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Los símbolos del poder femenino que el patriarcado manipuló | Revista Colibri
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Los símbolos del poder femenino que el patriarcado manipuló

Por Rosaura Ruiz

En la mayoría de los lugares del mundo, las personas siguen viviendo inmersas en un sistema basado en la desigualdad y la violencia, en el que los hombres poseen el poder estructural en todos los ámbitos de la sociedad y a todas las escalas. El patriarcado está profundamente enraizado, y viene de lejos, pero no siempre estuvo ahí.

fotógrafa: @almachamot modelxs: @melinsane @marius.sorcerer @janis.ian.dyke Shibari y producción: @druxs.ropes

fotógrafa: @almachamot // modelxs:@melinsane @marius.sorcerer @janis.ian.dyke Shibari // producción: @druxs.ropes


Las culturas matrifocales de la Vieja Europa 

Hubo un tiempo en el que florecían las comunidades matrifocales, en las que la madre era el núcleo de la familia y la mujer de la sociedad. Ésta es una de las conclusiones a las que llegó la arqueóloga Marija Gimbutas en los años 70, a través de numerosas excavaciones en poblados del sudeste europeo, pertenecientes al Neolítico (6500 a.C. al 4000-2500 a.C.). Entre sus hallazgos se destacó la presencia constante de gran cantidad de estatuillas de formas femeninas, que identificó con diversas caracterizaciones de una Gran Diosa, así como la falta de armas, que evidenciaría la inexistencia de la guerra, y la falta de elementos de estatus, que indicarían una organización no-jerárquica de la sociedad. Sus estudios la llevaron a concluir que en ese momento y lugar de la Historia europea las comunidades se regían por una cultura matrifocal, igualitaria y pacífica. No sólo eso, sino que fue en el seno de estas comunidades sedentarias organizadas por mujeres, donde se produjo el descubrimiento, en esas latitudes, de uno de los pilares del desarrollo humano: la agricultura

Sin embargo, estas comunidades fueron arrasadas por la llegada violenta de los “indoeuropeos”, pastores y guerreros nómadas de las estepas rusas que tomaron por las armas los pacíficos poblados e impusieron su ley y sus prácticas: así se daba inicio al largo reinado del patriarcado. Se aseguraron de transformar los mitos y leyendas y la cosmovisión, base del conocimiento y de la identidad de los pueblos, para robarles el poder no solo material, sino también simbólico, y legitimar así su mandato. Lamentablemente, esta táctica se ha dado desde siempre como una efectiva estrategia de eliminación de la memoria, de hundimiento de la moral de los pueblos sometidos y de reemplazo de una identidad cultural por otra impuesta.

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Foto: Alma Chamot

Los animales eróticos de la Diosa 

Ya que hasta entonces se había venerado a la Naturaleza encarnada en la forma de una Diosa múltiple, como representación humana de los ciclos de nacimiento, crecimiento, muerte y regeneración, se la desplazó y se impusieron los dioses masculinos, guerreros, no ligados a la Tierra, la Madre universal, sino al Sol. 

No sólo la Diosa sufrió el ostracismo, también los saberes ancestrales ligados a ella y al Sagrado Femenino. Además, se demonizaron los animales que estaban asociados a la Diosa, al ciclo sexual de la mujer y a la Regeneración. Habitualmente, se la representaba vinculada a símbolos que eran un verdadero lenguaje del placer femenino: órganos sexuales femeninos esquematizados (externos e internos), animales que remitían a las formas del cuerpo de la mujer o a su potencia creadora, símbolos de vibraciones orgásmicas, etc.

Como afirma Casilda Rodrigáñez en su poderosa obra Pariremos con placer, “animales que en otro tiempo tenían un significado erótico, como la serpiente, la medusa, el pulpo, etc., se van convirtiendo simbólicamente en sucesivos monstruos, a medida que la sexualidad de la mujer se demoniza, se convierte en lascivia, y se consolida el orden sexual falocrático del patriarcado”. 

Así fue como en Europa se empezaron a perder los saberes femeninos que acabarían por ser eliminados siglos después con la caza de brujas. Lamentablemente, esto no solo ocurrió de forma puntual en una parte del continente europeo, sino en todo lugar donde las sociedades patriarcales llegaron a imponerse, es decir, prácticamente en todo el planeta y hasta el día de hoy. Otro ejemplo es la India, donde también llegaron los mismos indoeuropeos a invadir la preexistente civilización del Indus, que también era agrícola, sedentaria y rendía culto a la Gran Diosa. En este caso se produjo una mezcla de ambas cosmovisiones, no una total eliminación de la anterior, por ello el panteón hinduista conserva importantes figuras femeninas. 

Algunos estudios apuntan que en Mesoamérica existía también una sociedad matrifocal de características similares a las descritas por Gimbutas, e igualmente sus diosas pacíficas terminarían siendo desplazadas por los dioses masculinos, violentos y guerreros, de sociedades de cazadores y guerreros nómadas: los “chichimecas”. Aquí, como en la India, la representación de la potencia femenina no llegaría a ser del todo eliminada y se unió a la masculina en la figura de Ometeotl, dios/a dual. 

Foto: Alma Chamot

El héroe mata al dragón 

En la línea de Rodrigáñez, se observa cómo la transformación de las representaciones del poder femenino “se puede verificar siguiendo el rastro del que fue símbolo de nuestra sexualidad en casi todas las culturas: la serpiente (…). Hacer que la serpiente desapareciera era imposible, por eso lo que hicieron fue eliminar su fuerza simbólica (…). Convirtiendo la serpiente en un ser monstruoso o demoníaco, símbolo de todos los males y de las peores amenazas. También el asco que nos producen los reptiles, sus mucosas y sus pieles húmedas, es una construcción cultural paralela al asco y al pudor que sentimos hacia nuestros cuerpos y sus fluidos”. 

En las culturas griegas y romanas, tradicionalmente consideradas el origen de la civilización occidental tal y como la conocemos, Esculapio, dios de la Medicina, y Hermes, dios de la fertilidad, se apoderan de la serpiente como símbolo. No es casualidad que ambos dioses, varones, sean los reguladores de ámbitos que anteriormente habían pertenecido a las mujeres. Así, “la sexualidad femenina pasó poco a poco de ser una emanación de la mujer para la autorregulación de la vida, a ser algo administrado y gobernado por los dioses patriarcales” (Rodrigáñez). 

Un conocido personaje de la mitología griega que relaciona las serpientes con lo femenino es Medusa o Gorgona, la del cabello de serpientes, que convertía en piedra a quien la mirara, y que fue decapitada por el héroe Perseo. Como apunta la investigadora Joan Marler, “la decapitación de Medusa es un sacrificio ritual usado para limpiar a la sociedad civil del miasma [efluvio dañino] resultado de los poderes ctónicos [pertenecientes a la tierra, al inframundo, dominio de las diosas Perséfone, Deméter y Hécate] no controlados. (…) El asesinato de Medusa es un mito que establece las bases para los ritos de paso masculinos y la perpetuación de las dinámicas de poder. Es un cuento con moraleja que define las peligrosas consecuencias de manifestar la soberanía femenina”. 

 

Está de más mencionar la posterior aparición del Cristianismo y la asociación de la serpiente con el Demonio: es la incitadora al pecado original, y es el sangriento dragón asesinado por San Jorge. De hecho, es difícil encontrar una cultura patriarcal donde no exista la leyenda de un dios o un héroe que mata a una serpiente-dragón para mayor bien de la comunidad. Incluso en las nada inocentes fábulas infantiles, se detecta al príncipe que salva a la doncella del dragón, que no sería en realidad su captor, sino una emanación de sus propios poderes, tal vez recientemente despertados con la llegada de la menstruación. 

Los ejemplos de esta resignificación de la serpiente y de lo femenino son muchos y casi siempre pasan inadvertidos, pues están profundamente insertados en la imaginación colectiva desde hace siglos. El enésimo ejemplo se encuentra en una pequeña isla del Lago Titicaca, en Bolivia: La Isla de la Luna, conocida por su antiguo Templo de la Luna, donde vivían y se formaban en diferentes artes las sacerdotisas en tiempos de los Incas. La isla tiene una forma curiosa que ha hecho que se la asocie con el cuerpo tendido de una serpiente sin cabeza. Muy cerca de ella se encuentra la Isla del Sol, la isla de lo masculino, más grande y con un Templo laberíntico dedicado al Sol. Un cartel turístico anunciaba alegremente la siguiente leyenda local: 

“Mi abuelo contaba que la Isla de la Luna se formó cuando una serpiente se dirigía a la Isla del Sol, pero un inca, para impedir el ataque, tomó su honda y con una piedra le arrancó la cabeza, cayendo ésta al fondo del lago con una campana que le colgaba del cuello, y el resto del cuerpo se convirtió en piedra. Aún ahora se puede ver en la parte norte el cuerpo descabezado y sangrante y, en las noches, si uno presta atención, escucha el repique de la campana desde el fondo del lago”. 

Recuperar nuestros símbolos 

Décadas atrás, cuando la arqueóloga Gimbutas presentó al mundo sus estudios, fue duramente criticada porque sus conclusiones desafiaban la idea establecida de que el origen de la civilización occidental se basaba en el dominio masculino. Y es que, ¿quién iba a creer en serio que era posible un mundo organizado en torno a la mujer? Nunca antes nadie había puesto en duda la versión oficial por la cual el patriarcado era el resultado “natural” de la evolución humana hacia la civilización, como si fuera más civilizada una sociedad basada en la guerra y la jerarquía que una basada en lo comunitario y maternal. 

Se demostró que el dominio masculino fue resultado de una toma de poder y que no es una condición humana natural y universal. Revertir el patriarcado siempre fue, y sigue siendo, posible. Hay muchos frentes desde donde combatirlo, de eso no cabe duda, y el simbólico también es uno de ellos. Es necesario recuperar los símbolos de las mujeres, los que hablan de su poder y de su sexualidad, reescribir los cuentos infantiles, observar críticamente todo producto “cultural” procedente del patriarcado y restituir a los saberes ancestrales la importancia que se merecen y que les fue arrebatada.

Y sobretodo, no olvidar nunca que fueron mujeres, con toda probabilidad, quienes un día removieron la tierra y sembraron por primera vez, para dar de comer al mundo y hacer posible la Regeneración, auspiciadas por la diosa Serpiente: la que vuelve a la vida con cada cambio de piel.

fotógrafa: @almachamot                               modelxs:@melinsane @marius.sorcerer @janis.ian.dyke Shibari y producción: @druxs.ropes

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