Loader
Alimentación: ¿derecho de todes o negocio de pocos? | Revista Colibri
10355
post-template-default,single,single-post,postid-10355,single-format-standard,bridge-core-1.0.5,ajax_fade,page_not_loaded,,qode-title-hidden,qode_grid_1300,qode-theme-ver-18.1,qode-theme-bridge,disabled_footer_top,disabled_footer_bottom,qode_header_in_grid,wpb-js-composer js-comp-ver-6.0.2,vc_responsive

Alimentación: ¿derecho de todes o negocio de pocos?

Por Pablo Hernán Velázquez

En octubre no solo hay elecciones, ocurren otras cuestiones. En este mes, la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación cumple 74 años de su fundación, y también se celebra el Día Mundial de la Alimentación y el Día Nacional de lucha contra la Obesidad.

¿Cómo nos alimentamos en Argentina y en la región? ¿Cómo hacer para que 40 millones coman saludable y económico con emergencia alimentaria? ¿La comida sana es cosa de ricos? Trataremos de dar pistas de posibles respuestas en las siguientes líneas.

Fotografía de Unión de los Trabajadores de la Tierra

Fotografía de Unión de los Trabajadores de la Tierra

La comida como espectáculo

Recientemente, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires prestó el edificio ribereño de La Usina del Arte para una pomposa celebración en la cual una sociedad internacional premió a los 50 mejores restaurantes de Latinoamérica.

La periodista y autora de los libros ‘Malcomidos’ y ‘Mala-leche’, Soledad Barruti, puso en duda lo oportuno de esta celebración por el momento que atraviesa nuestro país, y comentó a Revista Colibrí que las personas de todas las disciplinas deberían estar uniendo sus fuerzas “para generar un sistema alimentario justo basado en la soberanía, en el no uso de venenos, en la posibilidad de expansión de mercados, en que los productores puedan acercar sus producciones de manera directa a las personas en las ciudades, y en cómo acercar la comida para que todas las personas coman bien”.

Hace unas semanas el Congreso de la Nación prorrogó la emergencia alimentaria vigente en nuestro país hasta 2022, y aumentó las sumas presupuestarias para abordar este flagelo. Hablamos de una realidad que a veces cuesta ver a los ojos.

Las últimas estadísticas de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) indicaban que en el trienio 2016-2018, previo a la gran devaluación y crisis generada por el gobierno nacional, cuatro de cada cien argentines pasaban hambre.

El Barómetro de la Deuda Social de la Infancia (UCA) brinda números menos alentadores, y aun más cuando se trata menores de 18 años: casi el 30% sufre inseguridad alimentaria, 8% pasa hambre y el 13% es indigente desde el punto de vista económico.

El Movimiento Barrios de Pie construye el Indicador Barrial de Situación Nutricional, y en sus últimas mediciones concluyeron que 4 de cada 10 pibes que asisten a comedores comunitarios, en la zona metropolitana de Buenos Aires, se encuentran en alguna de las variantes de malnutrición (42,8%).

En medio de todo eso “gastar energía en vestirse de gala y premiar restaurantes a los que ni el 1% de este país podría llegar a ir a mí me parece que es bizarro”, sostiene Barruti, quien bromeo con que no la invitaron, pero tampoco hubiese ido.

La tierra, el hambre, el monopolio y los agrotóxicos

Años de grandes cambios en las grandes industrias agroquímicas redistribuyeron el mapa del poder que se debate la propiedad de la materia prima del alimento: Bayer adquirió Monsanto, mientras que Dow Chemical compro los capitales de DuPont.

El aspirante a la presidencia, Alberto Fernández, presentó un plan denominado “Argentina Contra el Hambre”, con una serie de medidas e iniciativas que, de resultar electo, instrumentará para combatir este flagelo creciente. No pasó desapercibida la presencia del director general de Syngenta Argentina, Antonio Aracre, en el acto. Fue él, quien desde su cuenta de LinkedIn propuso que “las empresas aporten el 1% de su producción para un plan integral que combata el hambre como política de estado”.

La primera pregunta que debemos hacernos es, ¿qué es y que representa Syngenta para nuestro país y para la alimentación?

Responde Patricio Eleisegui, periodista, escritor y autor de ‘Envenenados’: “Syngenta surge en el año 2000, llega a Argentina entre 2008 y 2010, y si bien no hace tanto tiempo que está, ya le compite de igual a igual a Monsanto en la comercialización de glifosato”, explica. Cabe destacar que Syngenta no hace una producción en sí misma, sino que es una comercializadora de insumos: “es una mega empresa dedicada a la producción de agrotóxicos, en particular de insecticidas”, agregó.

El 27 de septiembre a las cuatro y media de la mañana, se produjo una explosión en las instalaciones de Sigma Agro SA, en Mercedes. La implosión causo la muerte de un trabajador, la diseminación de miles de litros de agroquímicos en las periferias del casco urbano de la localidad, y unos efectos nocivos en el ambiente y en la salud de les vecines que aún no se puede mensurar. Sobre esto, Eleisegui cuenta que “en el último tiempo, Syngenta se dedicó a la comercialización de moléculas de paraquat, que es el herbicida que estaba presente en esta gran explosión”.

Hasta 2017, año en la que fue adquirida por la empresa ChemChina mientras se realizaban las “fusiones” antes mencionadas, Syngenta era la primera productora de agroquímicos en nuestro país, por encima de Monsanto. Además, como detalle Enrique Viale –miembro de la Asociación Argentina de Abogados Ambientalistas- “es la segunda fabricante mundial de transgénicos y agroquímicos, que producen commodities y no alimentos”.

Un producto commodity es un bien de tipo genérico, es decir, sin una característica que diferencie a uno de otro entre sí. Normalmente cuando se habla de commodities, se habla de materias primas o bienes primarios, destacando por ejemplo el trigo, que se siembra en cualquier parte del mundo y que tendrá el mismo precio y la misma calidad.

La pregunta ahora es ¿puede una empresa con este historial de mercado combatir genuinamente el hambre?

Pensar que las transnacionales y el corazón del modelo agroindustrial van a alimentar a la pobreza que fabricaron es una pobre esperanza”, reflexionó Silvana Melo en un artículo publicado para la agencia de noticias Pelota de Trapo, con lo cual dio una respuesta preliminar a este cuestionamiento.

Barruti comparte la visión desesperanzadora sobre la intervención del agronegocio en el combate del hambre, y considera que de ellos solo se puede esperar “rellenadores baratos y no alimento”. También destacó la importancia de “pensar la producción alimentaria y demás no como una cuestión de caridad o de donativos, ni en incorporar al agronegocio que no da alimentos”.

Melo, en su artículo, hizo un paralelismo entre la propuesta del CEO de Syngenta y aquellos “entusiastas” impulsores de la soja: “son los mismos que se conmovieron en 2002, cuando el hambre arrasaba a los niños de las barriadas de toda la tierra larga, y fueron ellos a darles de comer su invento forrajero destinado a los animales del otro mundo con el que estaban acumulando divisas a granel mientras las víctimas sistémicas apilaban platos vacíos”, en referencia a “Soja Solidaria”.

¿Qué fue “Soja Solidaria”?

Fue un programa impulsado por la Asociación Argentina de Productores de Siembra Directa luego de la crisis de 2001, con la idea de abrir un mercado interno más allá de la exportación de soja transgénica, que ya en ese momento se importaba a Europa y Asia como forraje”, explica Eleisegui. En la supuesta campaña solidaria, los determinados productores de acuerdo con la Iniciativa donaban el 1% de su producción de soja para acercar a lugares donde había problemas de nutrición.

La autora de Mala Leche, por su parte, recordó como “un desastre” el desembarco de la soja como supuesto brote salvador: “se llenaron las escuelas y los barrios con algo que se presentaba como ‘leche de soja’, y derivados de esta semilla en el rol de sustituto de otros alimentos, como la carne, los cereales y las verduras, con el aval del Estado”.

En aquel momento contaban con la ventaja de que la bibliografía medica no había avanzado lo que avanzo hasta ahora: el consumo de soja es nefasto para los chicos menores de 5 años e impide la absorción de otros nutrientes fundamentales para el desarrollo.

Fotografía de Unión de los Trabajadores de la Tierra

De la tierra a nuestra mesa

Para mí, la mejor manera de reencauzar esto es sentar a la mesa como protagonistas a los primeros actores involucrados en la solución, a los productores que saben producir alimentos de verdad, que guardan las semillas y los saberes, que conservan en sus campos la diversidad que nos alimentará”, afirma esperanzada Barruti.

Hace más de seis años que esta tarea es realizada por la Unión de Trabajadores de la Tierra, que sus Verdurazos exigen el acceso a la tierra, igualdad de género, promover la transición hacia la agroecología y reivindicar la necesidad de una agricultura familiar fuerte.

La Unión de Trabajadores de la Tierra es una organización a nivel nacional que nuclea a más de 15 mil familias en 16 provincias del país”, comenta uno de sus integrantes, Lucas Tedesco, y hace hincapié en la apuesta por la agroecológica como principal característica de quienes componen la Unión.

Como trabajadores de las economías regionales, la tierra es un reclamo fundamental de la organización: “luchamos por el acceso a la tierra, ya que más del 70% de los pequeños productores en la Provincia de Buenos Aires alquilan, y en otras provincias tenemos muchísimos problemas con la regularización de las tierras”.

Queremos leyes para los pequeños productores, queremos un país donde se planifique la producción de alimentos, la tenencia de la tierra y creemos que eso es posible, por eso salimos a la calle”, cierra Lucas, centrándose en los reclamos puntuales que la Unión de Trabajadores de la Tierra lleva adelante.

Barruti reclamó: “hoy las decisiones se toman entre CEOs, entre gobernantes y gente que no sabe un pomo de alimentación”, y pidió devolverle el lugar de decisión a las personas que sí saben hacerlo y todas las fuerzas deberían estar encauzadas luego hacia y apoyar a esos productores. “La verdad es que no lo veo sucediendo en muchos lugares y es una pena porque ahí es donde nos estamos perdiendo los lugares de saber y los lugares de transformación real”, afirmó.

Soberanos y bien comidos

La Soberanía Alimentaria es un proceso que se construye día a día a través de la agroecología como propuesta alternativa al modelo productivo que tenemos hoy”, aportó Agustín Suarez, quien coordina la tarea de prensa de la UTT. “Muchos de los pequeños productores se animan y comienzan a producir agroecológicamente, por eso creemos nosotros que es clave esta lucha”, añadió.

Agustín aprovechó para dejar una sentencia que describe resumidamente uno de estos objetivos: “poder producir alimentos para millones de personas todos los días a precios populares, un producto sano nos parece estratégico para la construcción de la soberanía alimentaria”. De todas formas, esto es un proceso. Hoy la UTT tiene más de 100 pequeños productores solo en Buenos Aires que producen agroecológicamente, pero en el resto del país hay miles de productores que producen convencionalmente, acorde al sistema de producción comercial que impera en lo cotidiano.

Tenemos como estrategia política de la organización que ese producto agroecológico no se venda ni se comercialice con un plus solamente por ser agroecológico, sino que se comercialice y se venda al mismo precio o muchas veces menor que el convencional”, es la forma en que Agustín describe la tarea que la UTT abrió por la soberanía de alimentos.

Vencer la desinformación

Las cuentas con más seguidores de Instagram en nutrición nos conminan a comer todos los días “la porción justa”, porque de esa manera vas a disfrutar de la vida y todo eso es permanentemente un gatillo contra cualquier forma de búsqueda de cuidado que hacen las personas.

Querés cuidar a tu hijo del avasallamiento de los treinta compañeritos que cumplen años y lo festejan con pancho, Coca Cola y papas fritas. Y pareciera que encima tenés una enfermedad, y que sos ortoréxico”, cuenta la autora de Malcomidos.

Se arman “frentes de batalla” por lo que comemos cotidianamente. Hijes contra madres y padres, o padres contra madres y viceversa por la puja entre alimentar sano y “darle un gusto al nene”. “Cuando salió Toy Story todos los yogures pusieron los packs con imágenes de estos personajes que son entrañables, que los niños aman y que generan una guerra, porque vos no le compras eso tu hijo que desea que lo hace sentir bien y que le da felicidad”, fundamenta Barruti.

Vivimos sometidos a estímulos, promociones y publicidades que no logramos identificar como tales, que hacen que llamemos comida a lo que en realidad no lo es, que le demos entidad a supuestos profesionales pagados por las corporaciones que producen estos “alimentos” ultra procesados para insertar sus productos en nuestros deseos.

Comida sana ¿cosa de chetos?

El tema de tenerlos como cosas de chetos parte de la vieja idea que no ve ciertas luchas, que no tienen en cuenta que en realidad las personas más perjudicadas con este sistema alimentario son las personas que menos poder adquisitivo tienen”, contra argumenta Barruti.

Además, ratifica que “cuando yo voy y compró en la verdulería de la Unión de Trabajadores de la Tierra estoy trabajando en colaboración con personas que están mejorando sus vidas, con dignidad y sin envenenarse”.

Para que haya precios populares alguien debe trabajarlos, y siempre es a cuenta de trabajadores de la tierra cada vez más esclavizados: “hace poco hice el recorrido de la frutilla en Santa Fe y los mismos productores hablaban de los lugares de trabajo como campos de concentración”.

La escritora aclara que “como hablamos de productores hablamos de pequeños jornaleros que tienen doce horas de trabajo entre treinta tipos de venenos para producir las frutillas a $3 por kilo que luego se venden en las verdulerías a $100 por kilo, y en los supermercados a $150 por kilo”. Con esto, Barruti arriba a la conclusión de que pensar estas cuestiones de alimentación sana y medioambientales como “clasistas” es olvidarse de todas las fotografías y es ignorar realmente cuál es la realidad.

La autora da por tierra con una chicana de larga data: “hay personas que se están enfermando de diabetes que nadie puede tratar después, o con problemas cardiovasculares se están matando a los 40 años, y no son personas ricas sino las empobrecidas las primeras víctimas del sistema alimentario, las que más necesitan de una alimentación adecuada».

 

Para leer mas: hambre y extranjerización 

No Comments

Post A Comment