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La alumbrada: una tradición en los cementerios de Santiago del Estero | Revista Colibri
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La alumbrada: una tradición en los cementerios de Santiago del Estero

Por Charo Zeballos

¿Cuándo se produce la verdadera muerte? ¿Hasta qué momento están junto a nosotres les que se fueron? Hoy es Día de muertos, un momento en que, según entienden diferentes culturas, las barreras entre los planos se vuelven más difusas. En Revista Colibrí conversamos con Silvia Starcich y Ariel Roldan, dos docentes santiagueños creadores del perfil de facebook IMASTI, que profundizaron acerca de la “alumbrada” en los cementerios de la Provincia. 

Cautivades por su propia cultura, Silvia y Ariel se dedican a recorrer la Provincia recogiendo testimonios de tradiciones, el quechua, la fiesta de San Esteban, los pueblos originarios y la cultura afro en la región (“El Quilombo Santiagueño”). Por eso su página se llama Imasti, “una palabra de origen quichua que significa aquello que no podemos nombrar”, comenta Ariel. 

Alumbrar, un encuentro comunitario

Se llama alumbrar porque ese día se prenden velas en las tumbas, “es una tradición muy antigua, lamentablemente se va perdiendo por cuestiones urbanísticas. Se hace en cementerios rurales el primero de noviembre a la noche. La gente el Día de Todos los Santos empieza a llegar en familia y van visitando a sus familiares, pero a la vez también es un lugar de encuentro donde van vinculándose y encontrándose con personas que no ven hace mucho tiempo, entonces todo se convierte en una especie de encuentro comunitario. En Santiago (capital) lo más próximo son cementerios a 30 kilómetros, en Vuelta de Barranca y Santo Domingo”, explica. 

Según describen, existe una creencia que se transmitió de forma oral a través del tiempo que afirma que los muertos siguen estando si se los recuerda. Por eso es común que en las tumbas donde no quedan familiares, pero hay alguien que aún recuerda a la persona, le dedique una vela para mantener la remembranza. 

La gente llega con sus canastos, con sus bolsas de comida para comer ahí, abren los monumentos o se sientan con sus sillones a la par de las tumbas, la niñez anda jugando entre las tumbas” describe Silvia, y agrega que le han dicho que el acto de alumbrar es iluminar el camino porque los muertos si se guían bajan a la Tierra, “pero no todos te dicen eso”, aclara, “tenés que entrar en confianza para que la gente te diga lo que es en sí la creencia”.  

La alumbrada es muy antigua, eso se sabe, pero se ha perdido la memoria del origen. “Nosotros cuando le comentamos a amistades inmediatamente lo relacionan con la película de Disney, Coco”, bromea, pero asegura que “si tenemos de base toda esa creencia que se repite en otras partes del continente,  ¿por qué no puede ser algo anterior a la conquista?”.

Algo que destacan tanto Silvia como Ariel es que en la ruralidad santiagueña tienen una relación diferente con la muerte, comparada con las personas de ciudad. “Cuando alguien muere en el campo hay dolor, hay sufrimiento, pero hay una especie de aceptación que no la tiene la gente en la ciudad. Ellos ven la muerte como parte de la vida, han avanzado un poquito más que nosotros”, señala Silvia. 

Aquí muchos santiagueños que viven en la ciudad se sorprenden porque no conocen la alumbrada. Esto se da mucho en las zonas rurales, por ahí encontramos gente en Santiago que tienen familia que antes iban a los cementerios a alumbrar en la noche, pero también es algo que se ha perdido”, agrega Ariel. 

En el campo, asegura, se mantiene la tradición que no se remite sólo a alumbrar sino que también, cuando alguien muere “las familias sufren dolor con la muerte pero los vecinos se encargan del resto, de preparar todo, incluso comida porque se les llama justamente reza-bailes, se reza y se baila”.

El día que se mueren, las nueve noches y después al año. Le llaman el cabo de año”, completa Silvia y describe una representación que se hace después de un año de fallecida la persona. 

Hace un año desde Imasti tuvieron la oportunidad de recorrer varios cementerios de la región en camioneta, vieron flores y color en las tumbas. Gente que llegaba a caballo, en moto, caminando por el monte. La gente recorría también varios establecimientos para visitar a más de un familiar, se saludaban y conversaban. A lo lejos se podía sentir algún llanto, a veces pasa si la muerte es reciente. 

Además vieron el caso del cementerio en Ojo de Agua, una ciudad donde se mantiene la costumbre. “La gente transitaba los pasillos como una peatonal de un cementerio enorme porque no es zona rural, afuera se hacían grandes ferias. Esa es otra forma de alumbrar, un lugar de encuentro en una zona urbana donde no se ha perdido esa costumbre de ir de noche al cementerio”. 

La fiesta perdura hasta el 2 de noviembre, en algunos lugares se sigue pasando la noche junto a las tumbas. En otros, las familias van y vienen, vuelven a las casas y regresan a la mañana, porque hay más movilidad. 

Los vivos se despiden de los muertos, sabiendo que en un año se volverán a reencontrar. 

Bio de lx autorx: Charo  Zeballos es Licenciada y Profesora en Comunicación Social por la Universidad Nacional de La Plata. Forma parte del equipo de investigación del Laboratorio de Comunicación y Género y es ayudante graduada de Comunicación y Educación cátedra II (FPyCS- UNLP). Desde 2018 se desempeña como periodista y creadora de contenido digital para redes sociales especializada en género y diversidad. Es redactora y community manager en Revista Colibrí y en Educ.ar.

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