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Doblemente invisible: ser migrante y travesti dentro del sistema académico-laboral | Revista Colibri
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Doblemente invisible: ser migrante y travesti dentro del sistema académico-laboral

Por Kevin Alejandra Vivas Ayala

Aclaración: Quien protagoniza esta historia prefiere el uso de la letra “x” para nombrarse a si mismx por medio del lenguaje escrito. Para no generar inconvenientes a la hora de utilizar alguna herramienta audiodescriptiva para escuchar esta nota, hemos decidido alternar los pronombres ella, elle y él para referirnos a ellx.

En un gesto de respeto hacia la diversidad, en una ciudad cuya historia fue marcada por la fuerte influencia del uribismo, la iglesia y el narcotráfico, el 27 de junio de 2019 la alcaldía de Medellín izó la bandera multicolor en el mismo lugar donde ondeaba la bandera de su departamento, Antioquia.
Dos días después, un hombre vestido con sombrero, poncho y carriel consiguió desmontarla con ayuda de otro hombre, que llevaba impreso en su remera las palabras “Fuerza Paisa”. Cortaron los cordeles que la sostenían arriba: “¡Sinvergüenzas! Si quieren respeto a esa comunidad, que nos respeten a los antioqueños primero”, gritó antes de tenerla en sus manos, para después atravesarla múltiples veces con la misma navaja hasta rasgarla por completo y, luego de destrozarla, la tiraron a la basura.
Esta línea de pensamiento está presente en el sentido común de su población, en ella, la diversidad es recibida con violencia y como símbolo de amenaza contra las buenas costumbres católicas y patrias.

Migrar como acto de sobrevivencia

Sa nació en Medellín, Colombia. Se considera activista desde los 14 años, un activismo casi obligatorio para quienes tienen una identidad de género, orientación sexual o expresión de género que no coincide con la socio-culturalmente esperada. Explicar la vivencia de su género y sexualidad con herramientas que nunca recibió para hacerlo, se convirtió en un discurso largo que tuvo que construir a partir de sus propios sentires.
Se graduó de abogade en 2013 en la Universidad de Medellín. Cansade de la dificultad para expresar libremente su identidad, quiso irse lejos de su familia y de todo lo que hasta ahora conocía. Pensó en Bogotá, pero no era lo suficientemente lejos, necesitaba un lugar donde hacer una vida al alcance de nadie, un espacio seguro donde las críticas acallaran para poder escucharse a sí mismo.
También quería continuar con sus estudios, quería especializarse en derechos humanos y encontró la maestría que estaba buscando en la Universidad de Palermo. Ahorró lo que pudo y con ayuda de su familia consiguió el dinero para llegar a Argentina en marzo del 2014.

La continuidad del descubrimiento de su identidad de género se vio pausada al encontrarse con otra identidad a entender como propia. Ser migrante es nacer de nuevo, es aprender a hablar, a escuchar, a jugar con otras reglas, a cocinar con otros ingredientes, a generar vínculos de una manera distinta, es aprender a ser la otredad, y en su caso, a ser la otredad dentro de otra otredad.
Sin embargo, ser migrante también hace posible una historia que empiece de cero.

Exploración

Mientras estudiaba, Sa empezó a acercarse a términos teóricos que le ayudaron a definir su experiencia como persona no binaria. Trabajaba como vendedora en shoppings cuando empezó a nombrarse de esa manera, pero sólo lo comentó con sus compañeres, dado que sentía que exponerlo de manera más abierta implicaría hacer más difícil su permanencia en un trabajo que ya le costaba soportar.
Su idea era terminar la maestría y comenzar a trabajar en lo que realmente le gustaba, pero la respuesta del sistema académico a su propuesta de tesis fue como un baldado de agua fría que desdibujó su proyecto de vida. Fue el comienzo de una serie de acontecimientos que le recordarían el lugar que el sistema académico/laboral tiene designado para personas como elle.
El problema no solo yace en que las personas travesti/trans sean expulsadas de los espacios académicos o laborales por la dificultad de acceder a ellos. El problema es que así pertenezcan a una familia que puede costear los gastos que supone terminar la secundaria o una carrera profesional, e incluso cuando a pesar de la discriminación social e institucional logran obtener un diploma, no hay lugares que esten esperando su llegada.
¿Por qué? Porque el imaginario social concibe a la comunidad travesti-trans como un colectivo uniforme que se encuentra agrupado en un solo territorio y clase socio-económica. Siendo el noticiero el principal medio que exhibe su realidad, y dado que en él solo se muestran crímenes de odio y la lucha por derechos humanos básicos, es casi imposible ser consciente de su existencia fuera de ese escenario.
De la misma manera, es casi imposible imaginar la interseccionalidad que puede atravesar a quienes se encuentran dentro de este colectivo; como si ser una identidad vulnerada dentro de otra identidad vulnerada, no incluyera otro tipo de violencias que no se tienen en cuenta al momento de buscar soluciones a las problemáticas de la comunidad.
“Las instituciones académicas no están hechas para nosotres, no llegan a entender el desgaste de la vida diaria… y así es muy difícil”, afirma. Sa estaba dirigiendo su tesis hacia los derechos de las persona de la comunidad LGBTIQ+, más exactamente dentro del sistema educativo en Colombia, el cual tiene una fuerte relación con la iglesia católica, y en donde acceder a una universidad solo es posible si se cuenta con el dinero suficiente para pagar una privada, o si se tuvo la calidad de educación primaria-secundaria suficientemente buena para pasar distintos exámenes de admisión en una pública (donde también hay que pagar una cuota según los ingresos propios).
Pero para la institución donde cursaba, la experiencia vivida en carne propia de Sa no era suficiente porque no se construía desde un espacio legítimo para la academia. En búsqueda de un sustento económico que le permitiera vivir y a la vez le dejara tiempo para crecer en su carrera, optó por recurrir a ese trabajo que espera a les migrantes, sus empleades estrellas, siempre con los brazos abiertos: las aplicaciones de transporte.

Ya sea el transporte de comida o de personas, las aplicaciones lograron ser las empleadoras de migrantes por excelencia gracias a la poca documentación que piden para su contratación, incluso algunas ni siquiera piden o pedían el monotributo. 

Quienes trabajan con ellas no tienen acceso a aportes, ni a obra social (bastante arriesgado para una tarea como andar en un vehículo a diario durante horas) tampoco a aguinaldo, ni vacaciones. Se trabaja a la noche, a la madrugada, se soportan situaciones de acoso, de robo; tanto del dinero que hacen durante la jornada como del vehículo, que muchas veces ni siquiera es propio, como en el caso de Sa cuando comenzó a trabajar con Uber.
Ella alquilaba un coche para trabajar, pero después de un par de años se dio cuenta de que manejar podía darle una estabilidad económica si dejaba de pagar un alquiler y manejaba un auto propio, así que habló con su madre. Ella le ayudó con la primera cuota, así que pidió un crédito UVA para financiar el resto, “sabía que terminaría pagando diez veces más de lo que costaba, pero no veía otra alternativa”, dice con su voz pausada y serena, “habían días en que con mucho esfuerzo lograba a completar sólo lo del alquiler de esa jornada”.
No pudo poner el auto a su nombre porque no tenía ingresos registrados, así que utilizó la identidad de una amiga que tenía un trabajo registrado para comprarlo. Aunque faltara mucho tiempo para pagarlo, por fin estaba trabajando en un auto propio. Para pagar el crédito era necesario que el coche trabajara 24 horas, como no podía hacer eso sole, decidió alquilarselo a otras dos personas, también migrantes y con acuerdos mucho más justos que los que suelen hacerse en ese mercado, para que entre les tres pudieran vivir de él.

Descripción de imágen: Sa en la presentación del libro “Narrativas NO BINARIAS” sosteniendo el libro en la mano de frente a la cámara, viste una gorra negra y una remera verde con la frase “soy porque somos” escrita en ella.

Hasta que empezó la pandemia

Sa llevaba un par de meses trabajando como voluntario en una ONG de derechos humanos cuando comenzó la pandemia, fue la primera vez que en un ambiente laboral pudo nombrarse como travesti. Trabajando como conductora no siempre podía exponer su identidad por cuestiones de seguridad, sus pasajeres le preguntaban por un nombre que no era el suyo antes de subirse, “sí, soy yo” tenía que decir.
Al preguntarle si Uber no le permitía poner sus datos correctamente. “Nunca lo exigí”, responde, “la gente en relación a estas apps es muy obsesiva con que la identidad de quien conduce corresponda con lo que les aparece en la app, habían muchos motivos por los que me bloqueaban la cuenta, incluso por días, en los que quedaba sin laburar, además habían muchos controles de tránsito por el tema de si Uber es o no legal, y en lo único que te puedes escudar es que todos los papeles estén correctamente verificados y que todos coincidan en el nombre”.
Dice también que tenía muy pocas posibilidades de tener un trabajo, entonces si lo tenía debía cuidarlo. Tenía que elegir entre buscar el reconocimiento de su identidad o un trabajo que le permitiera pagar sus cuentas, un dilema sin mucho margen de decisión, y algo muy común en las personas trans que logran acceder a trabajos en los que deben cambiar su forma de vestir, de hablar, de moverse, de nombrarse para pasar desapercibides y no correr el riesgo de perder algo tan difícil de encontrar.
Uber dejó de funcionar y les tres se quedaron sin trabajo. “En la ONG no me podían pagar porque trabajan muy a pulmón, tuve que dejar de pagar el auto, tenía un poco de plata ahorrada pero me duró un par de meses y luego tuve que pedirle a mi familia que me ayudara”.
El abandono a las personas migrantes por parte del estado durante la pandemia fue notable, Sa pensó que podría acceder al IFE debido a que lleva 7 años de residencia en el país y según los parámetros del incentivo se necesitaban mínimo 2, pero se lo negaron por no ser argentino. “Yo lo pelie y lo gané porque soy abogade”, afirma haciendo alusión a todas las personas que no cuentan con los recursos para exigir el acceso a esta ayuda.
Al ver que la pandemia no parecía terminar pronto, comenzó a hacer deliverys de productos con el auto para diferentes emprendimientos, mientras tanto, seguía siendo voluntarie. Sus jefas lo nombraban con su nombre y sus pronombres, conocían la situación por la que estaba pasando y quisieron ayudarle a buscar un trabajo como abogada ya que tenían contactos para hacerlo.

Descripción de imágen: Sa sentade con un micrófono y libro en mano, leyendo los fragmentos que escribió para Narrativas NO BINARIAS. Detrás de ella está las banderas trans, no binaria y un cuadro con la frase de Susy Shock “ Yo reivindico mi derecho a ser un monstruo. Ni varón, ni mujer, ni XXY, ni H2O”

Un día le comunicaron que había llegado una convocatoria de trabajo en derechos humanos impulsada por el Ministerio de Mujeres, género y diversidad. Una de sus jefas le recomendó para ocupar el puesto. Postuló su cv (en el que se nombraba como persona travesti) y la respuesta que obtuvo fue que su perfil daba con lo que estaban buscando para el cargo, pero que tenían prohibido contratar migrantes.
“Yo siento que tambien tuvo que ver que sea travesti, ya que casi todas las que estan en ese ministerio son mujeres cis. Me dolió mucho la impunidad con la que me dijeron que aunque yo era alguien que cumplía con todo los parámetros que buscaban, mi único inconveniente es que soy migrante”, sostiene.
Siguió la búsqueda y finalmente en noviembre del 2020, su jefa en la ONG le ofreció un contrato de 6 meses como abogade, el auto lo siguieron trabajando las otras dos personas y por primera vez, a sus 28 años, Sa firmó un contrato de trabajo pago que tenía su nombre.
No es una novedad que ser native sea una exigencia o mínimo una ventaja para acceder a un empleo, tampoco lo es que ser trans sea un motivo para quedar en el fondo de esa lista de aspirantes. Para acceder al cupo laboral travesti trans siendo migrante se debe ingresar mediante un circuito de trámite excepcional, para cambiar los datos del DNI se necesita una residencia permanente.
La pregunta es, ¿cómo se van a crear políticas públicas que protejan a las personas de estos colectivos si no les aceptan en los círculos donde se toman estas decisiones?
Por último, cabe resaltar cómo las instituciones académicas y laborales ignoran el límite de capacidad productiva con el que cuentan las personas travestis/trans/no binarias. Ni  siquiera es necesario ahondar en la transversalidad de sus luchas, pertenecer a estas identidades en ocasiones significa lidiar con la carga emocional de la expulsión de un hogar o con la violencia intrafamiliar, con la limitación de espacios que es posible ocupar, con la idea instaurada de ser demasiado trans para un trabajo, para una universidad, para tener vínculos sanos, para recibir un trato digno.
No ser una persona cis-género implica la lucha constante por el respeto y la visibilidad de una identidad para que la sociedad, el estado y las instituciones te reconozcan, empezando desde algo tan básico como tener un documento de identidad que realmente te represente. 

Mini bio: Le causan repulsión las cajas, los límites, lo estático, lo predecible y determinado. Por eso nunca puede describirse, porque le repugnan las palabras que le obligan a cumplir con un papel que aunque hoy le defina, mañana tal vez no quiera interpretar.


Este contenido es parte de «Resistencias Migrantes» una cobertura colaborativa y fue posible gracias a una alianza de la #CoalicionLATAM entre La Andariega @landariegaec (Ecuador), Distintas Latitudes @dlatitudes (México), Morras Explican Cosas @morrasexplicancosas (México) y La Antígona @proyectolaantigona (Perú), ganadora del Fondo de Respuesta Rápida de Chicas Poderosas @poderosaschicas e Internews.

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