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Resistencia y subsistencia: alternativas de producción alimentaria | Revista Colibri
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Resistencia y subsistencia: alternativas de producción alimentaria

Reportería y redacción: Pierina Sora, Karla Crespo y Daniel Pachari
Reportería y transcripción: David Adrián García y Johanna Gallegos
Reportería y curaduría: Agustina Verdi
Edición: Marisol Ciriano
Coordinación: Katia Rejón Márquez

 

Cultivar es uno de los procesos comunitarios que ha sido base para la humanidad, pero en la actualidad el cultivo está amenazado por la industrialización, la violencia y el despojo. Quienes luchan por la soberanía alimentaria en América Latina comparten obstáculos, pero también raíces y resistencias.

En un pequeño lugar delimitado por verduras y hortalizas trabaja Rosa Lema, una mujer adulta mayor agroproductora y distribuidora de alimentos que cultiva sus productos en un terreno arrendado cerca de su casa. Ella pertenece a la Asociación de Agroproductores de San Joaquín junto a decenas de mujeres. Esta asociación tiene su sede en la ciudad de Cuenca, Ecuador, en un mercado donde el verde de las hojas, el aroma de las frutas y las conversaciones con las que ganan a sus clientes forman un vasto espacio abundante en características que ayudan a entender el concepto de soberanía alimentaria.

Rosa paga entre ochocientos y mil dólares al año por el terreno donde siembra. No está segura si todos los meses su producción le rinde para subsistir, pero la costumbre de trabajar por y para la tierra la mantiene constante en una labor que aprendió de manera empírica mientras trabajaba para una familia cuando apenas era una niña.

Su proceso de siembra empieza desde la compra de las semillas en una tienda donde ya la conocen y en la que se siente segura de los productos que adquiere. Esto es evidente cuando, sonriendo, muestra un brócoli enorme que salió desde su huerta y asegura que ningún químico es el responsable de su tamaño. Además, otros productos como la remolacha, ajos, zanahorias, espinacas y coles moradas hacen de su pequeño puesto un entremezclado de formas, colores y sabores. También crean conexiones entre Rosa, como raíz del proceso alimentario, y sus clientes, como impulsores económicos para fomentar el agrocultivo.

Rosa Lema, al igual que otras mujeres de la región, muestra cómo les productores trabajan a diario para lograr una soberanía alimentaria.

El Comité Internacional para la Soberanía Alimentaria-Coordinación Regional América Latina y el Caribe 2012 (CIP-ALC) define el tema como el «derecho de los pueblos a controlar sus propias semillas, tierras, agua y producción de alimentos […] a través de una producción local, autónoma (participativa, comunitaria y compartida) y culturalmente apropiada, en armonía y complementación con la Madre Tierra”. Asimismo, en el Foro para la Soberanía Alimentaria Sélingué, Mali, de 2007 se plantearon seis pilares claves para entender la soberanía alimentaria: valorar a quienes proveen alimentos, localizar los sistemas de alimentación, promover el control local, priorizar los alimentos para los pueblos, desarrollar conocimiento y habilidades, y trabajar con la naturaleza.

Desde estos principios planteados en la Conferencia de Mali, la soberanía alimentaria simboliza un concepto que abarca a les productores como protagonistas del génesis del proceso de alimentación. Sus conocimientos adquiridos desde los saberes ancestrales son claves para que los alimentos que llegan hasta los hogares sean saludables y provechosos, respetando la naturaleza y obteniendo las garantías y el reconocimiento necesario para que se priorice el agrocultivo sobre el alimento procesado y que el trabajo de les agroproductores sea valorado.

Ilustración: Katt Aguirre


Producir de manera agroecológica en el contexto latinoamericano

El proceso de producción agroecológica tiene problemas similares en la región de Latinoamérica. La inequidad en la repartición de las tierras, la falta de leyes que respalden a pequeños productores, la inexperiencia de agroproductores empíricos y las pocas plazas donde comercializar los productos son problemas que atañen el crecimiento de la agroecología. Pero, al mismo tiempo, la unión de comunidades productoras, los saberes ancestrales y la preocupación por la salud de las personas evitando la utilización de químicos demuestran que, pese a las dificultades externas, la región se une para resistir en un proceso de producción saludable para y por su gente.

En México, comunidades Rarámuri de la Sierra Tarahumara son asediadas por la violencia de los carteles de la droga y los intereses comerciales por su tierra, lo que les ha obligado a desalojar el lugar en el que han coexistido por generaciones y donde la agricultura era su principal ingreso. En Cuenca, Ecuador, según Tatiana Rodríguez, gastrónoma y agropecuaria andina, el problema es la distribución de las tierras y los costos de producción, lo que no les permite competir con la agroindustria. Asimismo, señala que el 20 % de lo que se comercializa es el trabajo de los agricultores de la zona, el 80 % restante viene de la sierra centro del país o del Perú, hecho que merma las oportunidades a trabajadores locales. A esto se suma que en países como Venezuela, Perú, Argentina y los ya mencionados, los espacios destinados para el comercio de sus productos son casi nulos. Por ello, y para poder comercializar, se han creado asociaciones propias de agricultores con el fin de tener espacios donde sus alimentos puedan ser expuestos y así obtener retribución monetaria de su trabajo.

En Argentina, la Unión Pequeños Productores Organizados Punta Indio (UPPOPI) nació desde la necesidad de crear plazas para que se comercialicen los productos de pequeños agroproductores y la Red Nacional de Municipios y Comunidades que fomentan la Agroecología (RENAMA) para hacer frente a las formas nocivas de la agroindustria local. En Venezuela, Yackeline Coromoto Pérez, pertenece a la Unión Campesina Huerto Familiar, en el Sanare estado Lara, y desde la organización le ayudan con semillas, abono orgánico y estiércol de animales con el fin de preparar la tierra para poderla sembrar y cosechar los alimentos. En Ecuador, si Rosa Lema tiene un espacio en uno de los mercados mayoristas más grandes del Sur del país, es gracias a que pertenece a la Asociación de Agroproductores de San Joaquín.


Pesticidas, otro reto en la agroecología

Otro de los retos que los productores afrontan es la validación y negación sobre el uso de pesticidas en alimentos agroecológicos.

En Perú, Ana Maria Farfán, ex presidenta de la Asociación Regional de Productores Agropecuarios de la región del Cusco (ARPAC), menciona que muchas veces ha tenido que usar pesticida, debido al cambio climático que genera nuevas plagas y enfermedades que dañan los productos y solo los pesticidas son efectivos para eliminarlos.

En Ecuador, Miguel Domínguez, presidente de la Asociación de Agroproductores de San Joaquín, menciona estar en contra de los químicos pese a que estos mejoran la producción. Él está consciente que es más importante la salud de sus clientes y la de su familia. En Argentina, Clara Alberdi de RENAMA expone que la problemática en el agua es tan grande debido a que las sales nocivas de la fumigación indiscriminada bajan con la lluvia a las napas (aguas subterráneas) dañando la salud y calidad de vida de las personas.

Frente al uso de químicos, los agroproductores entrevistados en esta investigación son conscientes que no es la manera correcta para producir más y mejor. Sus testimonios se amalgaman en uno solo cuando piden a las autoridades y a expertos que les guíen a una experiencia de cultivo sana, eficiente y responsable que beneficie a ellos y a sus clientes.

Los daños producidos por el uso de químicos en las plantaciones afecta directa o indirectamente a les consumidores como a las personas que conviven cerca de los lugares contaminados. Un ejemplo de esto se muestra en el estudio Efectos sobre el neurodesarrollo asociados a un ambiente de riesgo de exposición a pesticidas, desarrollado por Cuadernos de Neuropsicología. En este se expone que cuarenta niños de un promedio de cuatro años del estado de Jalisco, en México, pertenecientes a preescolares cercanos a cultivos contaminados, fueron afectados de manera indirecta, presentando mayor número de indicadores de rezago en su desarrollo. Lo que concluye este estudio es que estos resultados implicarían considerar medidas preventivas no solo para las personas que manipulan directamente los pesticidas, como los productores, sino a quienes están en áreas cercanas.


Inequidad en distribución de tierras

Al entramado de problemas que afecta a la soberanía alimentaria, como la falta de espacios de comercialización, el abuso de pesticidas y el desconocimiento sobre cultivos eficientes sin químicos, se le suma la inequidad en el acceso a la tierra y agua. Aunque en muchos países de Latinoamérica está plasmado en sus constituciones, la soberanía alimentaria queda en papeles.

En Ecuador, uno de los primeros países en incorporar en su constitución a la soberanía alimentaria, en el Artículo 281 de la Constitución promulgada en el 2008 dedica catorce puntos a las responsabilidades del Estado respecto a esto, entre las que se encuentran “impulsar la producción, transformación agroalimentaria, comunitarias y de la economía social y solidaria; […] promover políticas que permitan el acceso del campesinado a la tierra, al agua y otros recursos productivos; […] generar sistemas justos y solidarios de distribución y comercialización de alimentos”.

Sin embargo, se continúa desconociendo lo plasmado en la Constitución debido a otras normativas y discursos vigentes. De hecho, según el capítulo “El despojo agrario” dentro del libro Tierra Urgente de Jorge Núñez: “unas pocas familias de la oligarquía, que constituyen el 2 % de la población, son dueñas de la mitad de las tierras laborables del país; en el otro extremo están los campesinos, que son el 64 % de los propietarios, pero poseen apenas el 6 % de las tierras agrícolas”. Aparte de esto, algunos productores arriendan parcelas para poder cultivar sus productos, pagan grandes cantidades por acceder al agua y tienen que comprar sus propias semillas, ya que no existe una libre distribución.

Esto se repite en varios países de la región, donde productores agroecológicos contaron sus experiencias, necesidades y las dificultades que atraviesan para poder seguir con un trabajo milenario transmitido por generaciones, el cual forma parte de sus raíces y sirve como el motor que alimenta y nutre a la gente.


Mujer y representación LGBTIQ+: desafíos para la producción

Gran parte del trabajo de siembra y producción está representado por las mujeres y pocas veces es valorado. Un estudio interno que realizó la organización Acción Campesina de Venezuela indica que del 100 % de los encargados de los huertos familiares, 63 % son mujeres, frente al 37 % que es masculino.

Por otro lado, el artículo “Soberanía alimentaria, poder género y el derecho a decidir” señala que, a nivel mundial, “del lado productivo del sistema alimentario, las mujeres constituyen el 43 % de la fuerza de trabajo agrícola […] Son discriminadas en asuntos que van desde la tenencia de la tierra a los salarios, desde las ayudas gubernamentales al acceso a la tecnología”.

Muchas mujeres se organizan para llevar adelante proyectos de la agricultura y para dictar capacitaciones que beneficien el desarrollo de su labor. En el Perú lo hace Ana María Farfán Castilla, una de las fundadoras de la Asociación Regional de Productores Agropecuarios del Cusco (ARPAC) y dirigente de las productoras rurales. Ella asegura que «más de la mitad de la mano de obra» recae en las mujeres. Sin embargo, manifiesta que regularmente son discriminadas y carecen de oportunidades para trabajar en instituciones agrícolas.

Esta labor en muchos países no es tan masculinizada por diversas razones. Sobre esto, Tatiana Rodríguez, gastrónoma y agropecuaria andina en Ecuador, comenta que en la red a la que pertenece, los hombres “han migrado a la ciudad para dedicarse a otros trabajos como la construcción”, mientras que las mujeres han decidido seguir produciendo para hacerse cargo de su familia y mantenerlas a través de la agricultura.

—Que ellas puedan ser parte de una directiva, participen o comercialicen, significa que tienen un proceso de empoderamiento en temas de género.

En la misma línea, las mujeres en el trabajo de la producción también se enfrentan a diversos desafíos como a los estigmas, machismo, acoso y abusos sexuales. Clara Alberdi, de RENAMA, a la que pertenecen muchas mujeres, explica que:

—La mayoría de los campos que empiezan a hacer agroecología tienen que ver con espacios donde hay mujeres—. Es muy optimista en el porvenir—. El ámbito rural es un ámbito patriarcal, es muy duro, es cansador pero no nos vencerán.

En Venezuela, las productoras deben sortear la falta de transporte público, de dinero y la escasez de servicios básicos como el agua y el gas doméstico. Sobre este punto, Yelmi Urrutia Domínguez, ingeniera agrónoma y asistente de proyecto de Acción Campesina, comenta:

—Normalmente son las mujeres y los niños los que mayoritariamente les toca cargar el agua, muchas veces son trayectos muy largos, trayectos que pueden conllevar peligro para ellas […] ha sido muy duro y especialmente creo que golpea a las mujeres es el tema del gas doméstico, la crisis ha sido muy fuerte, se ha vuelto a regresar a cocinar con leña con las implicaciones que tiene en la deforestación y en la salud de las mujeres que son las que mayoritariamente preparan los alimentos.

Sobre la representación de la comunidad LGBTIQ+, Urrutia Domínguez también menciona que en Venezuela, aunque existe una población diversa, son pocos los que muestran abiertamente su orientación sexual por diferentes razones, tabúes y represalias.


Resistir en colectivas y soberanas

La industrialización del proceso de producción no solo ha generado dinámicas de desigualdad y violencia, sino que dispersó un proceso que es fundamentalmente comunitario. La resistencia también está en la recuperación de la organización: Hay ocasiones en las que las mujeres y personas LGBTIQ+ se buscan para apoyarse y transmitir sus conocimientos. Una muestra de ello se ve en el grupo Colectiva Chamanas, una agrupación de mujeres lesbianas con presencia en varias comunidades de Chiapas, al sureste de México, que se reúnen para la preparación de la tierra, de la siembra, de la cosecha, a la producción de artesanías. También al aprendizaje en colectivo sobre varios temas, entre ellos el tratado de la tierra y los oficios del día a día.

Para las mujeres lesbianas de la Colectiva Chamanas compartir espacios con mujeres indígenas de Chiapas también les ha permitido aprender más sobre su propia alimentación, sobre todo porque es un espacio donde se sienten seguras, sin el estigma de que les rechacen por ser lesbianas.

A pesar de la adversidad, les productores insisten y resisten. Siguiendo con el caso de México, la comunidad Rarámuri de Mogótavo, en la Sierra Tarahumara, ha sido desplazada por el turismo y otros intereses comerciales y esto ha llevado la pérdida de sus tradiciones, entre ellas la alimentación tradicional, son las mujeres mayores las que más abogan por continuar con la siembra.

Perla Silvestre Lara, encargada de proyectos de la organización Awé Tibúame, asociación que trabaja con la comunidad de personas rarámuri de Mogótavo, un pequeño pueblo en el municipio de Urique, Chihuahua, cercano a la zona turística de Barrancas del Cobre, nos comenta su preocupación sobre lo que ocurre en esta zona:

—La región se caracteriza por ser rocosa, con suelos poco profundos, tienen mucha erosión por el viento y por el agua, entonces las superficies para la siembra son pequeñas y sin embargo la comunidad sigue haciendo sus esfuerzos para tener su siembra de maíz, frijol, calabaza, y en estas parcelas donde se hace el policultivo que son parte fundamental para la alimentación de la comunidad.

En cuanto a la ganancia monetaria que obtienen les productores, la mayoría de los países de la región no realizan una venta hacia terceros, utilizan técnicas de autoconsumo y trueques de productos entre los vecinos, otros donan los alimentos a comedores que han surgido para paliar la pobreza alimentaria.

En Argentina saben muy bien de esto. Carla Gandulfo, miembro fundadora de Unión Pequeños Productores Organizados Punta Indio, (UPPOPI) nos explica que les productores han formado una especie de club del trueque, en el que:

—Cada uno produce para uno, y para sus diferentes vecinos productores, inclusive. Entonces el que hace miel cambia con el que hace jabón, cambia con el que hace vino, y todos tenemos todo, sabiendo de dónde viene, quién lo hace, la historia de la familia, eso es mucho más enriquecedor que cualquier gran industria.

El Estudio de autopercepción de pequeños productores agrícolas. El caso de Huichapan Hidalgo, México, tiene como una de las reflexiones que el «trabajar el campo se trata de algo más que solo producir, para ellos se trata de conservar las tradiciones del campo a través de la práctica y la aplicación de los conocimientos adquiridos».

Como estos, hay más casos en la región que muestran la necesidad de que mujeres y comunidades de la diversidad sexual se empoderen en los diferentes espacios para seguir con una producción saludable y sostenible en el tiempo, lo que seguirá dando un aporte a la soberanía alimentaria.

Frente al poder de la agroindustria en la región y pese a las dificultades externas, desde el norte de México hasta la Argentina, existen comunidades en las que personas LGBTIQ+, mujeres y otros habitantes se unen para resistir (en grupos pequeños o grandes). Nos muestran que los paisajes, la producción y las condiciones de cultivo pueden ser distintos, pero el trabajo colectivo es una constante para lograr una alimentación saludable, con procesos ecológicos y con respeto a los conocimientos ancestrales. Saben que cada acción de resistencia está también dirigida a la subsistencia de elles, sus familias y sus comunidades.


Conocé dos historias en foto-reportajes detrás de «Cultivar: la ruta hacia la soberanía alimentaria» : 

ESPACIO COMUNITARIO DE PRODUCCIÓN SALUDABLE – Argentina
COOPERATIVA PUNTOS VERDES: AGENCIA DE DESARROLLO HUMANO LOCAL – México

Este contenido fue publicado originalmente en “Cultivar, distribuir, comer: la ruta hacia la soberanía alimentaria”, una investigación multimedia y colaborativa sobre soberanía alimentaría en cinco países de América Latina. Fue realizada por la Coalición LATAM, una alianza entre Revista Colibrí (Argentina), La Antígona (Perú), Cápsula Migrante (Venezuela/Perú), La Andariega (Ecuador) y Distintas Latitudes, Es Para Mi Tarea, La Desvelada, Altavoz LGBT+ y Memorias de Nómada (México). Con el apoyo del Fondo Howard G. Buffett para Mujeres Periodistas de la International Women ‘s Media Foundation

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