denunciados.

Entonces, ¿por qué una realidad tan oscura es tan oculta? ¿cómo puede pasar tan desapercibida?, “el secreto es parte del proceso, es lo que sostiene el abuso; cuando deja de haber secreto, deja de haber abuso, pero de ese ocultamiento son cómplices la justicia y las distintas organizaciones e instituciones que trabajan con niños”, responde la psicóloga.

En el 2009, el pasado que sufrió Silvia, se le presentó ante sus ojos en el presente. A sus 42 años, la hija mayor del padre de su hija, le contó que había sido abusada por él cuando tenía 11 años, la misma edad que tenía su hija en aquel momento. Desde entonces comenzó un recorrido de lucha como madre protectora, desde su experiencia puede decir: “hay mucho desconocimiento de todos los que trabajan de alguna manera con familia o infancia”. Muller está de acuerdo y denuncia: “Desde el vamos tenemos el inconveniente de que todo aboga para que esto se invisibilize, las carreras de grado de las profesiones que tienen que ocuparse de estos temas -psicólogos, médicos, trabajadores sociales, abogados- no tienen dentro de su carrera contemplado el abordaje ni de la violencia ni del abuso sexual en la infancia, no está en el plan de estudios. Esto da la pauta del lugar que ocupan estos temas en general en la sociedad, y digo en general, porque no hay estadísticas en ninguna parte del mundo”.

   «Soy Sebastián Cuattromo, sufrí abuso sexual a los 13 años cuando terminaba mis estudios primarios en el Colegio Marianista por parte de un docente y católico de la institución. En ese lugar reinaba una cultura a base de violencia y de malos trato, autoritaria y con abusos de poder de diversos tipos. La misma cultura violenta me tocó sufrirla en casa. En ese momento estaba sobre los medios de comunicación “el caso Veira”. El ex entrenador de San Lorenzo y uno de los máximos ídolos hasta el día de hoy en ese club, Hector Bambino Veira, fue denunciado por haber abusado a un niño de 13 años. Yo era hincha de ese club y solía ir la cancha. Fui ahí que escuché los gritos de violencia: la tribuna popular estaba llena de adultos que cantaban canciones reivindicando a Veira y burlándose de su víctima. Encerrado en un mundo machista, lo único que entendí es que, si yo contaba lo que me estaba pasando, ese mundo adulto me iba a destruir.  
Diez años después pude ponerlo por primera vez en palabras, en el 2012, logré que mi agresor, Fernando Picciochi, fuera condenado a 12 años de cárcel por delito de “corrupción de menores calificada reiterada”.

Silvia Piceda y Sebastián Cuattromo

«Adultxs por los derechos de la infancia» fue formado por Silvia Piceda y Sebastián Cuattromo, quienes transformaron lo que les tocó vivir, en lucha y concientización para que no haya más cómplices del silencio y para que, sobre todo, ningún chico vuelva a ser víctima de abuso. Se trata de un colectivo autogestionado e independiente, que trabaja a partir de los adultos: “porque somos los únicos que podemos hacer algo, nuestro laburo es defender la infancia a partir de los adultos que somos, no tenemos acciones directas hacia los chicos”, cuenta Piceda. “Por eso nuestro lema es ‘para criar a un niño hace falta una aldea’, porque podemos entender que un adulto protector no tenga las herramientas necesarias, pero no puede suceder que toda una sociedad permita el abuso sexual infantil”, explica Cuattromo y agrega: “Es una lucha social, cultural y política; en lo absoluto nos parece un asunto privado, es colectivo, público y de primer orden, y por eso, desde nuestra lugar en la asociación civil, es una interpelación muy directa al Estado porque es el garante de los derechos de los niños”.

La abogada civil, Josefina Guerra, opina que hubo avances en este último tiempo en relación a la visibilización y discusión del problema, sin embargo, “sería importante que las autoridades comprendan que los chicos son sujetos de derechos y que pueden decidir si quieren o no quieren ver a uno de los padres y porque no lo quieren ver”.

Una traba muy grande frente a este delito, lo impone el poder judicial. “Es muy difícil que se cumpla una condena a un abusador; se utiliza mucho la dificultad probatoria”, explica la abogada Gimol Pintos que trabajó como especialista en protección a la Infancia y la Adolescencia en UNICEF. “Lamentablemente todavía en Argentina prima la protección de la ‘sagrada familia’ por sobre el derecho de los niños, niñas y adolescentes”, añade Guerra.

En 1985, el psiquiatra estadounidense y pedófilo, Richard Gardner, publicó el “Síndrome de Alienación Parental (SAP)”, una teoría pedófila que establece, entre otras cosas, que cuando algún niño describe una situación de abuso y violencia, no está diciendo la verdad, sino que las madres “alienadoras” instruyen a sus hijos con ciertos argumentos para que el chico reproduzca. “Y dice otras cosas peores, como que el abuso sexual en la primera edad no es grave porque no genera recuerdos”, agrega Guerra.

En primer lugar, en relación al despertar sexual a temprana edad y tratándose de una conducta impropia, Muller afirma: “Los chicos tienen un tiempo para desarrollar todos los aspectos de la sexualidad; la genitalidad, que es lo que aparece en estas agresiones, es algo que tiene que llegarle al niño en la adolescencia, si se incluye eso a temprana edad, obviamente se está perjudicando tremendamente el desarrollo del niño; no solo de manera traumática, sino también constitutiva”.

En segundo lugar, el invento de Gardner, no está avalado por ninguna sociedad científica. Al estar desestimado por organismos de medicina, el SAP no se puede sostener jurídicamente, “no van a encontrar sentencias que digan que por el Síndrome de Alienación Parental se ordena la desvinculación de la mamá y la restitución del menor de edad al abusador”, comenta Guerra. Se buscan otras estrategias jurídicas: “básicamente la reversión de la guarda, es decir, quien ha sido impedido su contacto ordenado judicialmente en base a una denuncia de abuso sexual, no solicita la re-vinculación con el hijo sino una causa civil pidiendo la reversión en base a un supuesto problema de la madre”, explica Pinto.

Sin embargo, dicha teoría circula, “porque es la solución simple a algo sumamente complicado; alivia al que impone justicia, aleja del horror a los jueces, que no están muy preparados y de paso matan a dos pájaros de un tiro porque le siguen pegando a la mujer y eso en la justicia patriarcal viene muy bien”, comenta la psicóloga Muller. “La estructura es la misma que hace 100 años atrás cuando éramos quemadas por brujas, si gritabas ante la tortura eras quemada, si no lo hacías quería decir que el diablo te defendía, e ibas a ser quemada igual. Del mismo modo funciona en el sistema judicial; si sabes del abuso y no hablas sos cómplice, pero si ante el conocimiento haces algo, sos enjuiciada por rencorosa”, agrega Piceda.

Un informe del 2012 de SaveTheChildren detallo que, en el mundo, sólo se denuncia entre un 5 y un 10 por ciento de los abusos. En tal sentido, la circulación de esta teoría, sirve también para evitar que estos delitos sigan siendo denunciados.

Más allá de que hay una debilidad reconocida en el sistema judicial con respecto a hacer valer los derechos de los niños, no se debe dejar caer toda la responsabilidad en este aspecto porque no sólo dicho poder está arraigado sobre las bases del patriarcado. La abogada Pinto comenta: “Esta cultura no se desarma solamente con un cambio normativo, tiene que haber un andamiaje y que la sociedad lo sostenga; puede haber una norma que proteja, pero queda en la nada si se sigue naturalizando por la televisión imágenes totalmente erotizadas de la infancia como producto de consumo masivo”.

“Sería muy ingenuo que tomáramos una única manera de verlo, la pedofilia es un aspecto de la sociedad y es juzgada como un hecho aberrante; pero cuando se promociona a través de la propaganda no se la está viendo como pedofilia, sino como un bien de consumo”, explica Adriana Holstein, psicopedagoga y antropóloga. En tal sentido, cabe preguntarse: ¿Cuál es el grado de la pedofilia? ¿necesita ser reiterado para producir consecuencias?, Holstein invita a la reflexión: “Habría que pensar en cómo se violenta la sexualidad infantil, cada vez que un adulto se refiere a un chico diciendo: ‘mira el culo que tiene esta’ o ‘este es macho, macho’”.

Para poder terminar con la pedofilia, es necesario poder acabar con el patriarcado. El pedófilo, el abusador, no está de acuerdo en que sus prácticas son un delito, por lo tanto, ¿por qué habría de modificarlas? Es necesario un tratamiento que permita desarticular los patrones patriarcales en los que ellos se rigen y en los que cabe la idea de pensar que todo lo que está a su alrededor es de su propiedad y pueden hacer lo que quieran con ello. “El abuso hacia los niños viene de épocas muy antiguas; el concepto de niño no existía en la antigüedad, no era una entidad en sí misma sino un objeto sobre el cual disponían los adultos, a tal punto que los padres tenían derecho de matarlos si les venía bien”, dice Muller y agrega: “La declaración de los derechos del niño es algo relativamente nuevo, y las prácticas, como la violencia de género, están muy arraigadas”.

Aún falta algo muy importante, la Ley de Educación Sexual Integral. “Que dicha ley no se aplique habilita el sometimiento, porque hay algo que no se conoce; en la medida en que uno comienza a ser consciente de conocer su cuerpo, de poner límites al deseo y a la perversión del otro, saber que tiene derecho a eso y cuestionar, ¿por qué? Se caen y se deja de creer en los estereotipos”, explica Holstein.

Las sociedades viven sometidas a un sistema capitalista, a una hegemonía cultural occidental y a la globalización de los medios de la industria cultural que dominan el sentido común y transforman la cultura en mercancía. La pedofilia es el acto más explícito de dominación, pero proponerlo, sugerirlo y excitarlo es parte de la hegemonía sutil con la que se maneja la sociedad capitalista, que se deshace de toda culpabilidad dejando que cada quién lo consuma, lo interprete y lo use como quiera; pero al mismo tiempo llena de culpa a todo aquel que no siga con los estereotipos construidos. Detenernos a pensar en las prácticas, incluso aquellas cotidianas -¿por qué un nene tiene la obligación de dar un beso en el momento en que alguien llega?- y poder romper con los estereotipos impuestos y comenzar a cuestionar -para no permitir que la vergüenza, la culpa y la inhibición queden al cuidado de las víctimas de abuso sexual infantil- es también una forma de evitar la pedofilia.


Para contactarse con el grupo, pueden hacerlo por Facebook: “Adultxs por los derechos de la infancia”;
o por mail: [email protected] 

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