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Crónica de un aborto | Revista Colibri
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Crónica de un aborto

Por Celeste Lambert

No, gracias.

Ese día, ese viernes, llegué a ese departamento que no podía definir como casa, para descubrir que tenía que tomar una decisión, quizás, la más importante que haya tenido que tomar: estaba embarazada.

Sí, eso, cortito y al pie. Uno de los miedos más grandes que venía dando vueltas en mi cabeza desde que me vino por primera vez. Claro, con una madre neonatologa. Y claro, con la luna en casa XII.

Un mediodía de mayo, caminaba de vuelta a una casa que no era mía. Atravesé las barracas de Belgrano, un barrio que se sentía propio.

Creo recordar llevar unos auriculares puestos, y tener una sensación de liviandad tonta. Era un día soleado de otoño.

Hoy estoy de cara a la luna, una luna en cuarto menguante. Hace calor y me llega la brisa del mar,  y pienso en ese poema, de ese poeta desconocido que es Frey Chinelli, que dice:

Son arranques. Arranques, nomás. Quedamos estancados en los pozos y algunos salimos y otros nos volvemos locos y otros somos internados en clínicas y de rehabilitación y otros ensoñamos la vista con un futuro de rock y sexo y otros nos compramos el título de la secundaria para conseguir un trabajo piola por la gorda y mi chica, que la quiero un montón, además, y otros somos los eternos adolescentes de los que hablaron en las revistas hace unos años, y otros somos los que saldremos en las tapas de las revistas futuras y en los programas de televisión y en los de radio y el círculo será tan grande que los arranques que se detengan… que recen. Aceptamos el reto y no nos comimos ninguna. Por eso, así. El día de nuestra muerte (si se diera eso hoy) sería glorioso en su máxima plenitud y a su vez la nada. Carne a la tierra o las cenizas al aire o como quieras pero a su vez, la nada.”

El deseo es como la aguja de una brújula que mueve al cuerpo. Como el puntito azul de la app del mapita, por decir algo más 2.0.

El día anterior a la noticia, nos sentamos a charlar sobre sí de verdad íbamos a compartir una casa. Llovía y nos refugiábamos en un barcito a un par de cuadras del Congreso, dónde vos estabas viviendo. Yo tenía miedo a lo que pudiera venir, y vos hacías todo lo posible para que mi miedo se disipara. ¿Te acordas cómo, de repente, mudarnos pareció una pelotudez total? Sin ánimo de sonar cliché: todo pasa por algo. Las crisis nos dan dimensión. Mueven el punto de encastre. Nos regalan un nuevo par de lentes con que mirar al mundo.

Esa noche vimos “Love” de Gaspar Noé. Una sucesión de escenas de sexo filmadas con mucho vituosismo. Pero, como suele pasarme con su monstruosa obra,  Noé me dejó una sensación de vacío. La consigna clara del film, es, ahí dónde está el deseo, lo erótico, la pasión, no está el amor. El protagonista desciende a infiernos de carne, sudor, orgasmos sólo para darse cuenta del vacío de su existencia y decidir terminar con ese sufrimiento. En “Love”el erotismo se reduce al imaginario de fantasias abarcables por una cabeza masculina heteronormativa, y el amor, a una tensión entre poseer y no. Al día siguiente, como teníamos que darle un poco de entidad a nuestro ente imaginario antes de soltarlo, pensamos que podía ser varón, y que lo podríamos llamar Gaspar. Reímos y le quitamos un poco de peso a tanto golpe de realidad.

Que loco ¿no? Quizás hoy o uno de estos días, hubiera dado a luz. No sé si a un varón, a una mujer, o una persona cuyo género estuviera escindido de esas categorías binarias. Pero no.

¿Quién diría? La piba que no sabía. Que “que se yo, algún día” o “¿para qué? a este mundo, tan enquilombado, a este mundo, tan doloroso”. Esa misma piba, que no tenía ninguna postura formada sobre ser madre. Ahí estaba: dos rayitas. Un positivo rotundo, instantáneo.

Y algún despistade preguntará, ¿cómo decidir? ¿no es que era un hecho ya, irreversible? No, nene. Decidir.

La definición de “poder” dice que se trata de la capacidad o facultad de hacer determinada cosa. No da más especificaciones, no dice “qué”. El “qué” depende de quién tenga el poder. Quién tiene el poder, elige, decide, hace, opera, y todos los verbos que se les ocurran. Quién tiene poder, sigue con su vida con la sensación de que la esta llevando por dónde quiere.

Cuando los movimientos feministas, hablan de “empoderamiento”, resaltan, que el poder es algo que se nos ha quitado en muchos casos, o que directamente no se nos ha dado.

Poder significa desde tener el conocimiento de cuales son las posibilidades, todas ellas, pasando por tener los recursos para llevar determinada decisión a cabo, hasta tener la libertad, (si es que puede decirse que somos libres, esa es otra discusión). Si «el conocimiento es poder», entonces, «el poder es libertad».

Cuando me enteré que mi cuerpo gestaba a un ser, mi respuesta fue automática. Dije, no: en este momento no. Así, no.

Hace unos días vi una transmisión en vivo sobre la población de la tierra. El número de nacimientos subía a cada segundo, así como el de difuntos, e igual, en promedio, la población aumentaba a cada instante. Me impactó esa información, es muy clara: Somos más de 7 billones… Y a que costo.

Y disculpen, sin ganas de sonar cínica, porque yo de verdad creo que hay lugar para todes. Pero, ¿no será mucho ya? ¿no seremos demasiades para este planeta?

Digo, demasiada gente, porque yo, que dentro de todo me tengo cierta estima, creo que igual todavía no terminé de dilucidar muy bien que carajos hago acá. Sí, me da la sensación, que escribir lo justifica un poco. Que tener este tipo de experiencias, lo valen. Que hay personas maravillosas que merecen esta y un par de vidas, por conocerlas. Lugares, pensamientos, sensaciones, emociones. Si, todo eso es cierto. Y es cierto que yo privé a un cigoto de todo eso. Yo, que estoy viva, campante y sonante, me declaro asesina de niñes por nacer. Absurdo, ¿no?

Si usted quiere darle un nuevo sentido a su vida, hágase un aborto. Verá cuanta cosa comprende. Cómo con velocidad, la parte trasera de su cuerpo se amotina de preguntas.

Pero, vamos. Imagínate: yo, tratando de descifrar de que se trata todo esto, con un ser, sangre de mi sangre, estirpe de mi estirpe. No, gracias. Paso. ¿Vos que harías? Pensalo un minuto. Decidas lo que decidas, esto fue lo que yo elegí, y cada quién hace lo que quiere, lo que puede. Así que quedate con tu respuesta, pero por favor, acepta que no es la única posible.

Miren, la verdad es que ser madre tiene que ser, a mi criterio y sin lugar a duda, una decisión. Tiene que ser, en todos los casos, una elección tomada con libertad, y sobre todo, con alegría.

Ser durante nueve meses la incubadora de una persona, tiene que desearse. Un vínculo de eterno con un otro… ¿qué opinan? Y no me vengan con que todes los vínculos atan, porque bien sabemos que la relación hije – progenitore maneja un nivel de intensidad que, mamita querida. Hay que tener muchas ganas, mucho valor, mucha entereza.

Eso: con consciencia, con convicción, con amor. Es un compromiso y una responsabilidad inmensa. Creo que tienen que venir con el más profundo deseo. Entonces: Aborto legal, seguro y gratuito ¡ya! Es un delirio que tengamos que luchar, todos los días por esto. Y no se preocupen, lo vamos a seguir haciendo, hasta que no sea un hecho no vamos a parar.

¿Por qué saben qué? Yo tuve la suerte de que mi pareja me acompañe. De que mi familia esté ahí, de que me ayuden, que me alivianen la decisión por si o por no. De que no me juzguen, que me comprendan. Tuve el privilegio de hacerlo segura, tranquila. Sin riesgos. De vivirlo como algo intimo, sagrado, real. Pero fue todo eso: una excepción, una suerte, un privilegio.

Miles de mujeres, aproximadamente 100 cada año en Argentina, se mueren por esa falta, mientras que alrededor de 80.000 son hospitalizadas, y hay casi 600.000 abortos clandestinos todos los años, doña. Así está la cosa.Por ese capricho, de ver en una imagen minúscula de una ecografía, el potencial de una vida que debe, sí o sí, ser preservada. ¿Quién dijo? Diganme… ¿quién?

Hegel, hace más de un siglo atrás, ya habló de la familia como núcleo decisivo para el funcionamiento del Estado, así como para el sistema capitalista. Si, al final Susanita, era totalmente funcional al sistema. El casamiento, un contrato más de propiedad. Y les hijes, les descendientes que continuaran con la rueda eterna de consumismo para que la maquinaria gire y gire.

Pero dale, por favor. ¿Qué es la familia? Ya no es más esa institución inmaculada, que dentro se retuerce de hipocresía. Gracias a luchadores y pequeñes revolucionaries, eso está en crisis. La familia es un organismo vivo, abierto, sensible, cambiante, mutable. Igual que un cuerpo.

Y las abortistas, no atentamos contra la familia. Atentamos contra el juzgamiento, contra la muerte, contra el poder.

Lo único que queremos, es tener libertad. Nuestra libertad. Queremos decidir sobre nuestres cuerpas, sobre nuestro tiempo, sobre nuestra existencia, en fin, sobre nuestra vida.

Es difícil definir la propiedad de algo, pero el cuerpo es un territorio propio. Y las decisiones, forjan nuestra existencia, definen nuestra realidad.

Entonces, ¿quién nos puede negar la libertad de decidir? Adivinen la respuesta.

Y les tiro otra pregunta: ¿Quién nos tiene que asegurar las condiciones para ejercer esa libertad? Yo sé ustedes saben, pero acá va una ayuda:

El Estado es responsable.

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