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Fotógrafe del mes - SADO colectivx | Revista Colibri
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Fotógrafe del mes – SADO colectivx

Fotógrafe del mes – SADO Colectivo
Edición #83
Por Alana Rodríguez

 

SADO (fotoactivismo de combate), es un colectivo fotográfico conformado en 2014 por fotógrafes de La Plata. Actualmente, tambien cuentan con participantes en Miramar, Costa de la Provincia de Buenos Aires.  Reflexionando desde lo colectivo, relatando contextos sociales y políticos y acercándose a personas y sus historias, desde una mirada autentica y colectivizada.

-¿En qué momento surgió el colectivo? ¿Se conformó a partir de una necesidad o un deseo ¿Cuántas personas integran el grupo?

El momento fundante de SADO fue el 18 de septiembre de 2014, en el octavo aniversario de la segunda desaparición de Julio López, en la ciudad de La Plata, aunque somos de Ensenada y Berisso también. Nos gusta pensar el territorio expandido, más allá de la centralidad de la ciudad. Aquella fue nuestra primera cobertura, un nacimiento. Al comienzo fuimos tres y la conformación del grupo fue variando con los años, ahora somos cinco.

En aquel momento había un despertar de colectivos fotográficos a nivel latinoamericano, acá en Buenos Aires hacía rato que veíamos a SubCoop y recién había surgido M.A.f.I.A. Fuimos conociendo colectivos de otras provincias, como Colectivo Manifiesto en Córdoba, que ahora se transformó en otras cosas. Pensamos que el avance de las redes y la digitalización, más el contexto social crítico –ya con el kirchnerismo en crisis y la derecha embistiendo con todo– fueron el caldo de cultivo para nuestra conformación.

Fue una necesidad y un deseo, ambas cosas de la mano. Necesidad por la falta de cobertura y difusión de temas que nos parecían importantes y los grandes medios no cubrían, o más bien encubrían, o “informaban” estigmatizando. Y deseo porque algo muy subjetivo e interno de cada une, muy afectivo, generó un común y nos impulsó a salir, a querer hacer parte del quilombo y cambiarlo, a estar ahí aportando desde donde podíamos, desde la imagen y un poco de poesía.

Cuestionando el lugar del fotoperiodismo en el paisaje de medios y el de la fotografía en el campo artístico… preguntándonos por lo que estaba pasando y por la importancia de lo visual y o discursivo en eso. Al principio queríamos más bien denunciar, visibilizar, luego nos fuimos dando cuenta de que nuestro trabajo siempre empieza con preguntas más que con respuestas. Nuestro origen fue ahí, acompañando, haciendo parte, produciendo imágenes para dar ciertas peleas. A su vez, la amistad fue y es fuente y sostén para seguir pese a todo. Los encuentros semanales, los vínculos que hacemos con las personas y las organizaciones, poder conocer las realidades desde adentro, poniendo el cuerpo, de una forma respetuosa y responsable, lo que se genera a nivel humano en cada nuevo trabajo… eso nos parece maravilloso.

-¿Cómo consideran que es la identidad de SADO? ¿Fue mutando con el correr de los años?

Sí, claro. Imposible no cambiar. Vamos cambiando nosotres, aprendiendo, creciendo, conociendo más en profundidad lo que hacemos y los temas que nos interesan. Hay algunas cosas muy básicas, algunos principios, que se mantienen, como hilos invisibles que nos entrelazan. Lo colectivo como una manera de vivir, por ejemplo. Esa especie de principio vital de lo comunitario nos atraviesa desde el comienzo y sigue. Sabemos que el mundo está cagado por el ego y la ambición, y pensamos que lo colectivo, lo que nos une y nos trasciende como personas individuales, es una especie de contralógica para desarmar eso. Sostenemos la firma colectiva y la horizontalidad. No sin conflictos, obvio, pero creemos que ahí, en la horizontal, salimos un poco, por un rato, en una reunión, en una cobertura, en una sesión de fotos, un debate, una edición colectiva o un reportaje, de la verticalidad y el mandato. Ese cuestionamiento a la autoridad del individuo, del yo, es un elogio de la libertad. En lo colectivo, si es horizontal, nos sentimos más libres.

Como decíamos más arriba, también fuimos aprendiendo a escuchar mejor, a ver con calma, a dejar que cada tema, problema, conflicto, persona, nos dé las formas. Vamos a eso. En cada cosa que hacemos está lo nuestro y aquello con lo que elegimos ponernos en diálogo. Ahí surge una tercera cosa, que no es lo nuestro ni lo otro, salimos de esa dicotomía entre lo propio y lo ajeno. Lo que sucede es inédito y no se agota ni acá ni allá. Suma, articula, nos dejamos atravesar.

Cada vez somos más conscientes de que nuestro aporte siempre nos aporta primero a nosotres, no salvamos a nadie, no queremos transformar a nadie. Sí dar nuestra mirada, una opinión, contribuir a un debate o a un cambio, no ser indiferentes, estar al servicio. Eso nos encanta. Por eso, ahora nos vamos alejando un poco de las coberturas y de la agenda diaria de los medios hegemónicos, y también un poco los alternativos que muchas veces se hacen eco. Mucha redundancia. Comenzamos a pensar más a largo plazo, abordajes más profundos, otro ritmo, otro tiempo. Eso apareció fuertemente con el trabajo con la comunidad senegalesa de La Plata. Es algo que nos está pasando ahora. Por otro lado, nos gusta el cachengue, somos muy amigueres, como un cuerpo al que le gusta comer sano, caótico, alegre y luchador. Siempre intentando organizarnos sin caer en un productivismo funcional al sistema. Con nuestros deslices, como todo cuerpo. La banquina es parte del camino, jaja.

 

-Sobre su trabajo “La tierra quema adentro” en donde nos acercan a las historias de personas migrantes de Senegal. ¿Cómo fue el acercamiento con esta comunidad? ¿Se modificó o profundizó su visión sobre las problemáticas que viven las personas migrantes al conocer más íntimamente a la comunidad senegalesa? ¿Por qué decidieron integrar al proyecto el archivo personal de las personas que retrataron?

Fue muy importante para nosotres este trabajo. Nos acercamos en principio como una urgencia porque nos enteramos de que la Policía de la ciudad y control urbano estaban reprimiendo y confiscándoles la mercadería a los vendedores ambulantes. Su presencia en las calles del centro ya nos hacía eco, de repente nos empezamos a preguntar sobre el rol de la migración en una sociedad que aún formada por hijes y nietes de inmigrantes, sigue dando la espalda y discriminando. Nos pusimos en contacto con les compas del colectivo de abogades populares La Ciega, que estaban laburando con la comunidad hacía un tiempo, asesorándoles en cuestiones legales. Así pudimos conocer a Cheikh, referente y vocero de la comunidad en la región. Él nos abrió las puertas de su casa y nos invitó a comer, con las manos y en ronda, bien picante, como lo hacen les senegaleses, se rieron un poco de nosotres, extranjeres en su mesa. Fue buenísmo, así empezamos. Fue tejer un vínculo que fuimos profundizando con el pasar del tiempo.

La apertura que encontramos fue enorme, trabajamos la problemática de la migración viviéndola a la par con elles y a la vez conociendo sus historias, que era lo que más nos interesaba, saber de dónde venían, cómo eran sus familias, que periplos habían pasado hasta llegar a la ciudad habiendo recorrido tantos kilómetros. Conocimos más a fondo las travesías de Bamba, Jimy, Astou, Sofi, Kadie y Mike. Así nos fuimos transformando, dejándonos afectar por sus vidas y abriendo preguntas también en elles, una especie de compartir transcultural que nos acercó cada vez más.

Nos parecía súper importante también hablar sobre la negritud, sobre como históricamente había sido silenciada y estigmatizada, siendo uno de los pilares fundamentales de nuestra historia como sociedad y de la de todo el mundo. Ahí encontramos la potencia, no sólo discursiva sino también estética. Empezamos a experimentar con los colores y cada vez que nos juntábamos a hacer fotos jugábamos con flashes y gelatinas y de repente la negritud que buscábamos visibilizar se convirtió en un arcoiris de diversidad de personas y gestos y formas y miradas.

Poder conocerles más nos disparó un montón de ideas sobre la narrativa visual que queríamos laburar. La comunidad senegalesa es muy colorida, sus tradiciones culturales, sus ropas de ceremonia, las formas comunitarias y solidarias del compartir, todo se traduce en colores. Así que todo fue confluyendo e integrándose. Y después vino la parte editorial que, si bien siempre queda mucho por trabajar, pudimos concretar en un fanzine que nos gusta mucho, donde abordamos un poco todo el trabajo hecho en conjunto durante estos años.

Luego de varias juntadas y debates, y ante la dificultad de sintetizar tanto material, elegimos la superposición de imágenes, como una especie de collage transtemporal donde, además de incorporar archivo histórico del tronco afro colonial argentino, también incluimos material de archivo de sus álbumes familiares. Lo personal iluminando lo colectivo y viceversa. Acceder a esta intimidad fue para nosotres un tesoro, poder mostrar sus recuerdos, lo más valioso que se traen entre las pocas cosas que migran con elles: fotos de sus familias, sus objetos sagrados.

Hoy en día seguimos laburando con la comunidad, sobre todo porque en nuestra ciudad se aprobó el código contravencional que vulnera principalmente los derechos de las personas que viven de la venta ambulante. Como colectivo fotográfico y humano que somos, nos parece de vital importancia seguir acompañando la lucha de nuestres hermanes senegaleses. Entendemos que cuanto más nos entendemos a nosotres como personas, como colectivo, como sociedad, como cultura, como especie, más podemos entender la alteridad, que siempre es un espejo.

En esa estamos.

-La pandemia y aislamiento social, ¿modificó las dinámicas que tenían de trabajo y de organización como colectivo?

Sí, nos atravesó. Nos dejó patas arriba y muchas otras veces, con más posibilidades de vernos. Estamos en estos momentos disperses por la distancia, y aún así lo hace posible, pero es una cuestión práctica y operativa, ayuda a resolver y a agilizar un poco más. Ahora, la posta-posta, es que no hay nada que supere eso de encontrarnos a matear, divagar, ir y venir en las ideas y las palabras. Y se activa un hacer manual, que es el hacer una comida, cambiar la yerba del mate, convidarnos semillas, prestarnos libros. Mirarle la huerta y la casa al compa que hace de anfitrión. Además hay piel, hay olores, y eso la pantalla no lo convida.

La creación es siempre más potente y enriquecedora cuando podemos encontrarnos en tiempo y espacio. Pero claro, no somos primitivistas, la internet y las compus conectadas nos dan la chance de hacer en paralelo, de explorar nodo a nodo quizá algo que se visualiza y lee en el mundo virtual.

En cuanto a las reuniones virtuales, hoy están incorporadas a nuestra vida; una parte de nuestro colectivo se encuentra en Miramar, viviendo en la costa, y para seguir sí o sí necesitamos la virtualidad. Intentamos juntarnos cada vez que podemos, pero las dinámicas fueron cambiando, como cambiamos nosotres. Algo interesante que pasó debido, creemos, a la distancia que necesariamente generó entre nosotres todo esto, es que cada une cobró un poco más de autonomía. Fue muy piola en un momento darnos cuenta de que las cosas que vamos haciendo, por ser colectivas, van variando, no en un todo indiferenciado, sino en las formas y las miradas de cada quien.

De repente no podemos ponernos a debatir cada cosa por WhatsApp. Hay que tomar decisiones y eso implica que no todo se decide entre todes. Así que lugar al otre, a su forma, su ritmo, su deseo, su dificultad, sus ideas y su sentir. Nos dimos cuenta que, en lugar de buscar una identidad fija de sado, es interesante dejar aflorar un poco más nuestras identidades individuales, de a poquito, porque también vamos encontrando eso todo el tiempo, somos bastante wachis.

Pero sí, todo cambia todo el tiempo. Adentro y afuera.

-La precarización laboral es una problemática recurrente para les trabajadores de la comunicación, y sobre todo de les fotoperiodistas. ¿Organizarse colectivamente les ha funcionado también como una forma de sostén económico?

SADO como colectivo no persigue hoy el objetivo de ser una fuente de trabajo para cada une. Eso ha estado en otro momento en nuestras discusiones, pero como es algo muy, muy complejo y difícil de alcanzar, vamos desplazando la cuestión. Sí tenemos siempre la necesidad de auto-sustentarnos, sobre todo en lo que implica la producción diaria o a largo plazo de proyectos, pero no pensamos el colectivo como un generador de sueldos.

Más bien es como esa disyuntiva entre el espacio de militancia o el activismo a pulmón y autogestivo versus la designación política de un puesto pago, y que sólo por ser redituado se pone en movimiento. Nos ubicamos en el primer caso. Que SADO no sea propiamente un “trabajo” nos da ciertas libertades que nos encantan, aunque claro, a veces se vuelve todo cuesta arriba por estar repartides en muchas actividades para sobrevivir, y por manija, obvio.

Poder hacer SADO es un privilegio, lo sabemos y sentimos gratitud por eso. Claro que aspiramos a crear herramientas que nos faciliten el salir, encontrarnos y hacer, y eso implica a veces conseguir materiales y artefactos para crear fotos, textos, videos, fanzines, proyecciones, pegatinas. Muchas veces sale de nuestro bolsillo, y forma parte de esos esfuerzos y motivaciones por intervenir. Otras veces conseguimos financiamiento presentándonos a convocatorias, concursos y esas careteadas útiles desde el punto de vista económico, y del prestigio, claro. Si nadie te conoce ni te apoya todo es más difícil. Somos selectives con las instituciones con las que articulamos, pero no fundamentalistas con este ser “independientes”.

Respecto de nuestros trabajos, cada une de nosotres vive y sobrevive laburando en otros espacios, ámbitos y ramas productivas: somos docentes, administratives, investigadores, emprendedores, comunicadores, escritores y changarines. Además de hacer fotografía, hacemos kéfir, videos, birra, música y hasta clases de yoga. Abiertes a ofertas… jaja.

Y sí, el campo de la comunicación se vio muy complicado. Pocos recursos, muchas personas queriendo trabajar. El campo de la autogestión y los medios alternativos trabajando bastante a pleno y a pulmón, muchas veces cobrando poco o directamente sin cobrar.

A nosotres de alguna forma durante la pandemia nos mantuvo unides el poder activar a fondo el trabajo con la comunidad senegalesa, queríamos saber cómo estaban viviendo con la imposibilidad de estar en la calle, donde trabajan. Esa preocupación, o inquietud, de alguna manera solidaria, o empática, nos ayudó mucho a nosotres a atravesar todos estos meses tan locos.

-Sobre la muestra “seguimos inundades, archivo e imaginaciones del agua común” (2019), en donde recuperan la memoria de la inundación de 2013 en La Plata, un acontecimiento tan importante y latente en el territorio platense… ¿Cuáles fueron las estrategias que usaron para reconstruir esta memoria colectiva? ¿Ustedes vivenciaron la inundación? De ser así, ¿cómo fue volver a ese recuerdo años después? 

¡Qué hermoso fue hacer esa muestra! En principio es importante contar que, como casi todo lo que hacemos, fue un trabajo colectivo. La curaduría fue grupal, laburamos en colaboración con colegas que aportaron diferentes materiales y miradas y el resultado fue coral. La estrategia principal fue generar un archivo, en realidad, tres. Uno de acciones culturales y políticas –obvio que estas dos cosas no se separan pero bueno, se entiende, culturales más en el sentido de “artísticas” y “políticas” más en el sentido de activistas– en torno de la tragedia de la inundación.

Leímos partes de una tesis doctoral de la UNLP que hace un raconto de las acciones artísticas alrededor de la tragedia. Comenzamos a pedir material. Contamos a favor con que tenemos muches compas y amigues que la activan, La Plata es un verdadero semillero cultural, con una tradición política muy fuerte. Es natural siendo una ciudad universitaria, con Berisso y Ensenada al lado, con fuertes historias sindicales y políticas.

Entonces juntamos folletos, flyers, stickers, volantes, los logos, las campañas, las fotos, todo lo que encontráramos que se pudiera colgar en una pared. Terminamos armando un sorprendente y elocuente archivo que mostraba todo el movimiento alrededor del hecho, las organizaciones, el dolor, los reclamos y la desidia política, pero también el destino triste de las luchas de siempre: el archivo en la pared formó un embudo, se fue haciendo cada vez más pequeño con el correr de los años. El 2014 era una pared cubierta de materiales, el 2018 tenía apenas unos papeles… El otro archivo fue el judicial. Trabajamos con una compañera invitada, ella hizo la investigación de las causas, los muertos, las pérdidas materiales, la parte más dura de los legajos y las vueltas indignantes de los ocultamientos, las desidias y los juicios.

Y el tercer archivo fue el más íntimo y bello, una recopilación oral de experiencias sensibles de las víctimas, de personas que la sufrieron. Les preguntamos, ¿qué salió a flote con la inundación? Y las respuestas fueron geniales, algunas inesperadas.  Luego fue ver de qué manera transformar esos archivos en una exposición, hacerlos visibles, hacerlos hablar pero poéticamente. Todo se ensambló. Salió la muestra, que incluía también fotos hechas por nosotres en otros aniversarios, usamos agua. El agua tenía que estar, metimos imágenes de rostros en el agua. Colgamos el archivo de intervenciones en un muro. Pasamos una cinta de testimonios escritos en una tele. Todo hablaba por sí mismo. Y vino la gente que vivió todo eso, fue muy conmovedor, algo reparador también. Se hizo visible algo contundente. Lazos. Lo que nos une es el dolor, y a veces la lucha, que es amor. Estuvo genial.

Y sí, algunes de nosotres nos inundamos, fue apocalíptico, agua por las rodillas y una destilería de YPF con explosiones. Mucha tristeza, familiares y amigues, la mayoría en la misma. Todas tus cosas mojadas, sucias con un mohín negro que dejó su marca en las paredes. Días y días de organización colectiva para ayudar a les más afectades. Muy loco, pero días de aflorar un poder comunitario interesante.

 

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