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Construir desde el refugio - Entrevista a Rocío Inmensidades | Revista Colibri
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Construir desde el refugio – Entrevista a Rocío Inmensidades

Fotógrafe del mes – Rocío Inmensidades
Edición #78
Por Alana Rodríguez

 

Inmensidades es una fotógrafa argentina que vivió su infancia y adolescencia en Lomas del Mirador, en donde comenzó a experimentar con la fotografía desde cámaras compactas antiguas, fotolog y cámaras analógicas. Para ella, “hay algo ahí re-identitario», que tiene que ver con vivir en el conurbano de la periferia, en un espacio más cercano a la naturaleza, con «otro contacto con los animales y las personas. Actualmente, realiza books para trabajadores sexuales, a emprendimientos y forma parte de la productora audiovisual Bitches producciones. También da talleres de fotografía y edición, mientras que su editorial Profundo Ediciones ya cumplió 6 años. Lanzó dos libros Territorio, Todos nuestros deseos y distintos fanzines como Viciosa, Hortencias para desayunar, Pequeña muerte y muchos más.

 

¿Cuándo y por qué te fuiste adentrando en la fotografía como lenguaje?, ¿Cuál es tu vínculo con la fotografía en la actualidad?

Saco fotos desde muy chica. Cuando tenía 8 años, mi hermana me regaló una cámara analógica compacta de Minnie, era toda rosa y tenía una Minnie en la parte de adelante. Mi familia me compró dos rollos que me los disparé en tres días, que son increíbles porque son muchas fotos que le saqué a mis perritos. En mi familia había una cámara digital que nunca me prestaban y yo robaba para sacar fotos. Esas dos cosas juntas para mí fueron la base para empezar a experimentar sobre el lenguaje fotográfico siendo muy chica.

Era un juego revisar el archivo familiar, ver fotos, agarrarlas, seleccionarlas, hacer grupos de las que me gustaban, incluso jugar a hacer nuevos álbumes seleccionando otras fotos. Y siempre fue una lucha con mi familia, porque los archivos de fotos se atesoraban, «las fotos no son un juguete y para mí era un mundo a descubrir que me daba mucha información y entretenimiento.

Durante la adolescencia, empecé a sacar con cámaras compactas digitales y, cuando surgió fotolog, fue super clave empezar a compartir imágenes por ahí. Tenía uno donde subía una foto por día, escribía y hacía amigos. De adolescente, siempre viví en Buenos Aires, entonces, durante la semana estaba en La Matanza escribiendo en el fotolog y los fines de semana iba a la Bond Street y a la plaza a ver amigues que conocía por ahí. Ya a los 18 años, mi viejo tenía una cámara réflex Pentax que decidió prestármela. Entonces, empecé a sacar fotos analógicas que para mí fue un antes y un después.

Hoy siento que cuando empecé a sacar fotos tenía una ansiedad de sacar imágenes y retratarlo todo, que me dio mucha práctica, aprendí mucho sobre el lenguaje fotográfico y sobre técnica. Y de un tiempo para acá, es como que estoy más lenta para sacar imágenes, creo que tiene que ver con el acceso que tenemos a sacar fotos: con celulares, la imagen está mucho más presente y eso también agobia. Hoy sigo completamente apostando a la fotografía analógica como esa imagen que tiene otro tiempo y te permite descansar la mirada y darle una pausa y un tiempo para que decante y entonces, después cuando aparezca, sorprenda. Mi vínculo más personal con la foto tiene que ver más con hacer un proceso más lento. Yo siempre hice fotografía documental de mi propia vida y hoy lo que estoy retratando de esa particularidad tiene más que ver con un proceso más rumiante si se quiere, como dice Lucrecia Masson, escritora, activista gorda y antirracista. Ir rumiando, ir lentito como las vacas.

Diste en varias ocasiones un taller sobre auto-publicarse, también participaste de fanzines y revistas impresas y, en varias oportunidades, pudiste materializar tus fotografías. En tiempos de tanta virtualidad, ¿cuál es para vos la potencia o en qué sentido enriquece poder materializar los relatos fotográficos que hacemos?

Sí, doy ese taller en la escuela de fotografía Suki y hago fanzines bajo el sello de Profundo ediciones que es una editorial que tengo hace seis años ya. Editamos fanzines de fotografía, ilustración y poesía. Y en esa plataforma, me autoedito mucho y tengo algo más ligado a mi autoedición fotográfica de pensar mis propias series y mis propias narrativas, en algunas como fanzines visuales. Yo siento que hay una tremenda potencia en materializar, que incluso muchas veces es ese paso o esa vuelta de tuerca que necesitamos en poder cerrar una serie o que las imágenes no queden simplemente en nuestros back-ups digitales.

Poder compartirlas, yo creo mucho en el deseo de compartir y en su potencia, y también que hay cosas que no hay que compartirlas, que son para une, lo cuido y lo valoro. Pero creo mucho en el potencial transformador de compartir porque, por un lado, pasar de la virtualidad, que podría relacionarse más con el plano del aire, a la materialización, que podría relacionarse con la tierra, para mí es lograr un símbolo, un peso. Es como un signo, un símbolo de que estamos acá y que estamos acá en relación con les otres, en un ida y vuelta.

También pasa mucho con las publicaciones virtuales, revistas, fanzines, libros, que para mí hay mucho poder, si nos damos cuenta de que estamos acá y que podemos compartirlo, siempre va a haber un otro devolviéndonos algo y en ese devolver va a pasar algo super enriquecedor para todas las partes. Muchas veces lo que tenemos para decir es lo que tiene para decir el resto o lo que el resto no puede decir y necesita que alguien ponga de alguna manera en materialidad. Entonces, también creo que esa potencia no tiene solo que ver con materializar fanzines o libros o publicaciones, sino con el arte en general, darle existencia a algo que talvez necesita decirse. Esa es mi relación con el hacer editorial y de esto mismo surgen mis ganas de compartir herramientas a través de talleres.

Creo que el arte es colectivo y que cuantos más tengamos herramientas para expresarnos, la potencia va a ser más global de alguna manera o más colectiva, de ahí vienen mis ganas de compartir en talleres de auto-publicación.

De tu taller “autopublicarse desde el refugio”, me encantó que usaras el término refugio y quería preguntarte: ¿en dónde encontrás vos tu refugio?

Casualmente, yo tengo tatuada la palabra refugio en el pecho. Por un lado, creo que el refugio está en el cuerpo, está en el cuarto, está en la casa en donde hacemos casa, en dónde podemos encontrarnos en un momento de revisión, de soledad y de cuidado. No creo que mucho en los lugares seguros, no quiero que se me malinterprete, también creo que hay muchas concepciones de casas a las que estamos ligades por haber compartido una vida familiarmente en espacios que tal vez no fueron ni refugio, ni seguros. Mi búsqueda va también por ahí, durante muchos años yo no sentí un refugio en mi casa familiar, entonces también hago lo que sea para encontrar refugios en otros lados y construir los que no tuve.

Para mí, incluso el taller es un espacio de refugio e intento plantearlo así para todes quienes participan y tratar de hacerlo lo más cuidado posible, con respeto a nuestras producciones y con respeto a quienes somos, a nuestros recorridos, a nuestras historias y a nuestros relatos fotográficos. Siento que realmente es un montón de apertura, a medida que van pasando los talleres me quedo más con la sensación de “uou, todo lo que se está abriendo en este espacio”. Que esté la palabra refugio da esa sensación, como si estuviéramos en un refugio de alta montaña, afuera hace frío y adentro hay calorcito y comida. Y nos quedamos ahí hasta que logramos procesar lo que tengamos que procesar.

Intento que el refugio esté en el cuerpo con toda su complejidad y, cuando el cuerpo está confundido, que esté en mi cuarto, que esté en los lugares donde puedo revisarme y también en los vínculos, en las personas que quiero que me quieran, que me valoren.

En uno de tus textos también hablas sobre “habitar un cuerpo poéticamente terrorista”: ¿cómo es habitar un cuerpo poéticamente terrorista?

Fue un fanzine de los primeros que hice, en ese momento me hacía mucho sentido. Fue una serie de fotos que tenían que ver con el cuerpo gordo, con ser una persona gorda o retratar a otras personas gordas. Viendo que de pronto nuestro cuerpo gordo no era un cuerpo aceptado por el resto, entonces, por hecho de querer habitarlo intencionadamente, nos hacía terroristas, sin querer banalizar la palabra. También hay mucho de apropiarnos de la injuria, hay mucho que nos enseñan otros movimientos como el movimiento de las putas, de apropiarse de la injuria para poder reivindicarse. Nos apropiamos de la palabra gordo o gorda, que toda la vida nos han dicho como un insulto, para decir “, soy gorda, ¿y qué?”. Entonces, para mí, es habitar un cuerpo poéticamente terrorista.

Claro que no soy terrorista efectivamente, sino que es una manera poética de decirlo. Sí porto un cuerpo que, de alguna manera, la industria, el cuerpo de salud, la industria de la dieta y la salud hegemónica, quieren eliminar. Porque no conciben el cuerpo gordo como un cuerpo posible y entonces, si quieren eliminar mi cuerpo, yo voy a ser terrorista, esa era la lógica. Hacerse cargo de un cuerpo que vive, que siente, que le pasan cosas y que eso no está mal. Correrse de la idea de que un cuerpo gordo siempre es un cuerpo en futuro que no puede vivir su presente, como que es un cuerpo que se piensa a futuro, un proyecto de cuerpo: «Vos sos gorde hoy y estás pensando que para el futuro tenés que ser flacx, tenés que ser diferente. Entonces, apropiarse de esta idea es también decir «bueno, no, hoy yo tengo este cuerpo y es en presente, en pasado y en futuro no sé, pero puede ser gordo como una posibilidad.

Por último, si nos querés contar la historia de alguna fotografía que tenga un significado especial para vos, de esas a las que solemos volver y que nos cuentes por qué.

Siento que las fotos se me vuelven favoritas cuando no me molesta verlas todos los días. Cuando hay algo en ese mirar que me sigue devolviendo cosas. Tengo una foto que le saque a Isabela de una vez que hicimos unas fotos para Kinky Bunny, que es un emprendimiento de accesorios BDSM. Isa nunca se había producido tanto para una foto, era su primera vez produciéndose muy fem. Había muches modeles y todas las fotos salieron hermosas de ese día, pero particularmente con Isa pasó que estaba esposada y me miro muy sutilmente, como diciendo “acá estoy, estoy así y estoy regia”. Siento que es de esas fotos que pausan el tiempo y te dejan pensando. En la mirada había un juego de poder muy grande y de esos juegos de poder que nos interesan a las personas que practicamos o nos interesa el BDSM. Esa imagen me parece super potente.

Hay otra imagen que tiene que ver con el mar, que saque en Valparaíso (Chile) en Playa Ancha, del mar entre las piedras, después de romper contra las piedras, queda todo movido, pero mucho más calmo que antes de romper. Hay algo en ese mar que me trae a esa situación de intensidad y, al ismo tiempo, desde sus colores y desde su textura, trae algo que tiene que ver con lo onírico, lo nebuloso.

Esas dos son fotos muy claves en mi vida, que me acompañan. Hay muchas otras fotos que me laten y que me muestran la euforia de un momento, o la intensidad de la vida, o sentirnos en una piola con nuestros cuerpos y no solo en lo individual, sino también en lo colectivo. Por ejemplo, con la foto de Isa hubo un ida y vuelta entre las dos y pudimos entre las dos generar la confianza para que ella se muestre de esa manera ante mí y yo poder retratarla. Entonces, me parece que hay un montón de cosas potentes en cuanto a lo que me devuelven las imágenes en un plano más personal y en la potencia que tienen cuando las muestro.

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