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CUENTO | Como arden las flores | Revista Colibri
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CUENTO | Como arden las flores

Por Nicole Martin
Ilustración: Alana Rodríguez

Cuando todavía faltaban dos meses para cumplir trece, Fernanda ya estrenaba su nueva edad cada vez que le preguntaban. Una tarde para nada fría de agosto en la plaza de La Paz, un pueblo a la orilla de las sierras grandes de Córdoba, fue Belén, una prima de su amiga Maca, quien le preguntó cuántos años tenía.

Fer se detuvo un momento antes de responder y, por dentro del bolsillo, se clavó la uña del dedo gordo en la palma de la mano, despacio, como para detener el tiempo y ayudarla a pensar. Maca sabía que todavía tenía doce, y podría exponerla.

Decidió tomar el riesgo, aunque la voz le tembló en la última sílaba de “trece”. Belén, casi sin dejarla terminar, contestó que ella tenía doce y Maca guardó silencio después de arrugar el entrecejo un momento. Luego miró a Fernanda, quien no le devolvió el gesto y se concentró en el cerro.

La vida en La Paz era tranquila, el tiempo se mecía como una hamaca, imitando las ramas de los algarrobos moviéndose despacio al acariciar el aire serrano. La primavera se había adelantado, y aquella tarde los espinillos habían explotado en tiernas flores amarillas que emergían como estrellas sobre el monte verde.

Fer bajaba a toda velocidad ruta abajo hacia la plaza para encontrarse con Maca y Belén. Quería llegar rápido, porque Belén llegaría primero ya que su casa quedaba muy cerca. Le entusiasmaba estar cerca de ella, a solas.

Bajó la velocidad sólo en una esquina donde vio un cartel blanco con letras negras, con una foto de una niña. “Delia, te seguimos buscando. DESAPARECIDA”. Fer tragó saliva amarga. Delia era tan sólo un poco más grande que ella cuando desapareció, hacía cinco años. Un grupo de mujeres la seguía buscando. ¿Cómo en un lugar tan tranquilo, tan lejos de Buenos Aires donde su papá decía que pasaba ‘de todo’, podían desaparecer a una nena?

Aunque pasaba por esa esquina a diario, siempre se lo preguntaba. Su papá le había dicho que era porque Delia era muy bonita, y había hombres malos que no podían resistirse a eso. Fer no estaba de acuerdo, no la convencía, pero aún así se subió el cierre del buzo un poco y siguió pedaleando.

Al llegar, encontró a Belén sentada en un banco, y le sonrió. Belén no era de Córdoba, sino de una provincia hermana, casi melliza. En San Luis el paisaje parecía continuar entre las espinas. Sólo unas palmeras de monte, las ‘caranday’, diferenciaban sus postales. 

“¿Viste las sierras?”, preguntó Belén. Fer las buscó al este y, entre medio, divisó una columna de humo que parecía derramarse. “Uy, se prenden”, dijo, antes de clavarle los ojos a Belén en las pupilas dilatadas de espera. Ella le sostuvo la mirada un momento y después la desvió a su celular.

Después hubo un silencio. Fer observó la columna de humo y sintió en la boca el recuerdo del humo de los incendios de 2020. Este había invadido todas las casas. Las cenizas se arrastraban como serpientes por debajo de las puertas. Muchas morían quemadas en el incendio, o zigzagueaban monte abajo entre paja brava ardiendo, escapándole al final.

Fer era una niña en ese momento y recordó cómo se comía las uñas hasta la carne mientras pensaba en su hermano brigadista sumergiéndose en las llamas. En ese entonces, no había podido dormir por varias noches e incluso cuando lo lograba, el fuego entraba en sus sueños.

Comenzó a temblar. Los dedos de Belén sobre su brazo la volvieron a la realidad: “Eh… ¿estás bien?”. Fer respiró hondo y asintió. La otra no sacó la mano. 

La piel de Belén era sedosa, como la textura de una hoja de salvia. Su color marrón miel contrastaba con la remera verde agua que le cubría hasta los hombros. Fer la miró como no se puede mirar a otras pibas, con la sed aguda de quien desea por primera vez.

Belén le devolvió una sonrisa. “Tranquila, ¿me escuchaste lo que te dije? Maca dice que vayamos para su casa”. Fer lo aprobó y comenzaron viaje en su bici. Belén no logró treparse sino hasta el segundo intento. A la primera casi se cae, porque le agarró una tentación de risa y no podía hacer equilibrio. Fer la agarró con un abrazo. “Casi nos caemos las dos”, dijo.

Cuando llegaron, el incendio había empeorado. La mamá de Maca estaba muy asustada y caminaba frenéticamente por la casa mandando audios y tragando mates con fuerza. Maca estaba igual de asustada, había absorbido el miedo e hiperventilaba.

Fer y Belén trataron de desviar la atención de Maca hacia otro lado, pero de pronto, un grito les hizo detener la conversación. Aunque las palabras se mezclaron con el miedo, las pibas entendieron que el incendio llegaba al pueblo.

Maca se levantó corriendo para asistir a su mamá. Fer se acercó a la ventana, que tenía vista a las sierras, y ahogó un grito. La montaña ardía en llamas vibrantes que parecían espejar el sol.

El cielo naranja encapotado se abría con algún soplo de viento y las dejaba ver. Avivaba y lucía las llamas, eran hermosas, brillaban como la chispa en unos ojos sonrientes. Voraz, el incendio se tragaba árboles y animales, amenazaba con llevarse las casas consigo.

Belén se le había parado al lado, su brazo rozaba el suyo y sintió su transpiración. De repente, la abrazó. Torpemente, como quien no se anima a hacer algo y toma impulso.

Fer sintió el golpe de sus caderas y estómagos. “Tengo miedo”, sollozó Belén. La otra respiraba entrecortadamente y guardaba silencio. Apoyó primero la pera sobre el hombro de Belén y después se acercó más a su cuello. Sintió la boca muy cerca de ella, lo que la estremeció. 

Sintió placer en el centro del pecho y en la boca del estómago. Apretó sus piernas sutilmente, como quien teme romper algo, y le dijo: “Yo también”.

Después Belén se separó unos centímetros, pero sin despegarse del todo, y la miró. Fer sintió un impulso demasiado fuerte para frenarlo, demasiado denso como para disiparlo, tanto que había cambiado el aire y ahora parecía agua espesa a su alrededor. Le acercó los labios.

Belén le miró la boca y cuando la tuvo más cerca, le clavó un beso suave, de labios tibios y un poco húmedos. El beso se sostuvo unos segundos, inmóvil. Fer sintió la transpiración de Belén en sus cachetes, y la mano de ella sobre su cintura, que temblaba casi de forma imperceptible.

El pudor de que Maca apareciera las separó. Belén se llevó dos dedos a los labios, con los ojos marrón algarrobo bien abiertos y Fer se rió. Después soltaron una carcajada juntas, que pareció devolver el aire a la habitación y recortó sus figuras frente a la ventana.

Maca llegó para avisar que iban a desalojar arriba, donde ardía el infierno. Las dos asintieron con una sonrisa desubicada. A Maca no le llamó la atención, prendida al incendio como estaba. Las otras se sentaron sobre la cama y se quedaron cerca.

Piel con piel, Fer sintió un fuego interno que la hizo valiente. Se dió cuenta de que ya no sentía miedo por las llamas en el monte, tampoco pensaba en el qué dirán en el pueblo ni cómo se pondría su papá si se enteraba.

Al regresar, sólo notó el beso quemándole en los labios y una sensación como de derretirse. En el dibujo que hizo de su primer beso, desde adentro de las bocas juntas brotaban rayos de luz y también llamas. Como los espinillos arriba en el cerro, como arden las flores.

Ilustración: Alana Rodríguez

«Como arden las flores» fue destacado con una mención e impreso en el Certamen Nacional de Literatura Osvaldo Bayer 2023, bajo el tema «Relatos en clave de Género y Diversidad». Organizado por ATE Cultura, Editorial De la Comarca y CTA Ediciones.

Agradecimiento especial a Charo Zeballos, editora de este cuento 💜

Bio de la autora: Nicole Martin es periodista de investigación. Ama tejer redes transfeministas:
lidera investigaciones colaborativas en la región, es cofundadora de la Revista Colibrí y ex directora de Vita Activa.

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