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Desmembrar la memoria: "El corazón del Daño" | Revista Colibri
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Desmembrar la memoria: «El corazón del Daño»

Por Victoria Pascualini

Mi madre: la ocupación más ferviente y más dañina de mi vida”.

¿Se supone lo vivido? ¿Es el recuerdo un artefacto complejo? ¿Cómo se escribe un libro? ¿Por qué hay tantos sobre madres llenas de ira, dolientes en su existencia? ¿Cómo se habita una casa fría? ¿Cuánto mide un pasillo largo? ¿Qué tan oscura es la noche sin una madre que arrope? ¿Qué tan oscura es esta noche?

María Negroni, intenta responder, o al menos asir, estas preguntas en “El corazón del daño” (Random House, 2021). 

El recorrido por la vida, que es la eterna relectura de la infancia. El armado de las escenas presentes con resabios y pedazos náufragos de los tiempos ocurridos. La autora, cronológicamente, y al mismo tiempo raspando todos los fondos antes de llegar al final, menciona, cuenta y explica cada etapa de su vida: su infancia, adolescencia, juventud y adultez, con todas sus matices. Expone las mutaciones.

La indigencia en una casa enorme. La madre como sinónimo de herida. Lo seráfico de ser hija. La infancia siempre lo es, aunque a veces sea protagonista de películas y teatros propios, inventados. En esta historia, la adoración es más profunda. Se retroalimenta la obsesión. Hija frustrada, madre enfurecida. También las hay al revés. El agujero negro de la infancia. Negroni revisa la memoria como un archivo: preguntas, negaciones, pretensiones de verdades.

¿Qué es lo que se espera? La calma que viene acompañada de la marea o la ola ruidosa, destructora a escala. La madre es la segunda. La nena, el castillo de arena, desarmado, persistente en sus partes. Los granos, resistiendo el oleaje, sin forma de castillo. Ni siquiera una torre. ¿En qué idioma habla la tristeza? Ataques de asma, enciclopedias, francés, inglés y ladridos de perros negros. Es el enojo por estar triste. ¿Existe el perdón genuino frente al castigo constante?

Ese día la caricia no llega.
Se cortan con cuchillo tus frases.
Con el tiempo, las cosas no mejoraron.
(Las cosas nunca mejoran).
Siempre faltaba algo.
El elogio tibio, la figuración a medias no alcanzan.
Madre, cripta, nicho, altar.
Una mujer triste, en suma, que deliraba adentro de la niña que yo era.
¿No estaré enferma de tanta extrañación?
”.

Lo bélico de la casa enorme. Negroni plantea preguntas que ya existían quizás en la infancia. Tal vez, todas las preguntas que nos hacemos se incubaron por aquellos años. La pregunta y la repregunta. El por qué y la falta de respuesta. Ademanes por la angustia. Solo retos.

¿Es el cuerpo el último territorio que se conquista? El afecto, el arma más dañina. Desde cuándo una madre es un caballo de troya.

«Lo único que siempre quise fue ser el foco exclusivo de tu atención
(y así disimular tu
deserción masiva de mi cuerpo)«.

En la novela, la protagonista y su familia se mudan de Rosario a Buenos Aires. Su casa en la ciudad porteña, sería escenario del exilio, del encuentro con la literatura, del cuerpo amurallado.
La calle Azcuénaga era un cementerio. Las esfinges son las hijas. La muerte llegó antes de la amenaza. Quizás el cuerpo se endurece cuando nadie lo abraza por mucho tiempo. Lo funesto de crecer con frío. De escuchar ataques y no-respiraciones. Quizás la muerte llegó temprano, aunque nadie se fue del todo.

Junto con la evolución de la protagonista, se desarrolla un tópico que crece en paralelo: La obra y el cometido del artista. La autora lo grafica como un dealer de la muerte. Quizá porque todo arte es transmisión de memoria. ¿No es la memoria algo muerto? La memoria, con sus recovecos prístinos y ocultos. Las catacumbas del recuerdo nos llevan a través del recorrido trazado por la escritora: “Siempre hay un libro en el desierto”.

Luego, inicia lo que Negroni llama primeramente como golpe de adolescencia: “Comienza la infancia de la obra”.

Hay preguntas y remordimientos. Cuestionamientos también pero primero, silenciosos. La metamorfosis comienza con una escena familiar turbada y disfuncional. De nuevo las hijas como esfinges frente a la mirilla materna, pero el tiroteo no se desencadena. Quizás nunca lo hizo. O tal vez, el silencio musical que acompaña la novela rítmicamente, sean las balas y el gatillo. Y no acaban.

Al final del día, el disparo y el miedo al disparo tienen el mismo calibre.

 “Pero el mar de fondo es el mismo: la misma orgía de purezas en que nos encerrás,
la
misma confusión de quién es quién”.

Pero hay mudanzas y hay batallas. Los tópicos son otros y los insultos también. La rabia adolescente se desglosa como las alas de un insecto y prende una chispa que amenaza con comenzar incendios, aunque no va hacerlo. Negroni lo advierte: “Empecé a despertar. Me conocí de menos lejos”.

Hay nuevos hobbies. Transformaciones en la biblioteca de la hija. Lo monstruoso de la nena militando. Excepto que ya no es una nena. La mutación sacude la casa. Hay amenazas y castigos. Lecturas y utopías. En la casa elegante, la protagonista sin órbita, se confirma extranjera, pero encuentra un país: la política.

Di un portazo, y fundé la libertad en esa tragedia”. Negroni se enfrenta a contradicciones. El tatuaje clandestino que era la militancia. La literatura, también sería guía de las luchas, trompeta y bandera en la guerra.

Retiradas de la idea: ¿Es acaso la peor muerte? La renuncia de la pasión. La caída de la utopía, un futuro gris, una planicie donde la juventud no llega a concretarse, donde la vida pasa rápido, como en una película muda. «A esto le llamábamos, en la militancia, quebrarse«.

Hay lejanías, huidas de la casa enorme. Adioses y nacimientos. El reviente de la inocencia por un fusil cargado. No hay retorno. El sendero que lleva de vuelta al hogar y a la madre, es un camino minado. Un enfrentamiento en el que el enemigo no está claro. En la juventud nunca lo está.

La adultez parece entonces, el desastre de la libertad concreta, tangible, a color. El objetivo final. Hay propuestas y decisiones. La figura materna hace apariciones esporádicas pero solo hay escalofríos e instantes de palabras violentas, como en un terror nocturno. La mudanza a New York. La adopción -y construcción- de un hogar. La isla enorme desplegada como un pizarrón de tiza negro. “La isla vertical me acogería”. Sería el exilio definitivo. La ciudad sin la herida, o al menos con la herida más lejos. Lana del Rey, dijo «It turns out everywhere you go, you take yourself, that ‘s not a lie«, y Fito Paez, «Pero me escapé hacia otra ciudad// Y no sirvió de nada// Porque todo el tiempo estaba yo«. Puede pensarse un mapa de referencias que sintetizan la identidad y la pérdida. La extranjerización del corazón.

Me vi arando en campo ajeno, sin grandes hábitos de amor,
pero al menos, no hecha trizas
del todo, no del todo indigente”.

Negroni retrata la ciudad, con agresividad y fascinación, con la belleza y el horror de un relato gótico. Lo sombrío de las calles heladas. La desesperación por adoptar autoras, como estatuillas de colección, para venerar, soñar o imitar. También, en la intertextualidad absoluta de la novela, la autora incluye fragmentos de escritores, que hablan de sus madres. Todas terribles, voraces, sedientas, tristes, iracundas y redundantes.

«¿Por qué no hay épicas femeninas?«.

Se ve envuelta en epistolares y llamados vespertinos. Quién es quién en la familia, se pregunta. Quizás al estar lejos, todo se ve con más detalle. Negroni narra la migración con particular porosidad, con un sentido emocional afilado. Como recordando con fineza, todos los matices del anochecer neoyorquino.

«Nunca me fui de la casa de la infancia. De aquí no me moverán«.

«El corazón del daño» tiene, quizás, la forma de un laberinto de pino. Sin techo, enorme, intrincado, engañoso. Con desvíos y pasajes, que se camuflan en lo verde. Desde arriba, un diseño, un dibujo, que traza los caminos. Usualmente, sólo uno lleva a la salida, que a veces es un centro. Qué indicaría la claustrofobia a cielo abierto. Quizás algo pesado, algo antiguo. El miedo por el no-lenguaje.

«(…) eso interno, desafinado y díscolo, que se esconde siempre en la lengua materna, irreconocible de tan verdadero«.

Greta Gerwig -directora de cine y actriz- dijo: «I don’t decide what the core of the story is before I start to write. I write to figure out what the story is«.

Cuál es la finalidad del poema. Es la literatura el naufragio o la excavación de un pozo hacia un núcleo que no existe. Quizás, un híbrido complejo. Las respuestas son múltiples. Negroni cita a Juan Gelman:

¿Se le ve algo al poema? Nada. Tiende una /
mano para aferrar / las olitas del tiempo que pasan /
por la voz de un jilguero. ¿Qué / agarró ? Nada. La /
ave se fue a lo no soñado / en un cuarto que gira sin /
recordación ni espérames. / Hay muchos nombres en la lluvia. /
¿Qué sabe el poema ? Nada”.

Quizás la escritura es habitar el vientre cóncavo de un animal indómito. Que traga y mastica. Absorbe lenguaje. Intenta producir sus propias ensoñaciones y memorias. Como dijo Lispector, cuya cita es usada como epígrafe de la novela, “Voy a crear lo que me sucedió”. Quizás somos el animal.

 

Mini bio de la autora:  Victoria Pascualini es poeta y apasionada por el lenguaje. Formó parte de la “Antología poética de Mujeres” (Miríficas Ediciones, 2022). Participa activamente en ciclos de lectura y performance. Escribe poesía y artículos, vinculados con el periodismo cultural.

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1 Comment
  • Edy
    Posted at 02:48h, 16 septiembre Responder

    Sencillamente placentero leer esta reseña. Que bien escribes Victoria,
    Gracias por tu nota.

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