Loader
La caza, la yuta. La casa, la leona | Revista Colibri
5120
post-template-default,single,single-post,postid-5120,single-format-standard,bridge-core-1.0.5,ajax_fade,page_not_loaded,,qode-title-hidden,qode_grid_1300,qode-theme-ver-18.1,qode-theme-bridge,disabled_footer_top,disabled_footer_bottom,qode_header_in_grid,wpb-js-composer js-comp-ver-6.0.2,vc_responsive

La caza, la yuta. La casa, la leona

Texto por Paula Colavitto

Una vez adentro, Carmen trabó puertas y ventanas con maderas que había encontrado allí. Pensó que no iban a ser suficientes aunque quizás serían hasta innecesarias porque lo que pasaría después sería inminente: la yuta las iba a sacar a patadas y los iban a sacar a todos ellos de la misma forma, o tal vez peor.

Se volteó y los vio a todos: a los chicos y a Juanca,  sabía que ésta no había sido la mejor decisión, podía ver el miedo en sus rostros; los mismos rostros que algunas horas atrás brillaban de felicidad, mientras corrían por la casa nueva, entre fantasías de posibles habitaciones, de posibles y futuros juegos.

El lugar no estaba nada mal, sería mejor que vivir en las vías, sería una casa. Por fin el techo tan deseado ¡hasta la misma Carmen podía ver llegando a Juan Carlos por las noches, besándola en los labios, abrazando a los pibes. Pero ahora era distinto, ahora ellos tenían miedo….

No es fácil no tener miedo, no es fácil no atemorizarse hasta los dedos de los pies en semejante situación. Sin embargo, hoy Carmen no sentía miedo, ella ya había vivido el miedo en primera persona: sentía correr el miedo por sus venas todos los días con la bocina del tren avecinándose acompañado del grito urgente que busca a los pibes, lo sentía las mañanas de invierno disfrazado de frío, disfrazado de hambre. Hoy no  sentía miedo y una valentía enorme y desconocida lo poseía, una madre león guiaba sus acciones;  asomándose a cada rato por la mirilla, iba y venía de la puerta, como un gran felino de bigotes crispados.

Entonces pareció que habían llegado: primero un golpe y una advertencia, luego dos golpes, tres, cuatro. Los pibes se hicieron para atrás y el quinto golpe fue el definitivo, estaban adentro.

Otro golpe y esta vez fue tan pero tan cerca y tan pero tan seco, que trajo consigo total oscuridad y  esa misma oscuridad creó una gota de sangre que le caía redondeada a Carmen por la frente. Entonces se vio en esa gota, como unos días atrás le chorreaban por la cara otras  gotas de transpiración mientras intentaba romper aquel candado. Se veía también sudando todos los días, arrastrando el carro con los chicos arriba, que encima no paraban de hacer giladas, entre risas y travesuras.

Un semáforo. Alguna esquina del abasto. La misma  casa de siempre, vacía  hace años, con su gigante y al parecer eterno  “Se vende”.

Caen más gotas; se viene la lluvia y la noche, se viene el invierno. Todo llega tan, tan rápido… todo menos la solución.

La leona cuida serena a la cría, la arrastra del cuello hacia la cueva, les lame el cuerpo, les da calor. Sale en busca de comida, pero el humano, ferviente cazador, acecha. Rompe puertas y ventanas, saca los palos, saca las bolsas, reclama por una cueva sin dueño y al final deja al león entre jaulas, la leona va al circo y sobre los leoncitos ya se verá.

 

Ilustración: Rick Beerhorst

 

No Comments

Post A Comment